En 1929, le lanzaba serias objeciones.
No le resultaba mucho el cine a Juan B. Terán (1880-1938). En su libro de viaje, “Lo gótico, signo de Europa” (1929), afirma que es una escuela sin reglamentos, sin griego ni latín, sin maestros, sin exámenes, sin gravar la renta del Estado, que “está colonizando espiritualmente América del Sur hasta sus rincones más remotos”.
Lo que fue la literatura liberal española de fines del XVIII para los precursores de nuestra revolución y la generación de los “mayos”, es el cine. Con la diferencia sustancial de que aquella era para las clases ilustradas y este es para todas las clases sociales.
Con su amigo Tomás Le Breton, visita en París lo que el profesor y mecenas Roberto Kahn llama “los archivos del planeta”. Con el cine y la fotografía en colores, aspira a fijar una documentación para el historiador futuro, que le evite inclinarse sobre papeles viejos. Algo como lo que quería Michelet: la historia como resurrección. “A la munificencia yanqui, el filántropo francés agrega un rasgo de fina inteligencia”.
En la Argentina y en América de su tiempo, apunta Terán, el cine es mucho más importante que en Europa. Allí es “hermano vergonzante del teatro”. Aquí, es un sucedáneo. Advierte además que “el encanto de la copia enerva la ambición de tener el modelo”. En los puebles sin teatro y si arte, la seducción del cine prolonga “su colonización espiritual”. Es “el enemigo oculto de una cultura original”.
Además, se trata de “un artículo de exportación para una factoría con aduana libre, análogo a las armas y alcoholes ccn que algunos países aseguraron, en el pasado, la conquista de sus colonias”.