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LA CASA. En esta foto de 1980 ya se ve derruida la casa de El Manantial donde residió el sabio en su estadía

De julio de 1859 a enero de 1860, Germán Burmeister permaneció en la provincia y dejó sobre ella un valioso testimonio.


Con notorio acierto, Edmundo S. Calamaro calificó a Germán Burmeister de “testigo científico de la Argentina criolla”. En efecto, el sabio, nacido en Alemania en 1807 y fallecido en Buenos Aires en 1892 fue, para este país, “el mayor divulgador, ante el mundo, de los conocimientos obtenidos hasta entonces en nuestro territorio y de sus infinitas posibilidades naturales”, como sintetiza un biógrafo.

En su tierra, Burmeister se graduó de doctor en Filosofía y de doctor en Medicina, pero resolvió dedicarse por completo al estudio de las ciencias naturales. Sobre aspectos de ellas escribió varios y eruditos libros, editados en Europa. Llegó a Buenos Aires en 1857 y, salvo un breve intervalo, se quedaría en la Argentina hasta el fin de sus días. Durante tres décadas dirigió el Museo Público de Buenos Aires, ideó la fundación de la Academia de Ciencias de Córdoba y desarrolló una cuantiosa tarea científica plasmada en centenares de escritos.

Seis meses en Tucumán

Nos interesan especialmente los capítulos que dedicó a Tucumán en su célebre libro de 1861, “Viaje por los Estados del Plata, con relación especial a la naturaleza física y el estado cultural de la República Argentina, efectuado en los años 1857-1860”.

Burmeister estuvo afincado en Tucumán por espacio de seis meses, desde el 25 de julio de 1859 hasta el 27 de enero de 1860. Dividía su tiempo con habilidad. Uno de los buenos amigos que hizo aquí, don Guillermo Chenaut, le prestó la casa de su finca en El Manantial, para que allí se dedicara tranquilamente a redactar sus trabajos sobre la flora, fauna y clima, con el material que recogía durante largos viajes a caballo. La finca estaba lo suficientemente cerca de la ciudad como para que Burmeister, además, pudiera frecuentar con comodidad a los vecinos cuando quisiera.

Valioso registro

Desde la galería de esa vivienda ejecutó el excelente dibujo “Vista de la falda de la sierra de Tucumán”, que se publicó como litografía coloreada en el magnífico álbum “Vues pittoresques de la République Argentina” (1881).

Gracias al viajero alemán, tenemos valiosas y detenidas descripciones de edificios que nunca fueron registrados en dibujos, pinturas o fotografías, y que ya no existen. Por ejemplo, la vieja iglesia de La Merced, así como detalles de la Matriz recién inaugurada, cuya arquitectura censuró ásperamente. También se comprometió con nuestra vida cultural, llegando a trazar el plano de un nuevo teatro para los tucumanos, que no llegó a erigirse.

“VISTA DE LA FALDA DE LA SIERRA”. Dibujo de Burmeister ejecutado desde su casa de El Manantial, e incluido en “Vues pittoresques de la République Argentina”.

Música y “bichos”

Como casi todos los alemanes, era un amante de la música. Ni bien se enteró de que acababa de formarse en la ciudad una “Sociedad Filarmónica” frecuentó sus tertulias, en compañía de su compatriota Carlos Olearius, profesor del Colegio Nacional. Sabemos, por ejemplo, que participó como ejecutante, el 25 de octubre de 1859, en un concierto a beneficio de la Sociedad referida, donde dirigía el conjunto musical el profesor español Eliseo Cantón, y se destacaba Jacinto Anitúa con la flauta.

No dejaba de despertar curiosidad la tarea que desarrollaba este personaje entre los tucumanos, nada habituados a la presencia de investigadores científicos. El 4 de agosto de 1859, por ejemplo, un suelto en el diario “El Eco del Norte” avisaba que, como Burmeister formaba colecciones de entomología, “todo el que le presente algún insecto o bicho raro será bien gratificado”.

