La última incursión del Ejército del Norte en el Alto Perú, con la columna de Gregorio Aráoz de La Madrid
“¿Se animaría usted, querido Gregorio, a realizar una empresa atrevida, dirigiéndose secretamente sobre Oruro por el despoblado, con cuya operación podemos salvar el ejército y conseguir enormes ventajas, si la fortuna y su coraje le ayudan?”. Según el tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid, coronel por entonces, esta fue la textual pregunta que le dirigió el general en jefe del Ejército del Norte, Manuel Belgrano, en Tucumán, a principios de marzo de 1817. Por supuesto que contestó que sí. Belgrano lo animó prometiendo darle buenos soldados, además de 300 caballos, 600 mulas y dos piezas de artillería.
Así fue planeada la última incursión que llevó a cabo el Ejército del Norte en el Alto Perú. Fuerza que, como se sabe, desde 1810 hasta entonces había triunfado en tres batallas, Suipacha, Tucumán y Salta, que fueron esterilizadas por las derrotas de Huaqui, Vilcapugio, Ayohuma y Sipe Sipe. Desde este último desastre (noviembre de 1815) el Ejército del Norte estaba acuartelado en Tucumán sin moverse, y el cuidado de la frontera norte corría a cargo del general Martín Güemes. Este, con sus intrépidos escuadrones gauchos, detendría los reiterados intentos de invasión realista desde el Alto Perú.
La incursión de La Madrid quedó memorable por la toma de Tarija, el 15 de abril de 1817, su único éxito. Acaba de cumplirse su bicentenario, lo que hace oportuno recordarla en las líneas que siguen.
Falta de caballos
Los soldados que compusieron la columna de La Madrid fueron, narra, unos 150 húsares, “todos decididos y valientes”, además de “cincuenta milicianos de Tucumán, que los saqué del cuerpo que llamaban los peladitos de Famaillá, que era uno de los más decididos de dichas milicias”. El 18 de marzo partió La Madrid con su contingente, despedido por una proclama de Belgrano. En clase de “aventurero”, por hallarse suspendido en su grado (después lo recobraría) el capitán Lorenzo Lugones revistaba en el grupo. Los caballos que llevaban eran insuficientes, pero el general prometió que recibirían mayor cantidad en el camino.
A los pocos días, La Madrid sufrió un serio accidente, cuando un soldado arrojó su lazo sobre los caballos y la armada cayó sobre su cabeza. Alcanzó a poner los dedos entre el rostro y el lazo, pero no pudo evitar la feroz desolladura. Cuenta que “quedé por mucho rato viendo visiones y marché unos cuantos días ciego, porque se me formó una costra sobre los dos ojos que apenas me permitía vislumbrar un poco…”
Alrededor del 26, estando ya en el valle de San Carlos, llegaron los caballos enviados desde Tucumán. Pero eran muchos menos de los prometidos. La Madrid se quejó del incumplimiento, en un amargo oficio dirigido a Belgrano. Le hacía notar lo indispensable que resultaban buenas cabalgaduras para una empresa como la proyectada.
Con gran sigilo
Y, despachado el oficio, La Madrid siguió viaje, pero, cuenta en sus memorias, “apartándome de las indicaciones del general”. Así, resolvió que no marcharía a Oruro sino que, cruzando por los campos de Casabindo, se dirigiría a Tarija, ciudad que pensaba tomar. Para que no se enterara de su presencia el ejército realista, tomó la acertada precaución de llevar cautivos a todos los que lo vieran pasar, en un número que llegó a las cien personas.
Un día antes de llegar a Tarija lo alcanzó un oficio de Belgrano, quien le reclamaba el hecho de haber cambiado de ruta. La Madrid le contestó, entre otras cosas, que el incumplimiento en la provisión de caballos lo había obligado a esa medida.
Ya con Tarija a la vista, la fuerza del coronel realista Mateo Ramírez divisó la polvareda de los jinetes invasores. Pensó que era un grupo de gauchos del coronel patriota Francisco Pérez de Uriondo, y se dispuso a perseguirlos. Pero cuando vio que se trataba de soldados que se desplegaban en batalla, contramarchó y se refugió en la plaza de Tarija, que estaba circundada por una trinchera.
Es conocido que La Madrid, en sus memorias, nunca desdeñó la exageración de sus hazañas. Por eso debe tomarse con bastante beneficio de inventario su detallada narración de lo que siguió.
La intimación
Cuenta que colocó su infantería y artillería en un alto, ubicado a “un tiro de cañón” de la ciudad de Tarija y desde la cual la dominaba. Intimó rendición a Ramírez y, como este se negó a acatarla, La Madrid empezó un violento cañoneo, a tiempo que su caballería entraba en los puntos principales de Tarija.
