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"ERNESTINA". La elefanta del Zoológico de Tucumán fotografiada, en 1931, junto a su entrenador del circo "Berlín", que acababa de adquirirla. LA GACETA / ARCHIVO

A comienzos del siglo que pasó y durante unas cuatro décadas, Tucumán tuvo su Jardín Zoológico. La malhumorada y veleidosa elefanta “Ernestina” fue la figura principal


Aunque quedan ya pocos que lo recuerden, la ciudad de San Miguel de Tucumán supo contar con un Jardín Zoológico. Empezó a funcionar a principios del siglo que pasó, en el año 1905. El presupuesto de la Municipalidad para 1906, promulgado por el intendente Ramón Coll, preveía una partida de 5.000 pesos para “conservación, arreglo de paseos, criaderos y sostenimiento del Jardín Zoológico”, por lo que parece que ya existía.

Escaso patrimonio

Se había querido, de esa manera, dar algún atractivo a la aburrida capital de entonces. El Zoológico se instaló sobre las avenidas Mate de Luna y Pellegrini, y sus fondos llegaban hasta el Cementerio del Oeste.

Nunca tuvo especies muy importantes. La Municipalidad vivía en crónico déficit, y comprar animales salvajes no figuraba entre sus inquietudes principales. De todas maneras, la gente concurría a mirar sus jaulas y corrales, y era una gran atracción para los chicos.

El diario “El Orden”, el 31 de octubre de 1907, convocaba a la población a hacer donaciones. “En Tucumán a nadie se le ocurre regalar ni una paloma al Jardín Zoológico, debiendo ser exclusivamente la Municipalidad la que adquiera los animales”, decía. Y como esas compras eran costosas, “la colección no aumenta sino tan paulatinamente, que casi se hace insensible para el público”. Mejorar el Zoológico era un imperativo, ya que se proyectaba trasladarlo al parque 9 de Julio, entonces en plena construcción.

Llega “Ernestina”
Algún eco tuvo la sugerencia del diario. En julio de 1908, se informaba que la señora de Aldana donó dos llamas, y que don Manuel Bracamonte, de Graneros, trajo un yacaré.

Por la época del Centenario de la Independencia, en 1913, la Comuna gastó 5.000 pesos en la instalación de un tambo en el Zoológico, destinado al “expendio de leche para los niños que concurran”.

El gobernador Ernesto Padilla quiso fortalecer su magro patrimonio: en 1916, procedió a donar una elefanta, a la que se bautizó “Ernestina”, generando toda clase de chistes entre los caricaturistas. Además, por esa época se contrató la instalación de juegos infantiles en el entorno. Instalaron una calesita, una “Ola giratoria” y un “Tren liliputiense”. Tenía una avenida central, a cuyos lados se distribuían las jaulas, rodeadas de césped con canteros.

En decadencia
En 1917, se iniciaron las administraciones del Partido Radical, con el gobernador Juan Bautista Bascary. El diario “El Orden” temía que la nueva política arrasara con obras de la época de Padilla. Entre ellas, la traída del menhir de Tafí y la elefanta. El 14 de abril de 1917, publicaba el verso jocoso “La súplica del menhir”.

El megalito decía: “En este trance fatal/ por Ernestina os lo pido,/ ¡líbranos del cruel barrido/ de la escoba radical!/ El pobrecito animal/ tan sólo sabe hacer bien/ Y en mí, tus furias detén./ Soy de piedra y soy del pueblo/ ¡Me rompo, mas no me ‘dueblo’/ ni más ni menos que Alem!”.

Falto de inversiones, a comienzos de la década de 1920 el Zoológico entró en una pronunciada decadencia, de la que se hicieron eco los diarios. Una nota de LA GACETA de mayo de 1927, denunciaba que el paraje estaba descuidado y que crecían sin control los yuyales, en medio de jaulas desvencijadas.

