Una bala le fracturó el brazo derecho y se lo inutilizó para siempre, en 1815, en la derrota de Venta y Media. Siguieron semanas de muchos sufrimientos.
No se ignora que el general José María Paz figura en la historia argentina, y con toda justicia, entre sus grandes patriotas y militares. En la carrera de las armas, si bien conoció serias derrotas como subordinado, no perdió una sola de las batallas que mandó en jefe.
Despectivamente, sus adversarios rosistas lo nombraban como “El Manco”, por la herida que afectó su brazo derecho y que lo obligó desde entonces a tenerlo “impedido y algo recogido”. Vale la pena detenerse en esa lesión. Paz la narraría en detalle en sus “Memorias”.
Ocurrió durante la tercera y última campaña del Ejército del Norte al Alto Perú, que estuvo jalonada por una serie de derrotas que culminaron en la de Sipe Sipe, el 29 de noviembre de 1815. Un mes antes, el 20 de octubre, se produjo el contraste de Venta y Media. Allí, el regimiento de Dragones y el batallón de Cazadores fueron diezmados por el fuego de la infantería realista que tiraba desde los cerros.
“Un fuego de los más vivos que he sufrido en mi carrera militar”, recordaría el entonces mayor Paz.
Golpe en el brazo
Cuenta que, en el desorden de la retirada patriota, se ocupaba de hacer recoger los fusiles que quedaban tirados. Quiso llevarse él mismo uno de estos, que le alcanzó un soldado. En el momento de recibirlo, narra, “sentí un fuerte golpe en el brazo derecho”; golpe que “si conocí que era de bala, creí que fuera sólo una contusión por el poco dolor que de pronto me causó”.
Pero notó que el brazo había perdido su fuerza. Tuvo que dejar el fusil y tomar la espada con la mano izquierda. Pero no veía sangre ni herida, “porque el frío me había obligado a conservarme con un capote de grandes cuellos que me cubría el pecho y los brazos, hasta la cintura”. Además, estaba tan próximo el enemigo, que sólo pensaba en alejarse con urgencia.
Se dio cuenta entonces de que “mi brazo se entorpecía cada vez más”, y el dolor que sobrevino le indicó “que era algo más que contusión lo que lo afectaba”. Al poco rato, vio que “la sangre salía en abundancia por la manga de la casaca, y que el pantalón, la bota, la falda de la silla, el mandil y hasta la barriga del caballo iban cubiertos de ella”.
La hemorragia
Una hemorragia tan abundante lo había debilitado y temía desvanecerse. Se aproximó entonces un cabo Soria, de los Dragones, y Paz le pidió que le atara el brazo con su pañuelo. Pero Soria le dijo: “Mi mayor, tenga un poco de paciencia y trate de adelantar un poco más, antes de que reciba otro balazo que acabe de inutilizarlo”. Encontró adecuada la observación. “El enemigo estaba muy inmediato, nos perseguía con tenacidad y sus fuegos no se debilitaban”.
Así, mareado y sin que se detuviera la hemorragia, Paz galopó como pudo unas dos leguas. Fue entonces que el teniente tucumano Felipe Heredia (hermano de Alejandro, luego gobernador de Tucumán), “me ligó el brazo con su corbata y me lo puso en cabestrillo lo mejor que pudo”. Paz se sentía mal. Además, no había comido nada desde el día anterior. “Me faltaban fuerzas para sentarme en el caballo”.
Estado de postración
Algo se animó cuando le suministraron un poco de aguardiente con agua. Pero no quiso “que me tuviese un soldado por detrás, ni que me tirase el caballo, por lo que ya me habían quitado las riendas de la mano”. Beber un “pésimo caldo” le hizo recuperarse en algo.
El 22, cuando entraron en Chayanta, se alojó en una casa particular con otros dos oficiales heridos, el teniente Torino y el portaestandarte Ferro. Allí lo curaron con algo más cuidado. Pero seguía “en estado de postración”, cuando el ejército se movió hacia Cochabamba. Le dijeron que se fuera a Chuquisaca a restablecerse, pero se negó. No quería separarse del ejército, a pesar del caos en que se desarrollaba la retirada.
Para peor, sucedieron días de un constante diluvio. Paz cabalgaba junto a Torino y Ferro y un religioso de San Juan de Dios, fray Manuel, “que hacía las veces de cirujano de mi regimiento y a quien se había encargado de mi asistencia”.
