El ministro de Hacienda de la Confederación Argentina, Vicente del Castillo, garantizó con su patrimonio las deudas del Estado en apuros. Su crédito no fue reconocido luego y perdió sus bienes.
Aunque resulte muy difícil de creer, en la historia argentina existe el caso singular de un ministro de Hacienda que quedó en la ruina, porque se le ocurrió garantizar, con sus propios bienes, las deudas del Estado Nacional en apuros. Merece la pena difundir un hecho tan insólito. Para eso usaremos la detallada investigación de Isidoro J. Ruiz Moreno, titulada “La abnegación patriótica de un ministro”.
El hombre se llamaba Vicente del Castillo. Era un entrerriano de Paraná, nacido en 1807, de familia distinguida y pariente del general Manuel Belgrano. Su padre había sido ministro de los gobernadores Solas, Barrenechea y Echagüe. Tenía don Vicente una buena posición económica: poseía un establecimiento de campo y varias casas en la ciudad.
Durante la década de 1850, había sido Contador General de la Provincia de Entre Ríos, tras haberse desempeñado como diputado provincial, ministro y gobernador delegado, en diversas épocas. En 1860, al reorganizar su gabinete, el presidente de la Confederación Argentina, doctor Santiago Derqui, designó ministro de Hacienda a don Vicente Del Castillo.
Una paz aparente
Como es sabido, la Confederación estaba en conflicto con el Estado de Buenos Aires desde 1852. La pugna se inició ni bien se produjo -batalla de Caseros mediante- la caída del largo gobierno de Juan Manuel de Rosas. Los porteños no quisieron reconocer la Constitución de 1853, ni acataron al primer presidente constitucional, Justo José de Urquiza.
Este luchó contra las fuerzas del Estado de Buenos Aires y las derrotó en 1859, en la batalla de Cepeda. Se firmó entonces el Pacto de San José de Flores, donde se acordó que Buenos Aires aceptaría la Constitución, luego de revisarla y proponer reformas. Estas fueron aprobadas por una Convención Nacional, en 1860.
Así, cuando ese año asumió el doctor Derqui la presidencia de la Confederación, como sucesor de Urquiza, las cosas parecían en paz. Pero esto era sólo para los papeles. Dos episodios (el asesinato del gobernador de San Juan, José Virasoro, y el rechazo de los diplomas porteños por el Congreso de la Nación), volvieron a encender ferozmente las hostilidades.
Pavón y Derqui se va
Las fuerzas de la Confederación, al mando de Urquiza, y las de Buenos Aires, al mando de Bartolomé Mitre, chocaron el 17 de setiembre de 1861 en la batalla de Pavón. La victoria -sobre la que mucho se dudó, murmuró y escribió- fue de los porteños. Urquiza se retiró a Entre Ríos con su ejército.
Esa provincia, de la que era gobernador, decidió además reasumir su soberanía y “desfederalizar” la ciudad de Paraná, que hasta entonces era Capital de la Confederación, de modo que ésta quedó sin asiento físico.
El 5 de diciembre, Derqui renunció a la primedra magistratura y el Poder Ejecutivo quedó a cargo del vicepresidente, general Juan Esteban Pedernera. Pero el gobierno federal no sólo carecía de Capital y de ejército: además, no tenía ya un peso en sus arcas. “Nuestra escasez es absoluta y completa: nuestro crédito, ninguno”, declaró francamente Pedernera.
Sumaba siete meses el sueldo impago a los empleados. Hizo una emisión de billetes, que se depreció velozmente. Además, había que responder a los acreedores: habían prestado dinero para la guerra y se les adeudaba sumas considerables.
El ministro patriota
Frente a tan angustiosos apuros, tuvo el ministro Del Castillo un memorable gesto de patriotismo y de abnegación. Resolvió garantizar con sus bienes personales la deuda del Gobierno de la Confederación.
El presidente Pedernera consideró que se debía honrar semejante actitud. Y dictó (9 de diciembre de 1861) un decreto acuerdo por el cual constituía “en formal hipoteca el Palacio de Gobierno, con todos sus enseres”, para “el pago de la cantidad de 36.969 pesos, 78 céntimos, a que ascienden los créditos contraídos por S.E. el señor ministro de Hacienda, don Vicente del Castillo”.
En los considerandos, razonaba que “no es justo que los servicios desinteresados de dicho funcionario sean desatendidos por el Gobierno, ni que deba responder él con su peculio a obligaciones contraídas a nombre del Gobierno”.
Tres días después, el ministro Nicanor Molinas otorgaba la escritura correspondiente ante el escribano Casiano Calderón. El ministro dejaba constancia de que el Palacio “no tiene gravamen alguno en el Libro de Hipotecas”, y que “no será enajenado por ninguna autoridad, ni se dispondrá de él mientras permanezca afectado al pago”.
Cesa la Confederación
Pero el cuesta abajo de la Confederación era ya algo irreversible, y al presidente Pedernera no le quedó más remedio que firmar el acta de defunción. Fue el decreto del 12 de diciembre de 1861, al que Beatriz Bosch llama “un documento único en la historia nacional”.
El decreto consideraba que la decisión de Entre Ríos había privado al Gobierno Nacional de sus aduanas y de las rentas de ellas, además de sustraerle el ejército con su armamento. Al recuperar asimismo la ciudad de Paraná, “no le queda al Poder Ejecutivo el suelo indispensable y necesario para para continuar su difícil administración”.
Y como ni siquiera podía reunir al Congreso, disponía: “declárase en receso al Ejecutivo Nacional, hasta que la Nación, reunida en Congreso, o en la forma que estime más conveniente, dicte las medidas convenientes a salvar las dificultades que obligan al Gobierno a tomar esta resolución”.
La deuda se desconoce
Las provincias facultaron al general Mitre, vencedor de Pavón, para ejercer el Poder Ejecutivo mientras se convocaba a elecciones. Estas lo consagrarán presidente. En cuanto a las deudas del anterior Gobierno Nacional, pasaron a estudio de una comisión, que aconsejó a la presidencia hacerse cargo de varias de ellas.
Pero en esa lista, no figuraba la obligación contraída con don Vicente del Castillo, a pesar de las reclamaciones que éste planteó. De manera que los acreedores del Estado terminaron quedándose con los bienes del ex ministro, quien así pasó de la situación acomodada a la gran estrechez.
Don Vicente era un hombre de temple y afrontó la adversidad sin una queja. Se fue a vivir a Concepción del Uruguay, con su esposa y sus muchos hijos, y abrió allí una modesta escuela de primeras letras.
Muerte en la pobreza
El único favor que le hizo el Gobierno -de Entre Ríos, no el Nacional- fue acordar a su hijo, Lucilo del Castillo, la pensión de una onza de oro mensual para que no cortara sus estudios de Medicina en Buenos Aires, como estaba a punto de hacerlo por falta de recursos.
La disposición consideraba “los honrosos antecedentes de su padre”, y “sus notorios sacrificios hechos en servicio del país, que han dado por resultado su ruina casi completa”.
Ese ejemplar argentino que fue don Vicente del Castillo murió en la pobreza en Paraná, el 3 de julio de 1874. Casi nueve décadas después, en 1963, se colocó una elocuente placa en la Casa de Gobierno de Entre Ríos. “A la memoria de don Vicente del Castillo, abnegado Ministro de Hacienda de la Confederación Argentina. Presidencia del Dr. Derqui. Sacrificó sus bienes al servicio de la Nación”, dice la leyenda.