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Durante veinte años, residió entre nosotros Ricardo Jaimes Freyre, uno de los grandes nombres de la poesía americana. Escribió, enseñó y fue animador inolvidable de la vida cultural de Tucumán.

Durante veinte años, residió entre nosotros Ricardo Jaimes Freyre, uno de los grandes nombres de la poesía americana. Escribió, enseñó y fue animador inolvidable de la vida cultural de Tucumán.


En la calle 25 de Mayo 397, sobre la fachada de una casa de comienzos del siglo pasado, una gran placa dice:

Ricardo Jaimes Freyre. Aquí vivió y escribió (1901-1921) el autor de “Castalia Bárbara” y “Los sueños son vida”. Es un tributo de la Sociedad Sarmiento y lleva 74 años fijado allí, pero no sabemos cuánto más durará. No se ignora que todo recordatorio de nuestra ciudad -y a veces hasta sus estatuas- pueden desaparecer de un día para el otro, sin explicaciones y sin responsables. 

El paseante de hoy se pregunta quién habrá sido este señor de largos bigotes, cuyo retrato de perfil muestra un relieve de la placa. Las líneas que siguen pueden servir para responderle.

De Bolivia al Plata
Durante los veinte años que corren entre 1901 y 1921, Ricardo Jaimes Freyre fue la más eminente personalidad de la cultura de Tucumán. No era raro que se le acordase esa consideración. Tenía prestigio continental como poeta, y con Rubén Darío había fundado la renombrada Revista de América. 

Jaimes Freyre era un altoperuano de familia distinguida, hijo de Julio Lucas Jaimes y de Carolina Freyre. Había nacido en 1868 en el consulado boliviano de Tacna. Estudió en Lima e inició la carrera universitaria que dejaría sin pena en 1883. Volvió a Bolivia y se dedicó a escribir poemas y a militar en política con los republicanos. Residió en La Paz y también en Sucre, donde enseñó en el Colegio Junín.

Cuando al padre lo nombraron embajador en Brasil, partió Ricardo como su secretario. Pero no pasaron de Buenos Aires: terminó el imperio, Pedro II marchó al exilio y se esfumó la embajada. Entonces, Julio Lucas Jaimes se estableció en la capital argentina. Haría una brillante carrera de periodista en La Nación. Con el seudónimo “Brocha Gorda” firmó su único libro, las amenas Crónicas de la Villa Imperial de Potosí.

El poeta en Tucumán
En cuanto a Ricardo, volvió un tiempo a Bolivia y luego recaló en Buenos Aires, en 1894. Escribía en los diarios y en las revistas. Se hizo amigo y socio editorial de Darío. Estuvo brevemente en Brasil, en 1896, como secretario del embajador José Parravicini, tras lo cual regresó a Buenos Aires. 

Allí aparece, en 1899, su máximo poemario, Castalia Bárbara, con prólogo de Leopoldo Lugones. Y el mismo año, en La Paz, editan su drama bíblico La hija de Jefté. En esos momentos, Ricardo Jaimes Freyre se halla instalado en la primera línea de la poesía americana.

De pronto, en 1901, su vida da un impensado giro. La Sociedad Sarmiento lo invita a dar una conferencia sobre el poeta Juan de Cruz y Sousa. Con ese fin llega a Tucumán y decide radicarse aquí.

El Gobierno Lo nombra en un puesto subalterno -secretario de la Contaduría de la Provincia- y luego obtiene cátedras de Literatura y Filosofía en el Colegio Nacional y en la Escuela Normal. Parece no necesitar más.

Fascina a los jóvenes
Juan B. Terán, que fue su amigo y admirador, quería hallar la razón de esta renuncia de Jaimes Freyre a la notoriedad, manifestada al enterrarse en una provincia. Se preguntaba: “¿Era desencanto, era desdén, era sabiduría?”. Y se respondía que “de todo un poco”. 

Acaso vio en la poesía de su juventud “una aventura como sagrada”, y pensó que rodearla de un gran silencio era el mejor homenaje “a la dignidad de su propio espíritu”. Y, como los trovadores medievales, desde entonces “vivió en la contemplación de la princesa lejana, que se ama una sola vez y para siempre”.

El hecho es que su presencia fascinó y entusiasmó a los jóvenes. Con dos de ellos, Terán y Julio López Mañán, fundó en 1904 la Revista de Letras y Ciencias Sociales, formidable publicación que apareció hasta 1907. La crítica moderna la tiene como la más importante del país, en ese momento y en su tipo. En ella colaboraron Darío y Lugones, Miguel de Unamuno, José Santos Chocano, Amado Nervo, para dar sólo algunos nombres.