Gran inflamación
No sabía donde pasarían la noche, hasta que los alcanzaron el capellán Pedro Mentaste y el capitán de ingenieros Felipe Bertrés. Estos le indicaron que a dos leguas estaban los molinos de Huancurí, adonde ellos se dirigían. Llegaron a los molinos a la tarde y se alojaron en una casa que el dueño había dejado vacía.
La herida de Paz era con fractura del brazo, de modo que requería más cuidado. De cualquier manera, se ocuparon de armar una fogata para calentarse y cocinar en la habitación. “Torino tenía libre su mano derecha, siendo su herida en la izquierda, y yo al contrario. Ferro, que tenía una pierna inútil, no podía caminar”. Encendido laboriosamente el fuego pudieron comer algo.
Al día siguiente reemprendieron la marcha. Cuenta Paz que “no tardó en hacerse sentir una terrible inflamación que sobrevino a mi herida, de resultas de la mojadura y desabrigo del día anterior. Más no fue sino al siguiente, que el mal se desarrolló en todas sus fuerzas. El brazo se me hinchó extraordinariamente y se me puso tan sensible, que el movimiento del caballo me era insoportable, principalmente en las cuestas o caminos quebrados sufría dolores horribles al atravesarlos”.
Cargado en andas
Tres días más tarde llegaron al pueblo de Arque. Allí estuvieron más de una semana. Paz recibió nuevas curaciones. Pero llegó el ejército “y cuando fue preciso marchar yo no podía hacerlo ya a caballo; mi amigo don Diego Balcarce y mi hermano Julián me construyeron una especie de andas, que cargaban cuatro indios al hombro, y en ese tren pude continuar a Cochabamba”.
Al arribar a ese punto, “había cedido algo la inflamación de mi herida y se empezaba a restablecer mi salud”. Su compañero Ferro ya pudo montar a caballo “y se fue al regimiento para hallarse en la próxima batalla, en la que recibió otro balazo que lo mandó a la eternidad”. Por su estado, Paz no pudo asistir al descalabro final de Sipe Sipe.
En Cochabamba, se reunió con los médicos Baltasar Tejerina, tucumano, y Francisco Cosme Argerich. De todos modos, la cercanía del enemigo que avanzaba los movió a alejarse, hasta Torata. Allí estaban muchos de los vencidos de Sipe Sipe, en un clima de caos y desorden. Salieron de Torata rumbo a Araní. Había llegado ya el teniente coronel Alejandro Heredia quien tomó el mando de la comitiva, como oficial de mayor grado.
No al retiro
Hicieron alto en Tupiza y luego en Moraya. Llegaron al fin a la quebrada de Humahuaca. Allí se encontraron con los mil hombres de la expedición patriota de French. Recién entonces Paz pudo curarse definitivamente de su herida, aunque, apunta, “había perdido el uso del brazo derecho, al menos para manejar las armas”.
En Jujuy se entrevistó con el flamante Director Supremo, general Juan Martín de Pueyrredón, quien había venido a inspeccionar las tropas. Paz le pidió autorización para trasladarse al cuartel general y pedir su retiro. Además de la herida del brazo, lo aquejaba entonces “una afección al pecho”. Pueyrredón le dijo que le concedería el retiro si se empeñaba; pero agregó, “yo le aconsejo que se conserve en el ejército, pues aunque le falte el uso de un brazo, un jefe de su graduación no es destinado a pelear, sino a hacer ostentación de su presencia en el peligro”.
Paz se dejó convencer y volvió a Humahuaca donde estaba su tropa. Recién en 1829, ya teniente coronel, afirma que “se fortificó mi constitución y recobré perfecta salud”.
Después
Bien se sabe que el brazo inútil no impidió a José María Paz desarrollar en adelante una brillante carrera militar. Por ejemplo, fue uno de los protagonistas de la victoria de Ituzaingó (1827) en la guerra con el Brasil; vencedor de Juan Bautista Bustos en la batalla de San Roque y de Facundo Quiroga en las dos de La Tablada (1829) y en la de Oncativo (1830). Años más tarde, luego de que su caballo fue boleado y pasó ocho años prisionero de Rosas, conduciría (1841) la gran victoria de Caaguazú, donde derrotó completamente al caudillo Pedro Ferré.
El general José María Paz falleció en Buenos Aires el 22 de octubre de 1854. “Austero, silencioso, grave, imponía también por su físico: rostro afeitado de emperador romano, mirada profunda y lenta, labios finos, figura erguida y alta y hasta por su manquera del brazo derecho”, lo describe uno de sus biógrafos.