En 1867, el gobernador de Tucumán, Wenceslao Posse, fue derrocado por una revolución incruenta.
Cuarenta y nueve años tenía don Wenceslao Posse en 1866, cuando fue elegido gobernador de Tucumán. Miembro de una poderosa familia, era todo un carácter. Un biógrafo destacaría los “rasgos acentuadamente vigorosos” y la “complexión varonil” de este personaje. Había demostrado su temple desde joven, cuando hacía negocios en la provincia de Buenos Aires y se complicó en la revolución antirrosista de los Libres del Sur. Ordenaron su captura pero logró fugarse y, vuelto a Tucumán, fue activo participante de la Liga del Norte. La derrota de la coalición le costó el exilio en Bolivia. Al regreso, en 1845, fundó el ingenio Esperanza.
División liberal
Ni bien asumió la gobernación, llevando como ministro al cura José María del Campo, se propuso Posse ordenar el Estado. Consolidó la deuda pública, construyó escuelas, llegó a casi terminar el teatro, por ejemplo. Al ocurrir el alzamiento de Felipe Varela no dudó en montar a caballo al frente de 1.200 guardias nacionales y marchó a Catamarca. No llegó a participar en Pozo de Vargas, y después de esta acción regresó a Tucumán para reasumir el gobierno, que había delegado en su pariente Ángel Arcadio Talavera.
Pero ocurrió que el Partido Liberal al que pertenecía Posse se dividió. Quedó separada una fracción con el nombre de “Club del Pueblo”, que pujaba por la candidatura mitrista de Rufino de Elizalde para la presidencia de la República, mientras Posse sostenía la de Domingo Faustino Sarmiento, que finamente triunfaría.
La revolución
Posse apretó las clavijas de los disidentes en varios aspectos. Tanto, que el “Club del Pueblo” resolvió abstenerse en las elecciones de legisladores, de modo que todas las bancas y la diputación nacional fueron para los hombres de Posse. Apoyaban firmemente al Club los dirigentes santiagueños Manuel y Antonino Taboada, quienes constituían la más fuerte baza del mitrismo en el interior, y que dispensaban un odio particular al ministro Campo.
El 30 de junio de 1866, a las dos de la tarde, cuando el gobernador Posse se encontraba en el Café de Valladares jugando a “la pechanga”, se oyeron tiros por el lado del Cabildo. El gobernador salió a ver qué ocurría, acompañado por Talavera. Este narra que “cuando llegábamos a la calle del paseo vimos correr un grupo de hombres al Café de Valladares, tocando los tambores a tropa; continuamos hasta el primer arco del Cabildo, siempre por el paseo. Entonces le dije al gobernador: ‘esta es una revolución y consumada: ahí está (Octavio) Luna en la galería alta, dando vivas a la libertad y al señor Taboada y mueras a usted; esto es terminado, volvamos’”. Todo “en medio de tiros y gritería consiguiente”.
Captura de Posse
Los alzados capturaron rápidamente al gobernador Posse, quien no atinó a ocultarse, y lo trajeron “bien escoltado y engrillado, sufriendo una buena salva de injurias, según es de rigor en estos casos”. El golpe se había consumado sin que se disparase un solo tiro. Los revolucionarios habrían comprado por 500 pesos al coronel Andrade y al coronel Salinas, jefe de la guardia de Cabildo, que el día del movimiento licenció a casi todos los soldados del piquete provincial.
Posse se resignó a lo inevitable. Desde su arresto, ordenó a su hermano Emidio, comandante de Lules, que disolviera el batallón que había aprestado para sostener al gobierno. Según José Posse, al principio don Wenceslao se resistió a dar esa orden, pero cuando le pusieron una segunda barra de grillos tuvo que ceder. Poco después, los revolucionarios capturaban a Emidio y a José Ciriaco Posse, otro de los hermanos, desterrándolos de la provincia.
La renuncia
El 2 de julio, Posse renunció a la gobernación desde su encierro. El cabecilla del golpe era el coronel de milicias Octavio Luna, quien convocó a la Legislatura para que tratara la dimisión. En el relato de José Posse, para disimular la presión sobre don Wenceslao, hicieron “la farsa abominable” de sacarlo de la casa y llevarlo a la vivienda “del médico Padilla con escolta, como si no fuera lo mismo, para no tener libertad de acción y de voluntad, estar preso en un palacio que en un calabozo”.
