Resuelto partidario de la revolución desde 1810, fue “Protector” de la Fábrica de Fusiles y gobernador por breve tiempo.
Un patriota tucumano de la primera hora fue don Clemente de Zavaleta. Era un hombre acaudalado y de gran prestigio. Sus padres, don Clemente de Zavaleta y Sagastiguchía, español, y doña María Agustina de Inda y Tirado, porteña, residían habitualmente en Buenos Aires. Allí tenían tierras y destacada parentela: don Clemente era primo del famoso Martín de Álzaga, héroe de la Reconquista, por ejemplo.
Pero en una época se establecieron en Tucumán. Aquí nacieron sus tres hijos, dos varones, Clemente y Diego Estanislao (el célebre Deán, sacerdote de gran relieve eclesiástico y político, desde la Revolución de Mayo hasta su muerte en 1842), y una mujer, María Josefa, que se casó con el porteño Atanacio Gutiérrez.
Jefe del Cabildo
Don Clemente Mariano de Zavaleta nació en San Miguel de Tucumán en 1760. No se conoce su retrato. Adquirió en la provincia importantes propiedades urbanas y rurales. Una de estas últimas, localizada en el valle de Tafí y hoy llamada “El Churqui”, comprendía tres grandes potreros que pertenecieron a los jesuitas: Río Blanco, El Infiernillo y Los Cardones.
Ni bien ocurrida la Revolución de Mayo, en 1810, Zavaleta se adhirió con entusiasmo al nuevo orden. Por su posición, en varias oportunidades presidió, desde 1810, el Cabildo de San Miguel de Tucumán, como alcalde de Primer Voto.
Fue uno de los que acompañaron, en octubre de ese año, al vocal de la Primera Junta, doctor Juan José Castelli, en su visita a nuestra ciudad.
No al gobierno
A comienzos de 1811, la Junta resolvió extender a las provincias el sistema “juntista”. Así, en la ciudad capital de la Intendencia de Salta -de la que dependía Tucumán- funcionaría la Junta Principal, y en las ciudades de su dependencia las Juntas Subordinadas o Subalternas. El 22 de febrero, reemplazada ya la Junta por el Triunvirato, este resolvió modificar el criterio, “poniendo un jefe a la cabeza de ese gobierno, cesando en sus funciones la Junta”.
El designado para San Miguel de Tucumán, con el cargo de “teniente de gobernador”, fue don Clemente de Zavaleta. Pero ocurrió que, a pesar de los oficios e intimaciones que se le hicieron, Zavaleta se negó a asumir. Si hubiera aceptado el cargo, sería nuestro primer gobernador patriota. Finalmente, el 12 de marzo fue nombrado para el tenientazgo don Francisco de Ugarte y Figueroa.
El “Protector”
Sí aceptó Zavaleta, en cambio, el cargo de “Protector” de la flamante Fábrica de Fusiles que se había instalado en la ciudad por disposición de la Junta, a fines de 1810. Funcionaba, según Groussac, en la zona de El Bajo, cerca del río Salí; en 1881 todavía podía verse la casa que lo cobijó y los vestigios de un motor hidráulico. Con motivo de la instalación, Zavaleta lanzó una proclama destacando que “veinticinco jóvenes” trabajarían allí “bajo la dirección de los maestros de herrería que hay en esta ciudad”. La fábrica también venía a modificar hábitos sociales. Zavaleta expresaba que, entre esos 25, había unos pocos “nobles y de esclarecido linaje”, cuyos padres los han entregado generosamente “para este ejercicio mecánico que sólo es vil e ignominioso en el concepto de los menos sensatos”. Su proclama fue publicada en “La Gaceta de Buenos Aires”.
Grandes elogios
Rafael M. Demaría, que ha seguido las vicisitudes de la fábrica, apunta que Buenos Aires tenía puestas grandes esperanzas en ella, puesto que con la producción tucumana de armas esperaba satisfacer los requerimientos del Ejército del Norte. Tales expectativas no serían satisfechas en plenitud y, más que para fabricar armas, la planta sirvió para reparaciones. Funcionó, no sin tropiezos, hasta 1819, año en que el poder central resolvió trasladarla a Buenos Aires.
