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CUANDO TERMINABA EL SIGLO XIX. Las autoridades regresan de un Te Deum en la Catedral, en 1899. De todos estos edificios, salvo el templo, ya no existe ninguno

Cartas privadas, notas de prensa, libros de memorias y otras fuentes, registran curiosidades de varios gobernantes del siglo XIX: detalles físicos, actitudes curiosas, pequeñas manías y un gran etcétera.


De quienes gobernaron la Provincia de Tucumán en el siglo XIX, quedan los documentos públicos y privados, para que los historiadores los procesen y saquen sus conclusiones, acertadas o no. Pero hay, además, una historia de “género chico” que rodeó a cada personaje: algunas curiosidades de su vida y de su muerte, de su estilo, peculiaridades físicas, pequeñas manías y muchos etcéteras.

Vale la pena pasar el plumero, más o menos cronológicamente, a ese sabroso material. No es invento ni “tradición”. Lo recogió algunas veces la correspondencia privada, y otras la prensa de su época, o los libros de memorias, entre otras fuentes.

Percance e impavidez
Don Clemente de Zavaleta, que gobernó en 1822, tuvo un curioso final. Como estanciero, era sin duda un buen jinete. El 25 de setiembre de 1823, esperaba al obispo José Agustín Molina en la puerta de la casa de este, sin desmontar: habían quedado en salir de paseo. Sea porque el caballo se asustó súbitamente o por otra razón, el hecho es que lo derribó sobre la calle. El golpe fue mortal. Introdujeron al herido en la casa de Molina, quien alcanzó a confesarlo antes de que expirase. Así lo cuenta el “diario” inédito del Obispo.

Ni combates, ni intrigas, ni traiciones, alteraban al coronel Bernabé Aráoz, gobernador reiterado entre 1814 y 1823. Mostró calma imperturbable en su vida y a la hora de morir fusilado, en 1824. El general José María Paz cuenta que Aráoz “jamás se inmutaba, ni he sabido nunca que se lo viese irritado; su exterior era frío e impasible, su semblante poco atractivo, sus maneras y hasta el tono de su voz lo hacían más propio para llevar la cogulla (o sea traje de monje con capucha) que el uniforme de soldado”, dice.

Metafísica y romance
El doctor Nicolás Laguna fue gobernador en 1823 y 1827. Le gustaba la polémica, pero sus argumentos eran tan alambicados en la Asamblea de 1813 -donde nos representó como diputado- que su colega Gervasio Posadas lo describió como “licenciado en Metafísica y de consecuencias ininteligibles”. Era, según Ricardo Jaimes Freyre, el caso curioso de hombre que nunca aceptó las funciones públicas que le ofrecieron, sin mostrar “real o aparente disgusto”. Cuando dimitió a su último mandato, amenazó con abandonar el despacho si la renuncia no le era aceptada inmediatamente.

En cuanto al coronel Javier López, un par de notas románticas suavizan su perfil de recio combatiente en la Liga Unitaria y en la Guerra del Brasil. Cuando era gobernador, en la década de 1820, solía redactar en verso la invitación a los bailes oficiales. Enamorado de la bella Lucía Aráoz, la “Rubia de la Patria”, todo el vecindario se movilizó, con éxito, para que se casasen y terminara así el guerrear con el padre de Lucía, don Diego Aráoz. Así, los buenos burgueses tucumanos “hicieron poesía sin saberlo”, comenta Groussac.

Azotes y vidalitas
Tras la derrota de La Ciudadela en 1831, el general La Madrid trataba de detener a los que iban huyendo. A la altura de Trancas, alcanzó a un hombre que corría y, cuenta en sus memorias, le asestó “un feroz cintarazo por las espaldas, diciéndole: ¡Párese, su canalla!”. El azotado se detuvo y le dijo: “Por Dios, sobrino, ¿qué es esto?”. Era el gobernador delegado, doctor Juan Bautista Paz. “Dispénseme usted, mi tío, pues vengo quemado con esta canalla despreciable”, dijo La Madrid y siguió al galope.

Rodea la figura de Gregorio Aráoz de La Madrid, gobernador en 1825-26, una colorida trama de rasgos característicos. No sabía nadar y lo aterraban los ríos caudalosos. Adoraba los dulces y también era capaz de zamparse chorizos con vino (con la catástrofe intestinal consiguiente) antes de entrar en batalla. Para animar a sus hombres, que lo adoraban, componía y cantaba vidalitas. En los años de penuria -que fueron casi todos- se hizo un diestro panadero en Chile, con el mismo donaire con que fabricaba velas en Entre Ríos.

Petisura y cabellera
Las fiestas del suburbio de Tucumán eran la diversión favorita del general-doctor Alejandro Heredia, gobernador de 1832 a 1838. Durante el baile, si creemos a su rencoroso colega santiagueño Juan Felipe Ibarra, solía consumir alcohol en cantidades que iban mucho más allá de lo prudente.