En su renuncia, Posse expresaba que “el movimiento popular me ha convencido de que no tengo medios para dominarlo, estando la opinión del país uniformada por la terminación de mi gobierno”. Advertía que habría podido requerir, para mantenerse, la intervención federal; pero pensaba que “una manifestación tan general y espontánea de la voluntad del pueblo nos impone, como buen ciudadano, el deber de acatarla”. Esto además de que repugnaban a su espíritu “la efusión de sangre de hermanos y los quebrantos de la fortuna pública”.
Luna interino
La Sala aceptó la renuncia y nombró gobernador interino a Luna por el término de dos meses. Don Wenceslao estuvo cautivo un tiempo más en la casa de Pedro Alurralde. Según José Posse, lo obligaban a costear de su bolsillo el jornal de los 20 hombres que debían custodiarlo. Ya habían aparecido en la escena otros partidarios del golpe: Eusebio Rodríguez, Salustiano Zavalía y su hijo David, Tiburcio Padilla, Federico Helguera, Agustín Muñoz y otros.
Los partidarios de Posse clamaban a Buenos Aires pidiendo la intervención federal y denunciando atropellos. El cura Campo aseguraba que habían destrozado su cañaveral y que sus hermanos Silvestre y José Domingo deambulaban desterrados.
El tucumano Marcos Paz presidía entonces la República, por encontrarse el titular Bartolomé Mitre en la guerra del Paraguay.
La Nación se abstiene
Ante los reclamos, se aferró Paz al hecho de la renuncia de Posse. Expresó que esta, “habiendo sido presentada con toda espontaneidad, según parece, y admitida, creó un nuevo orden de cosas que ha dado alguna forma legal a los hechos”. Y en tal situación, “la autoridad nacional, a la que se le ha dado conocimiento de todo lo sucedido, nada puede hacer por lo pronto, si no es limitarse a una prudente expectación, aguardando que se consolide el nuevo gobierno que surja legalmente”, o a que “otros sucesos que pudieran ocurrir, le aconsejen la posición en que deba colocarse”.
El tucumano Nicolás Avellaneda, ministro del gobernador bonaerense Adolfo Alsina, se congratulaba ante la dimisión de Posse. “Es un conflicto menos en la situación de la República y un desahogo para nuestro corazón de tucumanos, el ver que los sucesos se desenvuelven pacíficamente y entran al mismo tiempo en la vía legal. La revolución y sus medios de ejecución han demostrado que el gobierno de Posse y Campo no tenía un solo partidario en la provincia”.
Luna en propiedad
La participación de los Taboada fue decisiva. Por ejemplo, en una carta de David Zavalía -ahora ministro de Luna- a Manuel Taboada, le decía que tardó en comunicarse con él, “ocupado de buscar el modo de realizar nuestra obra, la que hemos llevado a cabo con toda felicidad. El decantado poder del fraile Campo y los Posse, en pocos momentos ha desaparecido sin que cueste una vida, ni sacrificio alguno de consideración al país… Este es un servicio que Tucumán jamás lo olvidará”.
Aunque el golpe no costó vidas, costó dinero. Meses después, Luna presentaría a la Sala una cuenta: “préstamos hechos por varios ciudadanos el mismo día de la revolución”, 2.015 pesos; “entregado por Tesorería al jefe de Policía para varios gastos y gratificaciones”, 1.000 pesos. Las “gratificaciones a las tropas y guardias nacionales”, sumaban 8.299,50 pesos…
A la hora de elegir gobernador en propiedad, a muchos se les ocurrió ofrecer la candidatura al vicepresidente Marcos Paz, nominación que este rechazó. Finalmente, el interino Octavio Luna fue puesto al frente del Ejecutivo, en propiedad, cargo que desempeñaría hasta 1869.
Después
José Posse, indignado, en carta a Sarmiento describía a Luna como “un compadrito, lo mas irreflexivo y brutal que puedas imaginarte”. Uno de los partidarios de Luna, el doctor Ángel Cruz Padilla, le reconocía algunas virtudes: “si no es competente para un puesto semejante, al menos tiene la ventaja de ser dócil a las inspiraciones del patriotismo. Tiene unido y compacto en torno a sí a todo el Partido Liberal, con la única excepción de algunas personas de apellido Posse que aún permanecen resistentes”.
En cuanto a don Wenceslao, se alejó de la política para concentrarse en su ingenio Esperanza y en sus vastos establecimientos rurales, como el Alto de las Salinas o Yaramí. Residió un tiempo en Buenos Aires. Allí adquirió tierras en Lobería, integró la Comisión de Obras de Salubridad de la Nación y donó al Estado una importante escuela, instalada en el centro de la ciudad porteña. Volvió a Tucumán y falleció, cargado de años, en su casona de calle Laprida segunda cuadra, el 3 de enero de 1900.