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LOLA MORA. Un retrato juvenil, sin fecha, de la gran escultora tucumana

Respuesta a las críticas de quejosa.


Lola Mora tuvo siempre enormes problemas para cobrar sus honorarios de escultora. Prácticamente el único cliente que tenía era el Estado, porque los particulares no solían encargar estatuas. En una carta, interesante en varios sentidos, ella hacía comparaciones entre el precio pactado y lo que en realidad valía el monumento de Alberdi. “No podría nadie, por ignorante que fuese, concebir la posibilidad de que un monumento como el del doctor Alberdi pudiera costar solo $30.000, si no se considera el desprendimiento del trabajo personal y artístico del autor”.

Recordaba que la pequeña estatua del obispo Colombres, obra de Francisco Cafferata, “hecha por una artista argentino que apenas comenzaba, y sin ser conocido, costó $12.000”. Otro ejemplo: el mausoleo de Clodomiro Hileret costaba $48.000, a pesar de estar “solo revestido en lastras de mármol comercial”.

En fin, en Buenos Aires se habían pagado “fabulosos precios” por estatuas de próceres.

La escultora se indignaba por las publicaciones que la titulaban de quejosa ante la morosidad. Ella quería dejar asentado: “no me quejo del gobierno ni de nadie, porque conozco mi situación. Tengo la más alta satisfacción de haber contribuido a los progresos de mi país como he podido. Es decir, con el trabajo constante de dos años y medio” (se refería al tiempo que llevaba trabajando en el Alberdi).

Respecto de su manera de esculpir y, como en un deshago general, decía: “sólo debo una explicación más al público, y es que los múltiples defectos y el extraño aspecto que presentan mis trabajos solo se debe a mi exclusiva y propia manera de tratar los mármoles. Contando con la más colosal de las faltas: de ser sentido este arte por una que siente, quiere, sufre, odia y combate igual a ustedes”.