El tucumano Benjamin Matienzo intentó cruzar la cordillera en su avión en 1919. Hizo un aterrizaje forzoso y murió cuando trataba de llegar a pie a un refugio de mineros.
Una de las tantas costumbres saludables de la comunidad –nacional y de las provincias- que lamentablemente se ha esfumado, es la de recordar los aniversarios (centenarios o cincuentenarios) del nacimiento o del fallecimiento de los ciudadanos ilustres. De esa manera se difundían públicamente sus méritos y se reafirmaba la gratitud de la posteridad hacia sus servicios. Es lamentable que tanto el Estado como el público hayan dejado de lado ese tributo, que hasta hace no muchos años era cosa común.
Así, ha pasado desapercibida una fecha importante, cumplida hace ya seis meses. Nos referimos a los 100 años de la muerte del aviador militar tucumano, teniente Benjamín Matienzo, ocurrida el 28 de mayo de 1919, cuando intentaba cruzar en avión la Cordillera de los Andes. El trágico suceso lo convirtió, como se sabe, en uno de los mártires de la época heroica de la aviación nacional. Las instancias que llevaron a ese desenlace merecen por cierto narrarse.
Piloto tucumano
La historia respectiva empieza en los primeros meses de 1919. Tres pilotos argentinos se preparaban entonces, en la quinta de Los Tamarindos, en Mendoza, para intentar una hazaña mayor de la incipiente aeronáutica nacional de esos tiempos: el cruce de los Andes. Eran el capitan Pedro Zanni, el teniente primero Antonio Parodi y el teniente Benjamín Matienzo.
Este último era tucumano, nacido el 19 de abril de 1891 en la casa de Congreso 171, y educado en la Escuela Normal y en el Colegio Nacional. Era hijo de un distinguido magistrado de nuestros Tribunales, el doctor Benjamín Matienzo y de doña Adela López Alurralde. Había egresado en 1910 del Colegio Militar de la Nación con las presillas de subteniente. Su primer destino militar fue el Batallón 5 de Ingenieros, de Tucumán, y luego de un breve paso por Paraná ingresó en 1917 a la Escuela de Aviación Militar.
Tres aparatos
El cruce de los Andes en avión era un enorme desafío y se azuzaban para sortearlo, recíprocamente, los aviadores de la Argentina y de Chile. El terceto de Zanni, Parodi y Matienzo tenía confianza en su pericia y en los aparatos que guiaban. Zanni comandaba un Spad con motor Hispano Suizo, de 180 caballos de fuerza, mientras los otros dos volarían en sendos Nieuport, de 165 caballos.
Puede dar idea de la precariedad de estos aparatos el hecho de que eran de madera recubierta con tela hasta el puesto de pilotaje: desde allí, su fuselaje consistía en madera solamente. En síntesis, frágiles pájaros que debían remontar alturas superiores a los 4.000 metros, batidos por los vientos helados de la cordillera.
Fallido intento
El 3 de mayo de 1919 hicieron el primer intento, sin éxito. Los Nieuport regresaron a Los Tamarindos, y el Spad de Zanni descendió en Tupungato. A todo esto, los diarios chilenos empezaron a publicar algunas ironías sobre el proyecto en las columnas de comentario.
Si bien Zanni y Parodi no les dieron mayor importancia, al tucumano Matienzo, hombre de temperamento impulsivo, esos textos le causaban verdadera indignación. Es muy probable que fuera una de las causas que lo hicieron decidirse a no tolerar otro fracaso. “O llego a Chile o me quedo en la cordillera”, habría comentado resueltamente en rueda de amigos.
