Padilla la exaltó en la muestra de 1910.
“Había surgido dentro del marco de la selva majestuosa, al pie de montañas húmedas y verdes, como el condensador de los vientos huracanados que soplaban desde abajo, para convertirlos y descargarlos en lluvia benéfica y aplacadora sobre la sedienta llanura vecina; y , por sí solo, conjuró a los espíritus inquietos y turbulentos de la época, imponiéndoles una derivación fundamental”. Así iniciaba su discurso sobre la caña de azúcar, el doctor Ernesto Padilla, en la Exposición Industrial del Centenario, en Buenos Aires, en 1910.
“A su influjo los remolinos de hombres y de pasiones comenzaron a aquietarse; nuevas orientaciones abrieron los horizontes, diseñándose un primer cuadro sugeridor de la paz proficua, del goce pleno del hogar y del trabajo armonizado e intenso. Y es así que el trapiche logró crear y formar un núcleo sólido de irradiadoras fuerzas sociales, económica y política, allí donde la colonia miró solo un punto de tránsito, donde la epopeya ciñó relámpagos de gloria, donde la consolidación del país asentó uno de sus fuertes pilares y donde el sentimiento argentino de todas las épocas ha encontrado la palpitación de una entraña sana y pujante”.
Padilla propone saludar a esa génesis. “¡Qué fuerza aquello! Nos basta una ojeada sobre la propia historia, para valorar en su plenitud la resolución de los hombres modestos que, desde el desorden y la turbulencia, se movieron por un ideal superior al del momento en que vivían, cuando se consagraron a algo más que a pedir a la tierra sus primicias, y buscaron la trascendencia de una industria transformadora, cuya suerte vinculaba a las esperanzas de una patria próspera, pacífica y feliz que entreveía”.