Dos de los hijos varones de Juan B. Terán siguieron, como su padre y su abuelo, la carrera de Derecho, en la década de 1920. Lo hicieron en Buenos Aires ya que, como se sabe, todavía no existía la respectiva Facultad en la joven Universidad de la provincia. Desde Tucumán, el progenitor los seguía atentamente en esa etapa. Les escribía con frecuencia y les arrimaba no pocos consejos sobre cómo encararla con el mayor provecho.
En una carta de setiembre de 1922, Terán animaba al mayor a “estudiar fuerte”. Le decía que “la primavera, con su nueva savia, invita a la acción. Es la estación de la vida, del trabajo que gesta la cosecha”. Y la cosecha que se exige a los jóvenes “no es como la nuestra, la de los que estamos formados; porque la de ustedes es cosecha que prepara el porvenir: es una cosecha de acumulación”, mientras “la nuestra es de mantenimiento y aprovechamiento de lo cosechado antes”.
A propósito, le recordaba que “no hay nada que pueda ayudarte a hacer cosecha verdadera, como la aplicación a las letras clásicas”. Sea que aspire a dedicarse a ellas, o a ser hombre público, o dirigente en cualquier campo social, “o aunque te contentases con ser simplemente un abogado, la ilustración clásica te será un refuerzo extraordinario”, recalcaba.
En cuanto al cómo hacerlo, añadía, “ya que no puedes dedicarte a estudiar latín, concurre a lo menos a las clases de la Facultad de Filosofía y Letras, lee a los maestros clásicos, Tácito, Horacio, Cicerón, etcétera”. Afirmaba que “quien ha estudiado letras clásicas tiene una superioridad extraordinaria. Yo lamento que mi versación sea tan incompleta”.