Camaradas prudentes
Por fin llegó el 28 de mayo, día fijado por el nuevo intento. Eran las 6.40 de la madrugada cuando partieron de Los Tamarindos los tres oficiales: primero Zanni, luego Parodi y finalmente Matienzo. Rato después Parodi se veía forzado a regresar a causa de la rotura de un pistón, mientras sus camaradas seguían adelante. Había transcurrido una hora y ocho minutos desde el despegue cuando Zanni llegó a Uspallata. Allí hizo sus cálculos. Habían acordado que el recorrido mínimo era de una hora hasta Punta de Vacas, mitad del camino. Sí no se lo cumplía, la seguridad mandaba regresar. Zanni volvió a Los Tamarindos.
Aterrizaje forzoso
A todo esto ¿qué pasaba con Matienzo? A las 8.20 lo vieron volando sobre Puente del Inca. Si se piensa que la autonomía del Nieuport era de 2 horas y 40 minutos, su velocidad 60 kilómetros, y le faltaban 100 kilómetros para llegar a destino, el criterio de seguridad le imponía adoptar idéntica actitud a la de Zanni.
Pero no lo hizo así el temerario tucumano. Siguió adelante con su avión, en lucha frontal contra vientos de 120 kilómetros por hora, mientras se desviaba de la ruta para alcanzar mayor velocidad. Se empezaban a crear así las condiciones para la tragedia. Sobre todo cuando en el tanque del Nieuport se agotó el combustible, obligando a Matienzo a un aterrizaje forzoso en medio de la cordillera, donde se había desencadenado un feroz temporal.
Lo demás es toda conjetura. Es más que probable que pensó, equivocadamente, que podía encarar a pie el trayecto hasta Las Cuevas, sin tomar en cuenta lo que representaba una caminata de esas características.
La muerte
Caminó cerca de 20 kilómetros en medio de la nieve. Llegó hasta aproximadamente 50 metros de un refugio de mineros. Pero no lo pudo ver a causa de la ventisca y del infinito cansancio.
Estanislao S. Zeballos imagina poéticamente su fin. “Se arrastró hasta un peñón que no cubría la nieve, buscando abrigo contra el cierzo helado, y contempló el paisaje gris, como en un ambiente sepulcral. La niebla avanzaba y los cóndores descendían, ávidos de sus ojos sagrados. Les hizo fuego con el revólver, y el arma cayó también de sus manos desfallecidas. Un disparo al cerebro habría concluido con el horror de la agonía, si una tenue y lejana luz de esperanza y un valor sublime no lo sostuvieran. ¿Habrán salido en su auxilio? ¿Por qué renunciar a la lucha y a la vida? Reunió piedras para formar cabecera, se acostó en decúbito dorsal mirando frente a frente al destino pavoroso, graznaron los cóndores, sintió su garra en la cara, luchó con las negras fieras del aire y se extinguió la dulce luz de la esperanza”…
Hallan el cadáver
El cadáver del teniente Matienzo, con su rostro semicomido por los cóndores, fue encontrado el 19 de noviembre de 1919. Sus restos llegaron a Tucumán en tren, desde Mendoza, el 24 de noviembre. Se los veló en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno y, por la tarde, una imponente multitud, que encabezaba el gobernador Juan Bautista Bascary, los llevó al Cementerio del Oeste.
Durante varios años se exponían al público, en una vitrina del aeropuerto, prendas y objetos que llevaba Matienzo en su último viaje: casco y antiparras, pasamontañas, botas, guantes, brújula, revólver. ¿A dónde habrán ido a parar?
En cuanto al avión, se lo descubrió muchos años después, el 4 de febrero de 1950, en la Cordillera Real, a 4.000 metros de altura.
Recuerdos
Según los recuerdos de una amiga de la juventud, las jóvenes tucumanas de su tiempo apodaban “El Coya” a Benjamín Matienzo. “Era un joven muy fino, con una cultura natural”, testimonia. “Delgado, morocho, bien erguido, de unos ojos más bien pequeños, pero expresivos y dulces. Tenía una personalidad bien definida. Su gesto era el de un hombre decidido, que no titubeaba nunca: el de un hombre orgulloso, en el sentido de la dignidad que no se resigna”.