El historiador
Además, en Tucumán despuntó la inclinación que tenía por el pasado. Jaimes Freyre se hace historiador. Investiga y publica el resultado de las pesquisas esmaltado con la elegancia de su estilo. Se interna en el Archivo de la Provincia y publica Tucumán en 1810, en el Centenario, y luego la Historia de la República de Tucumán, en 1911. Cuando se inaugura la Universidad de Tucumán, lo designan miembro del primer Consejo Superior. Queda encargado de organizar el Archivo Histórico -que inicialmente dependía de la casa- y se lo comisiona para obtener copias de documentos coloniales sobre Tucumán en los archivos españoles. Viaja y vuelve con un tesoro de papeles. 

De allí saldrían El Tucumán del siglo XVI, en 1914; El Tucumán colonial, en 1915 y, en 1916, Historia del descubrimiento de Tucumán, todos con un nutrido apéndice de piezas inéditas. Esto además de compilar un primer tomo de Actas de la Sala de Representantes.

Personaje inolvidable
Manuel Gálvez lo retrata como “más bien alto, enhiesto, delgadísimo, de maneras señoriales y algo pomposas, mosqueteriles bigotes, ojos negros y mirada alerta y muy viva. Un gran sombrero cubría su bella cabeza, de cabellos crespos y desordenados”. Hablaba como un español y usaba capa española en el invierno, según otros testigos. 

Los alumnos del Nacional y de la Normal nunca olvidarían a Jaimes Freyre. Tenía “una voz bellamente timbrada, rica de matices, una memoria prodigiosa y una colección de anécdotas admirable”: cautivaba como “artista de la palabra hablada, tanto como lo era en sus versos”, escribe Gálvez.

Pablo Rojas Paz, que fue su alumno, recuerda que “entraba a clase mirándose las manos finas y pálidas y preguntaba: ¿Qué tenemos hoy?”. Había “en sus finos modales varios siglos de distinción” y, cuando recitaba, “nosotros los discípulos teníamos el corazón empinado en la palabra del maestro”, asegura.

También fue inolvidable para sus amigos de la “Generación del Centenario”. Terán evocaba “su silueta aristocrática y enjuta y su porte grave, su ademán gentil y altivo de hidalgo, cruzando, por las tardes, las calles solitarias o la plaza de Tucumán”. Iba rumbo a esa tertulia de amigos que “animó y encantó, dando sin medida su talento de humanista, su gracia de conversador, su memoria de viajero, su imaginación de poeta, su corazón magnífico de amigo”.

Entre nosotros se sentía a sus anchas: “nunca fui más feliz que en Tucumán”, declaró una vez. Enseñaba, investigaba historia, escribía poesía (en 1917 edita Los sueños son vida); ensayaba sobre su arte (en 1912 aparecieron sus Leyes de la versificación castellana) y era activísimo participante y animador de toda velada cultural. En 1915 y por tres años, tuvo una banca de concejal de la Municipalidad.

De pronto, altos cargos
Cierto día de 1921, tan repentinamente como había llegado dos décadas atrás, Jaimes Freyre se alejó de Tucumán. Su Bolivia natal lo llamaba para altas posiciones cívicas. Fue, sucesivamente, diputado por Potosí, ministro de Instrucción Pública y delegado a la Liga de las Naciones, en 1921. Al año siguiente, ministro de Relaciones Exteriores y embajador en Chile. Se negó a ser candidato a presidente. 

Después, desde 1923, fue embajador de Bolivia en Estados Unidos y luego embajador en el Brasil. Pero en 1927 renuncia y vuelve a la Argentina. Se queda en Buenos Aires: primero en una casa de Temperley y luego en una de Banfield. En 1928 publica Los conquistadores, drama en verso de un asunto tucumano: la muerte de Diego de Rojas. Según Terán, lo compuso a instancias de Alberto Rougés.

En 1932, el gobernador Juan Luis Nougués lo nombra presidente del Consejo de Educación de Tucumán. Asume el cargo, pero renuncia a los tres meses. No tiene físico ni ánimo para lidiar con maestros. Retorna a su casa de Banfield. Ya no volverá a nuestra ciudad.

Años de soledad
A veces, daba una vuelta por el centro de Buenos Aires. Un testimonio de arrepentido suministra Gálvez. Dice que “al pasar yo todas las tardes por la calle Florida, infaliblemente veía a Jaimes Freyre solo, junto a la puerta de entrada de Gath y Chaves. Jamás lo vi con nadie. Nos saludábamos a la distancia. Me impresionó tanto su aislamiento, que, sin darle su nombre, lo recordé en Hombres en soledad. Por esos años yo escribía esa novela, y tanto dolor me causaba ver, en una esquina y solitario, al gran poeta de Castalia Bárbara que, en mi corazón, no me atrevía a acercármele. Hoy lamento enormemente no haberlo hecho”. Don Ricardo Jaimes Freyre murió el 24 de abril de 1933. Rojas Paz le oyó afirmar, varias veces, que “lo único que queda de una época es el espíritu”. Por eso, decía, “son inmortales los grandes escritores: porque documentan su tiempo”.