De diciembre de 1855 a mayo de 1857 estuvo en la ciudad natal y luego partió definitivamente a Buenos Aires.
Si Nicolás Avellaneda hubiera resuelto quedarse en su Tucumán natal cuando volvió de la Universidad de Córdoba es probable que hubiera tenido destacadas posiciones públicas, dados su talento y sus condiciones. Pero no es probable que hubiera llegado a la presidencia de la República.
Claro que no tenía decidido nada cuando dejó Córdoba, a comienzos de diciembre de 1855, tras cinco años de estudios. Se ignora la razón de ese regreso. Había terminado la carrera de abogado, pero le faltaba dar los exámenes denominados “previa” e “ignaciana” para graduarse de licenciado y de doctor. Acaso pensaba volver el año siguiente y rendirlos, pero en sus cartas parece dar por concluida la etapa cordobesa.
Una revolución
Luego de abrazarse con su incontable parentela, don Ruperto San Martín lo tentó a ejercer el periodismo en “El Guardia Nacional”, hoja de su propiedad. Avellaneda aceptó. La gente empezó a ver su firma impresa en artículos de opinión o de crítica literaria. Además, por esa vía se relacionó con el más afamado diarista político de la época, José “Pepe” Posse, el amigo de Sarmiento.
De pronto, la ciudad tuvo un sobresalto con la denominada “revolución de los Posse”. Miembros de esa importante familia, con la autoría intelectual del ex gobernador José María del Campo, quisieron desalojar del Cabildo al gobernador electo, general Anselmo Rojo. La intentona -durante la noche del 16 de abril de 1856- terminó en fracaso. Los Posse y Campo fueron llevados a la cárcel y sometidos a proceso.
El primer pleito
Campo necesitaba un abogado que lo defendiera y probó suerte con el joven Avellaneda, que ya había conseguido la habilitación para ejercer como letrado. Este respondió afirmativamente a la oferta, no sin zozobra.
Recordaría, años después: “había vuelto a Tucumán sin hallarme más adelantado, respecto de conocimientos profesionales, que el saber algo del fárrago indigesto que me habían hecho aprender con el nombre de Derecho Romano” Y, “respecto de práctica, no sabía una sola palabra y jamás, ni por vía de ensayo, había hecho un escrito”. Lo único que había adquirido era “mucha aversión por la ciencia que debía ser el culto de mi vida. Era que no la comprendía”.
En el juicio, defendía a los Posse el doctor Benigno Vallejo. La diestra táctica de este fue cargar la responsabilidad sobre Campo, y en esa dirección enderezaron las declaraciones de los procesados. De su lado, Avellaneda afiló sus armas construyendo una no menos hábil defensa.
Con destreza
A pesar de sus quejas y reservas sobre la enseñanza cordobesa, en sus escritos (la defensa y la contestación al alegato del fiscal), mirados hoy, se siente la respiración del hombre de leyes, que elabora su argumentación sobre los huecos que exhibe la de la contraparte. Además, aprovechaba para resaltar valores que entendía esenciales: conquistas de la Constitución que no existían cuando su padre fue arrestado y decapitado sin juicio alguno por la pura voluntad de un general victorioso.
Finalmente, el juez impuso a Campo y a cuatro de los Posse penas de destierro por seis años. Claro que el fallo no llegó a ejecutarse sino en mínima parte. Pocos meses después, todos regresaron a la ciudad.
Otras funciones
De esa época hay una carta de Avellaneda a Córdoba, a su amigo Luis Vélez. Le transmite su impresión de la vida forense tucumana. Narra que hay un gremio de abogados “diminuto”, pero los pleitos “tienen menos duración que en Córdoba: hay allí más arterias, amaños e intrigas”, observa.
La habilitación de abogado le abre la puerta a otros cargos forenses en Tucumán. El 15 de mayo de 1856 lo designan Defensor General de Pobres y Menores, cargo anexo al de Síndico Procurador de la Ciudad. Por la certificación que luego le otorgarían, sabemos que en esa época ejerció la profesión “ante el Juzgado de Primera Instancia en lo Civil y Criminal”. Se desempeñó como “juez especial en muchas causas, por impedimento del propietario”, y también como “asesor especial en varias causas del fuero mercantil”.
La aldea sofoca
Después del golpe de los Posse, la vida de Tucumán regresó a la normalidad en lo que faltaba de 1856. El general Rojo renunció al gobierno por su mala salud, vino el interinato del doctor Uladislao Frías y luego la elección de un tío político de Avellaneda -esposo de Tomasa Silva-, el doctor Agustín Justo de la Vega. Al producirse ese nombramiento, Vega era ministro de Hacienda de la Confederación Argentina, y un curioso decreto lo autorizó a asumir la gobernación reteniendo aquella cartera, a la que nunca regresaría.