Certeras observaciones

Y le debemos a Burmeister -descontando sus aportes de ciencia- certeras observaciones respecto de las primitivas curtiembres, y de los ingenios azucareros en la etapa previa a su maquinización a vapor. También, las relativas a la artesanía de las randas, los hábitos locales en materia de vinos y licores, la potabilidad del agua, la excavación de pozos, para citar sólo unos pocos rubros.

Su texto trae, por ejemplo, la atractiva narración de un viaje desde Cevil Redondo hasta la estancia de San Javier, propiedades ambas del ex gobernador José Frías. No menos amena y descriptiva es la referente al viaje que lo llevó hasta el Valle de Tafí. Allí pudo examinar un menhir, cuyo dibujo bosquejó su acompañante Olearius. “Tiene una decoración muy sencilla, cuya naturaleza no se puede explicar bien”, anotó.

El sur y el Colegio

Resulta también muy interesante su visión del viejo convento de San José de Lules, edificio que pudo ver tal como era en la época de los jesuitas, y ya en avanzada ruina. Estuvo igualmente en Monteros, en Famaillá, en Medinas. Se detuvo largamente en sitios como Ñaschi y la estancia de La Invernada, propiedad de su compatriota Guillermo Erdmann, donde pasó varios días.

Burmeister fue invitado a integrar las mesas examinadoras del Colegio San Miguel, que dirigía Amadeo Jacques. En el minucioso informe que elevaría el 22 de diciembre de 1859 afirmó que el establecimiento “ocupa el rango de un gimnasio de primera clase del Estado Prusiano”. Comentaba allí que “con admiración he notado el despejo y presencia de espíritu con que los alumnos demostraron la extensión de sus conocimientos, contestando preguntas muy variadas”.

EN EL MÁRMOL. Estatua erigida en Buenos Aires en homenaje al sabio.

Una nueva mariposa

A Burmeister le encantaba la propiedad que le facilitó Chenaut en El Manantial. Es que, dice, “se prestaba admirablemente para mi objeto; se hallaba al lado del camino a Catamarca, que es donde principia el que cruza la cordillera hasta Copiapó; estaba cerca de un arroyo que contenía muchos pescados; tenía un bosque casi sin talar; a su frente se extendía la llanura hasta Tucumán, y tenía la hermosa perspectiva de la sierra ante mis ojos, con sus picos sobresalientes cubiertos de nieve”.

En esa la zona, según narra su “Viaje”, encontró numerosas variedades no clasificadas. Capturó, por ejemplo, cierta singular mariposa. “Una especie nueva de ‘Anartia’, parecida a ‘A. Amathea’, pero más esbelta, con alas posteriores acutángulas y una banda manchada ancha y blanca, cuyas manchas sobre las alas posteriores son todas blancas”, narra. En homenaje a “una familia amiga de la casa donde vivo”, los Silva (que era el apellido materno de la esposa de Chenaut, doña Lidia Zavaleta) bautizó a esta “mariposa elegante” con el nombre de “Anartia Silvae”…

GERMÁN BURMEISTER. Un retrato de sus últimos años.

La primera edición

La llegada a Tucumán le causó gran impacto. Ese telón de fondo de la serranía, “de mediana altura, cubierta con tupidos bosques de un color verdinegro oscuro, dominado por el pico dentellado del Aconquija, cubierto de nieve en su parte superior y de un hermoso color rosado en su ladera”. Le parecía “un panorama atrayente, que sorprende y agrada, y que no será fácilmente alcanzado por el de ninguna otra ciudad argentina”. Afirmaba: “yo, por mi parte, no recuerdo haber visto una perspectiva más hermosa que la que corresponde al delicioso Tucumán, principalmente desde la altura del río, cuando uno llega de Santiago”.

Vale la pena recordar que el libro de Burmeister recién fue editado íntegro al castellano, en tres tomos, en 1940-41. Pero varios años antes, la Universidad de Tucumán -provincial todavía- había publicado, en traducción de Cesáreo Wessel y con prólogo de Ángel Gallardo, lo referido a su estadía en Santiago del Estero y en Tucumán. El tomo, de 113 páginas estampadas en la prestigiosa imprenta porteña de Coni, se tituló “Descripción de Tucumán”.