Empezó en una viña de Andalgalá.
Las “Memorias” del militar tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid (1795-1857) son un testimonio de valor incalculable sobre todos los acontecimientos, castrenses o políticos, que rodearon su turbulenta vida. Empieza recordando que “fui educado desde mi más tierna infancia por don Manuel de La Madrid y su esposa doña Bonifacia Díaz de la Peña”. Eran sus tíos y tenían una magnífica hacienda de viñas en el fuerte de Andalgalá y algunas fincas en la ciudad. Tenía 5 años cuando estos tíos lo llevaron a esa propiedad. Allí permaneció hasta 1803, fecha en que regresó a Tucumán “después de haber yo aprendido a leer perfectamente, enseñado por mis tíos”.
Expresaba que fue tan constante para leer la buena colección de libros que había en la casa, entre ellos, la Biblia. “Fue en ésta, precisamente, en la que me enseñó a leer”. Tuvo tanta constancia que en los tres años de permanencia en Andalgalá “la aprendí de memoria; así fue que habiendo regresado a Tucumán, mi memoria llamó la atención de todos. Pues cuantas personas iban a visitar a mis padres, se complacían en agarrar cualquiera de dichos libros, indicarme el principio de cualquiera de sus capítulos, y oírme relatarlo de memoria con la velocidad del viento, hasta que buscaban otro, y repetían lo mismo”.
A poco de llegar a Tucumán lo pusieron en una escuela de San Francisco. “Luego que hube perfeccionado mi escritura y cuentas, pasé a estudiar gramática en el convento, pero como el maestro que teníamos no era muy contraído, no le pensé a completar este estudio y lo dejé a consecuencia de una enfermedad que tuvo mi madre de la cual murió”. Así, al ocurrir la Revolución de Mayo, ya no estudiaba sino que trabajaba en una casa de comercio “y con una inclinación bien decidida para la milicia”.