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ERNESTO PADILLA. Aparece a la derecha, en una foto de los años 1910, conversando con el doctor Ricardo Frías.

En una semblanza de Clodomiro Zavalía.


En su medulosa nota “Cuatro tucumanos eminentes”, en “La Nación”, Clodomiro Zavalía reseñó las trayectorias de Ernesto Padilla, de Amador Lucero, de Julio López Mañán y de Juan B. Terán. Nos detendremos en Padilla. Recordaba que llegó al Congreso Nacional en 1902 elegido diputado por Tucumán, “donde no habían tardado en ponerse de manifiesto los atributos de su brillante inteligencia, apreciada ya desde su paso por la Facultad de Derecho”. Una “prestancia personal llena de atractivo lo impuso de inmediato en el seno de la convivencia parlamentaria, alternando con las figuras más sobresalientes de la época” y participando en destacados debates.

Volvería otras veces a la Cámara, así como fue gobernador de Tucumán, “haciéndose familiar su figura, que alternaba entre su permanencia en la Capital y la residencia, que él consideraba ininterrumpida y permanente, en la ciudad de su nacimiento”. Para Zavalía, “el rasgo sobresaliente de este ejemplar inimitable de argentino fue su preocupación por los intereses de las provincias, sin distinción alguna. Se lo veía afanarse lo mismo por la propia como por las limítrofes”.

Ya radicado definitivamente en Buenos Aires, “tuvo siempre su espíritu en contacto con el ambiente del interior, prodigándose en las tertulias de su múltiple actuación social, en las que era insustituible como narrador de sucesos y anécdotas que él sabía aderezar con inimitable agudeza y galanura de expresión”.

En suma, “había llegado a su madurez apto para las más altas funciones, sin perder su cordialidad comunicativa, propensa a la espiritualidad regocijante e intencionada”. Así es que esta vida tan fecunda “vivió y murió rodeada de la consideración general”.