La designación de “Protector” muestra el alto concepto que Zavaleta merecía ante las autoridades revolucionarias. Al insertar su proclama de apoyo a la fábrica en el diario oficial, la Junta lo denominaba “ciudadano honrado, capaz de sacrificar su reposo al bien general de la Patria”. En otra ocasión, aprobando sus medidas de “Protector”, expresaba la Junta en nota a Zavaleta que “le da a usted las gracias por su celo y eficacia, y espera continúe del mismo modo su comisión, la cual no se le ha conferido como alcalde sino como a un individuo que ha merecido su confianza”.
Funciones y misiones
Volvió a ser elegido alcalde de Primer Voto en 1813, pero se excusó. Dos años más tarde, fue uno de los cinco vecinos tucumanos elegidos para examinar el “Estatuto Provisional” sancionado ese año para las Provincias Unidas. También integró el grupo que se expidió sobre la designación de cabildantes, en 1816 y en 1818, como Síndico Procurador.
Cuando, en 1819, el poder central dispuso imponer una contribución económica voluntaria, Zavaleta integró una de las comisiones recaudadoras. En 1820, fue nuevamente Síndico Procurador. Al plantearse la posibilidad de una invasión de Martín Güemes, en 1821, el Cabildo nombró a Zavaleta, junto con Salvador Alberdi, José Agustín Molina y Pedro Cayetano Rodríguez, comisionados ante el gobierno de Salta, para evitar la guerra interprovincial.
El gobernador
En 1822, tiempos de gran anarquía en Tucumán, por el enfrentamiento constante entre Bernabé Aráoz y Diego Aráoz, de pronto se acordó una tregua. El 9 de abril, el Cabildo resolvió intentar una medida para “sofocar la guerra social y restituir la paz y el sosiego”. Y decidió que “primeramente, para evitar desconfianzas entre el gobierno de la provincia y don Diego Aráoz, se nombre en la misma hora un gobierno interino”.
Rato después, “por uniformidad de votos, sin faltar uno”, quedó designado en ese carácter don Clemente de Zavaleta, “con las facultades excepcionales y prerrogativas de tal gobernador intendente interino”. Reuniría en su persona “el mando político, de hacienda y militar, con la facultad de delegar este último en persona de probidad y confianza”. Asimismo, debían depositarse a la brevedad “las armas de ambas fuerzas” a disposición del gobernador, en una entrega “cumplida con honor y con religiosidad”.
La renuncia
Se encargaba a Zavaleta que, en un plazo de 15 días, reuniese “la representación de la campaña en la ciudad” para elegir un gobernador en propiedad y “formar una Junta Suprema, permanente o hasta que la necesidad la exija, para establecer el orden y la ley”. Pero las cosas salieron distintas. Las fuerzas de Javier López, que respondían a Diego Aráoz, atacaron a las de Bernabé Aráoz el 6 de mayo. Aunque éste las derrotó, en ese clima Zavaleta no podía gobernar. Renunció el 20 de mayo y el Cabildo asumió el mando de la provincia.
Desde entonces, su nombre se esfumó de la escena pública. Había formado su hogar con doña Francisca Núñez y luego con Dolores Ruiz de Huidobro: de ésta última tuvo un total de seis hijos.
Accidente indeliberado
Las circunstancias de su muerte constan en una anotación del diario privado del obispo José Agustín Molina. El asiento respectivo expresa: “el 25 de setiembre de 1823, murió mi antiguo y carísimo amigo D. Clemente Mariano Zavaleta, estando a caballo en la puerta de calle de mi casa, aguardándome para que saliéramos a pasear”, comienza diciendo. Apuntemos que la casa del obispo estaba ubicada en la actual 24 de Septiembre esquina Maipú. Sigue el texto: “su muerte fue repentina, y sucedió en el mismo sitio y cama donde falleció mi hermano don Pedro, y adonde lo conducimos, al accidentarse por un movimiento indeliberado”. Pareciera referirse a una caída del caballo.
Añade finalmente Molina un rotundo juicio sobre don Clemente. “Fue también un hombre de la mejor opinión, buen esposo, buen padre, buen cristiano, buen ciudadano. No hubo quien no sintiese su pérdida y diese muestra de dolor por ella, honrando sus funerales. ‘Requiescat in pace’. Lo absolví por tres veces”.