El doctor Marco Manuel de Avellaneda, “mártir de Metán” y gobernador delegado en la Liga del Norte”, era bajo. El poeta Esteban Echeverría lo describe como “de estatura arrogante, aunque pequeña”. Su amigo Juan Bautista Alberdi narra que en 1834, cuando caminaban por una calle de Córdoba, un hombre miró de atrás a Avellaneda y preguntó irónicamente: “¿Es eso doctor?”.

El largo mando del general Celedonio Gutiérrez se extendió de 1841 a 1852, más unos meses de 1853. Lo apodaban “Peludo” por su frondosa cabellera. Un cáncer a la cara lo afectó en los últimos años, por lo que cubría sus mejillas con un pañuelo. Al periodista de “El Cóndor” que lo entrevistó en 1877, le dijo que llevaba siempre “la hoja de una plantita silvestre que me desirrita, y con esto voy bien”.

Elegante, tozudo
José María del Campo, el “cura Campo”, gobernador en 1854-56 y 1862-64, tenía el hábito de azotar nerviosamente su pierna con un pequeño látigo, y llevaba el sombrero echado hacia atrás. Eran mentados su fuerza hercúlea y su coraje. Ramón Gil Navarro cuenta que, cuando eran condiscípulos en Catamarca, durante una riña de estudiantes Campo arrancó todos los pelos de la cabeza de Carlos Cubas, que quedó “blanca y lisa como la palma de la mano”.

Nota saliente del doctor Salustiano Zavalía, gobernador en 1860-61, eran la apostura física y la pulcritud en el atuendo. Se vestía de negro, “siempre con esmerada corrección, blanco el chaleco frecuentemente, reluciente la camisa”, recuerda Lucio V. Mansilla. Además, “se calzaba con cuidado” y su paso era “acompasado, señorial”. Tocaba la guitarra y “conocía científicamente” la música: compuso numerosas piezas, y hasta una misa que se estrenó en Santiago del Estero en 1836.

El doctor Uladislao Frías, severo gobernador de Tucumán en 1869-71 y ministro del presidente Domingo Faustino Sarmiento, tenía la característica de ser tozudo. El sanjuanino lo destacó en su discurso de l876 en Tucumán: elogió a Frías como “laborioso, probo y un poco testarudo”.

Mal genio y curtido
Al doctor Tiburcio Padilla, gobernador 1875-77, lo caracterizaba un genio de los mil diablos: sus iras eran famosas en los años de su gobierno. Según “El Orden”, no vaciló en dar “un cogotazo” a un periodista que lo había criticado.

Con el coronel-doctor Marcos Paz nadie jugaba. Mandó Tucumán de 1858 a 1860. Según Vicente Quesada, “su bigote era grande, su calvicie completa y su mirada autoritaria”. La palabra de Paz “tenía algo que se asemejaba a las órdenes militares: era como si se tratara de mandatos que estaban fuera de toda controversia”.

Don José Posse, el gran amigo de Sarmiento, gobernó de 1864 a 1866. Adicto a la pesca y a la caza, poesía una temible prosa de periodista político. Según Quesada, la gente “solía esquivarlo”: le decían “Pepe Suela”. Un día alguien le preguntó el porqué de “suela”, y Posse contestó: “Por lo curtido, hijito”. En sus ratos de ocio, fabricaba bastones con palos que pulía a cuchillo, para regalar a los pocos amigos. Pasó ciego los últimos años de los 90 que vivió.

Tambores y libreas
Al gobernador delegado Ángel Arcadio Talavera era, para todo el mundo, “El Tuerto”, ya que le faltaba un ojo y cubría la cavidad con un parche negro. Tenía un programa político simple: “a los liberales adictos a la actualidad de la República, los he de balear cuando llegue el caso”; y “a los pocos majaderos que forman sus castillos al aire, soñando con el triunfo de los reaccionarios de Cuyo, los he de ahorcar”, expresaba en una carta de 1867.

El coronel Octavio Luna, elevado a la gobernación tras el golpe mitrista de ese año, según Posse tenía la manía de ir llevando “la banda de música a retaguardia, casi diariamente, para dar bailes de rompe y raja y a botella corrida, donde lo tomaba la noche”. En cuanto a Lídoro J. Quinteros, gobernador 1887-90, afirmaba “El Orden” que hacía vestir con librea al cochero que lo llevaba al despacho. Además, autorizó por decreto que una población del interior llevara su nombre: Villa Quinteros.

Fin súbito y buen humor
El médico Benjamín Aráoz fue elegido gobernador en 1894. Su mandato se interrumpió trágicamente al año siguiente, el día que llegaron a la ciudad, entre grandes honores, los restos de La Madrid. Cuando estaba por servirse el almuerzo de festejo en el Cabildo, un infarto masivo lo tumbó muerto, ante el estupor de los invitados. Tenía 39 años.

La austeridad y la bonhomía marcaron la vida del teniente coronel Lucas Córdoba, dos veces gobernador (1895-98 y 1901-04). Vivió muy ajustado siempre y nunca tuvo casa propia. Era un inimitable narrador de anécdotas llenas de humor criollo, condición que había heredado de su padre. Los “cuentos de don Lucas” se difundieron en todo el país, ya que los publicaban muchos diarios y revistas.