Traslado y final
Apuntaba que, en ese momento, además de la elefanta “Ernestina”, había seis ciervos, cuatro pumas (uno de los cuales se conocía como “Pepito”), unas cuantas llamas, cuatro “suris”, tres pequeños jabalíes, seis monos, más unos cuantos zorros, aguiluchos, lechuzas, pavas del monte y conejillos de Indias. Todos viviendo en la más promiscua suciedad.

En 1928, el intendente Juan Luis Nougués incluyó, dentro de su progresista gestión, la construcción del parque Avellaneda, que abarcaba también los terrenos del Zoológico. Este debió entonces ser trasladado a otro ámbito, que se decidió fuera el parque 9 de julio. La medida se cumplió a comienzos de 1930.

En el nuevo emplazamiento, no se detuvo la declinación ya irreversible del Zoológico de Tucumán. Nunca se repusieron los animales que iban muriendo de viejos, ni tampoco se adquirieron nuevos.

A comienzos de la década de 1940, los padres de familia, fatigados por el interminable domingo, solían llevar a sus hijos para que vieran unos monos pequeños y flacos, amontonados en una jaula cerca de la rotonda. Era todo lo que quedaba del Zoológico, y desapareció completamente muy poco después.

La elefanta se niega
Pero sucedió que “Ernestina” se negó terminantemente a moverse del lugar en 1930. Ni por las buenas ni por la fuerza -inclusive intentaron arrastrarla con un camión- se la pudo sacar. Así es que la elefanta quedó viviendo en una ruinosa choza, en la zona conocida como “los viejos Mataderos”, es decir por los fondos del Instituto Antirrábico, y encadenada, para evitar que causara destrozos.

Es que “Ernestina” hacía gala de un pésimo humor, que empeoraba ante las pedradas que le asestaban los chicos del vecindario.

Una vez arrebató con la trompa una criatura de los brazos de la señora Rugeri. Otra vez, en diciembre de 1930, casi aplastó con sus patas al travieso niño Benigno Moreno, de seis años. Solamente se entendía con su cuidador, don Benito Delgado.

“King”, trágico amor
Como a la Municipalidad le costaba bastante dinero mantener a “Ernestina” (10 pesos diarios de alimento más el jornal de tres peones), empezaron a ofrecerla en venta a otros zoológicos. Al fin, cuando promediaba 1931, el circo “Berlín” la compró, aprovechando que su elefante, “King”, parecía enamorado perdidamente de Ernestina. Para sacar a la elefanta de la choza, tuvieron que traer a “King”. Pasaron la noche juntos y, a la mañana siguiente, ambos marcharon dócilmente para subir al tren en que “Ernestina” se alejó de Tucumán. Era el 7 de agosto de 1931.

La llevaron a Santiago del Estero, donde el circo abrió su nueva temporada. Pero según las crónicas que -entre serias y jocosas- le dedicaban los diarios, las “coqueterías” de la elefanta fueron lentamente enloqueciendo a su compañero. “King” empezó a comportarse peligrosamente. Debió ser encadenado y, ante un ataque de furia, cierta noche los propietarios del circo llamaron a la Policía de Santiago para que lo matase a tiros. Según los diarios, la cruel operación requirió varias decenas de balazos, el 10 de agosto de 1932.

Un caso de 1984
Las últimas fotos de “Ernestina” se publicaron en Tucumán meses después. Mostraban a la coqueta elefanta, ya amaestrada, convertida en estrella del circo “Berlín”, ignorante sin duda de la tragedia que había desencadenado. No se sabe cuándo murió.

Muchos años después, el 16 de julio de 1984, acaeció en Tucumán un triste suceso vinculado con una elefanta. La llamada “Baby”, del Circo Real Madrid, se derrumbó muerta de un ataque cardíaco. poco antes de la función.

El hecho impresionó mucho a los grandes y chicos que habían aplaudido las actuaciones de “Baby”. Según se supo, era originaria de la India y había sido diestramente amaestrada. En su número jugaba al fútbol y ejecutaba penales. También bailaba interpretando, entre otras piezas, un malambo criollo.