Amador Lucero (1870-1914) era puntano, pero fue traído muy niño a Tucumán. “Se fue temprano de la vida, dejando trunca una carrera llamada a señalar un ejemplar humano de múltiples facetas”, escribió el doctor Clodomiro Zavalía. “Se distinguió desde su niñez y adolescencia –que fueron duras- por el reposo de su espíritu y un afán de nutrirlo en medio de dificultades”.
Pero, “cuando el espíritu se templa en la adversidad, hay hecha una mitad del camino”, reflexiona Zavalía, y “tal ocurrió con el brillante estudiante de Medicina , que llegó laureado con aptitudes más que para la pesadez del consultorio cotidiano, para destacarse en la vida pública. Y así, fue miembro de la Legislatura (de Tucumán) donde más de una vez sonó a irreverencia la frase intencionada, ya que para él debía ser irreprimible la reacción contra la vulgaridad ambiente. De modo que cuando en 1902 llegó al Congreso Nacional, haciendo pareja con Ernesto Padilla, no dejó de fundarse en la atrayente figura del provinciano una promesa de destacadas jornadas parlamentarias. Lucero hizo oír su palabra en debates de gran trascendencia, señalándose invariablemente por una insuperable claridad mental, como por la precisión de sus medios expresivos”.
Pero su carrera pública terminó con la banca de diputado: “los azares de la política lo dejaron en la calle”. Zavalía, entonces estudiante, logró que se le hiciera un lugar en la pensión donde vivía con otros provincianos, a este hombre “de tanta estirpe espiritual, constreñido a una existencia modesta para ejemplo de los que entonces se formaban”. Agrega que “la naturaleza castiga con certeza invariable: pega donde más duele. Amador Lucero murió fulminado por un tumor al cerebro”.