Así, los realistas quedaron encerrados y bajo fuego. Por medio de chasques, intentaron pedir auxilio a los escuadrones que estaban en Cotagaita, en Potosí o en Cinti, pero los patriotas capturaron a los mensajeros, o estos directamente se entregaron.
Ya de día, La Madrid se enteró de que se acercaba una fuerza realista y marchó inmediatamente a verificarlo. Estaba por colocarse en La Tablada de Tolomosa, a “un cuarto de legua” de Tarija, cuando vio que los enemigos estaban prácticamente encima. De inmediato, despachó al ayudante Victorio Llorente ante su segundo jefe, el comandante Antonio Giles, para requerir que le enviara con urgencia la compañía 2 de húsares, que mandaba el capitán Mariano García.
Ya colocado en La Tablada, tuvo claro que se acercaba rápidamente un escuadrón realista formado en batalla, con unos cuarenta tiradores dispersos al frente.
Carga triunfal
“El lance era crítico y peligroso”, narra La Madrid. No tenía todavía los húsares pedidos y los realistas estaban listos para atacar. Entonces, entre retirarse o “aterrar al enemigo con mi audacia, precipitándome sobre él”, eligió lo segundo. Mandó salir por la derecha al ayudante Manuel Cainzo con diez hombres y por la izquierda a ocho, con el ex capitán Lorenzo Lugones. Esto a tiempo que ordenaba “¡Carabina a la espalda y sable a la mano, a ellos, que son unos cobardes!”, y mandaba al trompa tocar “a degüello”.
La violenta acometida tuvo un efecto tan imprevisto como eficaz. Los tiradores volvieron la espalda y fueron “acuchillados en el acto”. El escuadrón realista, formado sobre todo por milicianos, se puso en fuga. Todo fue tan rápido que, cuando García llegó al galope con los húsares, ya La Madrid estaba matando gente y tomando prisioneros. Recorriendo el campo, dice, “se encontraron 63 hombres muertos” de los enemigos, mientras que, de los patriotas, sólo había muerto el “negro herrador” y había cinco seis soldados “heridos levemente”.
Regresó entonces a su posición, narra, “envanecido de tan prodigioso triunfo”. Se reunió con las tropas y envió al pueblo un par de prisioneros heridos. Rato después, mandó como parlamentario a Cainzo, con una tajante intimación a Ramírez.
Tarija se rinde
El mensaje de La Madrid decía que “si no se rinde a discreción en el término de cinco minutos, será pasado a cuchillo, igualmente que su tropa”.
Entonces, Ramírez decidió capitular. Sus soldados, que eran unos 300, entregaron a los vencedores las armas, municiones, elementos de maestranza y provisiones. Luego, La Madrid remitió los prisioneros a Tucumán por Oruro, con el capitán Carrasco escoltado por los 50 peladitos de Famaillá.
Otros historiadores dan una versión bastante distinta de la jornada. Según ella, La Madrid operó unido con las fuerzas de Uriondo, de José María Avilés y de Eustaquio “El Moto” Méndez. Y sostienen que la carga decisiva no fue de La Madrid sino de Méndez quien, para los tarijeños, es hasta hoy el gran héroe de la batalla y tiene una estatua ecuestre.
La Madrid permaneció en Tupiza dos semanas. Consiguió caballos frescos, reforzó sus húsares con “más de 60” jóvenes de Tarija y el 5 de mayo partió de allí “con más de 400 hombres”. Dice Bartolomé Mitre que su gran error fue abandonar Tarija, en lugar de hacerse fuerte allí. Pero esto último, comenta, “era incompatible con la ciega heroicidad de La Madrid, a la cual faltaban las luces de la previsión y la fortaleza de la paciencia”.
Después, derrotas
El éxito de Tarija y su excesiva confianza, le dieron la idea loca de apoderarse nada menos que de Chuquisaca. Luego de capturar, en la quebrada de Cachimayo y con una hábil estratagema, a unos 60 soldados realistas, atacó Chuquisaca y fue rechazado. Desde entonces, se sucedieron una derrota tras otra. La Madrid fue batido en Yamparáez, en la quebrada de Pilcomayo y finalmente en Sopachuy. Debió retirarse hacia Tucumán, entre mil vicisitudes y escaramuzas que narraría con excesivo detalle en sus memorias.
Llegó a destino en los últimos días de diciembre de 1817. Lo recibió una multitud que lo vitoreaba, encabezada por Belgrano y por el gobernador Bernabé Aráoz. En La Ciudadela, aguardaba, en su honor, una formación completa del Ejército del Norte. Por su participación en la campaña, recuperó su grado el capitán Lugones.