A esta altura, Avellaneda aún no ha resuelto lo que hará con su vida. Algunas veces piensa quedarse en Tucumán, estimulado por los afectos de familia y las amistades desde la niñez, que siempre han sido cosa importante para él. Pero sufre la sofocación de la aldea y de su pequeñez. Es entonces cuando se le ocurre que puede hacer mejor carrera en otra parte y que en Tucumán está perdiendo el tiempo.
“El Eco del Norte”
Al terminar 1856 y desaparecido el efímero “Guardia Nacional”, decide Avellaneda fundar un semanario, junto con el doctor Román L. Torres, que había sido su contrincante, como fiscal, en el juicio contra Campo y los Posse. Será Torres el editor responsable. El 27 de diciembre de 1856 sale a la calle “El Eco del Norte”, que aparecerá los sábados.
El “prospecto” o anuncio del diario está firmado Nicolás “de” Avellaneda. Apunta el biógrafo Juan M. Garro que mantuvo esa partícula en el apellido -que usaban su padre y sus antepasados- hasta la época en que fue ministro en Buenos Aires.
“El Eco” se proponía dar a conocer Tucumán en todas las provincias, revelando sus “fuentes de segura riqueza, para atraer hombres y capital”. Pondría el acento en “los intereses materiales”. Entendía que el trabajo daba la conciencia de los deberes y la visión de los destinos. Era “un refugio contra nuestras agitaciones”, y lo era “mucho más en estas regiones, que en vez de pueblos muestran bosques y desiertos”.
Consejos del tío
Pero ser redactor de un diario provinciano no conforma a Avellaneda. Siente como una urgencia de partir hacia donde sucedan cosas importantes. Habla de todo eso con el tío Vega, quien escucha y comprende. A él le parece que el sitio ideal para Nicolás Avellaneda es Paraná, capital entonces de la Confederación. Como ha sido ministro del presidente Urquiza, puede darle recomendaciones suficientes.
Entonces, Avellaneda renuncia a la Defensoría de Pobres y también abandona sin pena “El Eco del Norte”. Poco antes, su hermano Marco ha resuelto probar suerte en Buenos Aires, empleado en la casa de negocios de Bernabé Ocampo, esposo de su tía Felisa Silva. En Tucumán quedan los otros dos, Manuel y Eudoro. El primero prefería la vida de campo, en Tafí, manejando la estancia de su madre, hoy “Las Carreras”. El otro, en cambio, será alumno del Colegio San Miguel, que dirigía Amadeo Jacques, luego de un tiempo en las aulas de Monserrat. Se convertiría después en importante industrial azucarero, asociado con don Brígido Terán.
La decisión
El historiador Agustín T. Molina supone las cavilaciones de Avellaneda. No lo convence pedir favores a Urquiza, quien para él es bastante parecido a Rosas. Además, se le hará difícil “actuar entre los hombres de la Confederación pensando como los de la ciudad de Mayo”. De todos modos, parte rumbo a Paraná. En el largo viaje pasa por Córdoba. Aprovecha para remozar las amistades de estudiante, acaso retira de la Universidad los certificados de su carrera, y sigue viaje.
Será al llegar a Rosario donde toma la decisión definitiva. Molina supone que, cuando percibe, en una información de “El Nacional”, que su tío Vega está ahora malparado ante el Gobierno federal, encuentra el pretexto para considerar inconveniente el viaje a Paraná. Entonces, tuerce el rumbo hacia Buenos Aires.
En Buenos Aires
Llega a la gran ciudad -que pisa por primera vez- el 6 de mayo de 1857. De entrada alquila una modesta habitación de planta baja de la calle Venezuela. Luego, gracias a Benjamín Zorrilla, se instala en una pensión decente, como subinquilino del zapatero Kirchenbilder, en una casita de Perú entre Venezuela y México.
Concluye sus estudios. Al año siguiente, se gradúa de doctor en Jurisprudencia. Trabaja como abogado en el estudio de José Roque Pérez y ejerce el periodismo en “El Comercio del Plata” y “El Nacional”. Ama la literatura y dicta una cátedra en la Universidad; pero ya tiene claro que su vocación central es la política.
Ingresa a ella en 1860, como diputado a la Legislatura de Buenos Aires. Luego, su carrera se dispara hacia arriba: ministro del gobernador porteño Adolfo Alsina, en 1866; ministro de Instrucción Pública del presidente Domingo Faustino Sarmiento, en 1868; presidente de la República de 1874 a 1880. Luego senador nacional por Tucumán y simultáneamente rector de la Universidad de Buenos Aires, Nicolás Avellaneda morirá el 25 de noviembre de 1885, a los 49 años.