Reuniones nocturnas en casa del candidato
La campaña electoral de Nicolás Avellaneda para la presidencia de la República se inició al promediar 1872. Con su magistral poder de descripción, en la novela “Fruto vedado” Paul Groussac ha pintado una de esas reuniones, donde el tucumano, amasaba, “con sus partidarios de todo pelo y color, el gigantesco pastel electoral”.
Los avellanedistas se congregaban generalmente en la residencia del candidato, de la calle Moreno. Los “días de recibo”, el amplio caserón se colmaba de gente; “recibos abiertos, sin preparatorios ni etiqueta, salvo alguna vez en que la señora abría su pequeño salón y pasaban a oír música y hacer la rueda algunos aficionados en traje de soirée”.
Narra Groussac que “discutían en grupos acalorados, disueltos e incesantemente reformados, en un rincón del patio, alrededor de la mesa de la biblioteca, delante del escritorio profesional, todos los politiqueros adictos al candidato: funcionarios, diputados provinciales, agentes de elecciones, periodistas, comedidos sin empleo”. Se divisaba, aquí y allá, a algún militar que “rompía con el color violento de su uniforme la masa negra de las levitas provincianas, tiesas y ajustadas como las convicciones de sus propietarios”.
Además, “algunos conspicuos del interior, vestidos de etiqueta, con el cuello nuevo resaltando sobre el pescuezo curtido por el sol de la estancia, formaban contraste con la abandonada desenvoltura de los porteños, sueltos en traje de calle”. Y no había que engañarse con el aspecto enfermizo y febril del candidato. ”Era capaz de sostener quince horas al día discusiones políticas, escribir cincuenta cartas electorales y acostarse a las dos de la mañana para saborear un artículo literario de Macaulay o de Prévost-Psradol”.