Apreciaciones de Juan Bautista Alberdi.
“El tucumano de la primera clase tiene por lo común fisonomía triste, rostro pálido, ojos hundidos y llenos de fuego, pelo negro, talla cenceña, cuerpo flaco y descarnado, movimientos lentos y circunspectos”. Así empezaba Juan Bautista Alberdi el retrato físico y moral de sus comprovincianos, en su “Memoria descriptiva sobre Tucumán”, de 1834. Acaso era la primera vez que alguien se internaba en apreciaciones detalladas sobre estos aspectos.
Agregaba que “fuerte bajo un aspecto débil; meditabundo y reflexivo, a veces quimérico y visionario, lenguaje vehemente y lleno de imaginación, como el del hombre apasionado, y lleno de expresiones nuevas y originales, desconfiado más de sí que de los otros, constante amigo pero implacable enemigo, suspicaz de tímido, celoso de desconfiado, imaginación abultadora y tenaz, excelente hombre cuando no está descarriado, funesto cuando está perdido”.
De estas observaciones, agregaba, surge que “el plebeyo tucumano es más apto para la guerra, y el distinguido para las artes y las ciencias”. Pero, “por grandes que sean por otra parte las diferencias que existen entre estas clases, ellas están, no obstante, sujetas a muchas circunstancias que son comunes a ambas”.
En fin, “toldados de un cielo feliz, envueltos en una atmósfera pura y perfumada, rodeados de gracias y encantos, los habitantes de Tucumán no pueden tener sino una sensibilidad ejercitada y despierta. Por esto sin duda se hallan por lo común dotados de insinuante fisonomía, voz dulce y sonora”. A juicio de Alberdi, “ningún sistema literario hará más progresos en Tucumán que el romántico, cuyos caracteres son los mismos que distinguen el genio melancólico”…