Cobijó el primer taller de los obreros.
En “El patio de la noche” (1940), el escritor tucumano Pablo Rojas Paz narra que, de niño, era el chico más preguntón de la ciudad. Quería saber de todo, pero rara vez los adultos contestaban sus inquisiciones. Esto ocurría hacia la década primera del siglo que pasó: Rojas Paz era nacido en 1896.
En el cuento “El jarro de plata” narra: “un día de esos, mientras observaba a un vecino que herraba un caballo bajo un pacará, insinuó a su abuelo, don Tomás Argañaraz, una observación que no plasmó en pregunta: los herreros trabajan siempre debajo de los árboles”.
El viejo le contestó: “viene de lejos la costumbre. Antes todos los artesanos trabajábamos a la sombra de los árboles. No se ganaba para una chapa de zinc y un pino para hacer un galpón. El árbol ha sido el primer taller del obrero argentino”.
Agregaba: “Felizmente, m’hijo, vos has venido al mundo cuando todo está cambiado. Para nosotros han sido las calamidades, las hambres, las pestes, las sequías. Pero tenía su parte linda contemplar al pueblo trabajando al ruido, cada cual, de su herramienta; al maestro Lizárraga haciendo una puerta a la sombra de un biraró; el herrero Benítez tenía por taller a un pacará coposo; el remendón Julián martillando a la sombra de las higueras; el lamparero Plutarco escondía los quinqués a reparar en los hoyos que dejaban las raíces retorcidas de un eucalipto”.
Después, se alejó. A la noche inició la tertulia del mate narrando: “hoy estaba contándole a Pablito de la época en que había pocas casas, cuando se trabajaba al amparo de los árboles, hasta la hora en que se desgranaban las estrellas”.