Se ha cumplido un siglo de la muerte del doctor Tiburcio Padilla, destacado médico que gobernó Tucumán y lo representó como diputado y senador nacional.
La historia de Tucumán durante la segunda mitad del siglo XIX, abunda en ilustres servidores públicos. Uno de ellos fue el doctor Tiburcio Padilla. Hace pocos días (exactamente el martes 17) se cumplió un siglo de su muerte. No es raro que la fecha pasara desapercibida: nuestro pueblo es cada vez menos afecto a honrar los aniversarios de sus grandes ciudadanos.
Nacido en esta ciudad el 5 de julio de 1835, era uno de los varios hijos del hacendado de Lules, don Miguel Manuel Padilla y de doña Tomasa Puente. El padre decidió que Tiburcio y Ángel Cruz tendrían carrera universitaria, mientras retenía a José, Isaías y Miguel para que lo ayudaran en sus negocios. Con los años, Ángel Cruz, abogado, sería el creador del hospital que hoy lleva su nombre. Y José, fundador, con Isaías, del ingenio Mercedes, sería el gran intendente que trajo la luz eléctrica a Tucumán y abrió las cuatro avenidas.
Doctor en Medicina
Tiburcio Padilla aprendió las primeras letras en la escuelita del convento de San Francisco, y después se educó en Catamarca, en la renombrada Aula de Latinidad del padre Ramón de la Quintana. Allí tuvo, entre sus profesores, a fray Mamerto Esquiú. Ingresó a la Universidad de Córdoba y de allí pasó a la de Buenos Aires. En su Facultad de Ciencias Médicas se graduó de doctor en Medicina con una tesis titulada “De la disentería”.
A su gran amigo y comprovinciano, el doctor Nicolás Avellaneda, le tocó pronunciar como padrino, el 1 de abril de 1861, el discurso de recepción del flamante doctor. Destacó su contracción de estudioso. “Os he visto palideciendo en la vigilia, ascender lentamente hasta esa Cátedra de los Doctores; os he seguido día tras día, confidente, inclinado sobre vuestro pensamiento, mientras arrancábais paciente a la ciencia sus misterios y permanecíais ligado, con invencible propósito, a esa piedra del sacrificio que se llama un gabinete de estudio”, exaltó el futuro presidente de la República.
Visitas a caballo
Retornó de inmediato a Tucumán y pocos meses después formaba su hogar con doña Clemencia Frías. En 1862, ya era Médico Titular de la Provincia. Ejerció con intensidad la profesión durante toda su vida. Un niño de entonces, Ignacio Robles Madariaga, recordaba a Padilla cuando, “montado en un hermoso caballo blanco”, cumplía el rito cotidiano de visitar a sus pacientes. “Muchos enfermos curaba el doctor Padilla y debían ser muy pocos los que le asignaban honorarios; porque casi todos eran de la clase pobre, a los que atendía con indeclinable solicitud”. Todos lo veían, “en las primeras horas de la mañana, apearse a las puertas de las modestas viviendas. Allí, bajo los techos humildes, la bonhomía del médico se prodiga y su ciencia y su vocación íntima se insinúan en una suerte de prodigios”, narra este testigo. En 1867, al movilizarse la Guardia Nacional en todo el noroeste, con motivo del alzamiento de Felipe Varela, fue designado “médico y cirujano de la División Tucumán”.
El gobernador
Un hombre de su posición no podía permanecer ajeno a la política. En ella se comprometió a fondo, sin abandonar nunca el consultorio. Fue varias veces diputado y senador a la Legislatura, y llegó a presidir ambas cámaras. Corría 1874 cuando resultó elegido diputado nacional; pero debió renunciar a la banca en 1875, cuando sus comprovincianos lo ungieron gobernador de Tucumán.
Asumió el alto cargo el 10 de octubre de ese año. Pudo desarrollar una ordenada y progresista administración, a pesar de las dificultades económicas que aquejaban a la provincia. Durante su gestión, se produjo el mayúsculo suceso de la llegada del ferrocarril a Tucumán. Días antes de habilitarse oficialmente el servicio, Padilla viajó en el tren a Buenos Aires y regresó acompañando al presidente Avellaneda, quien inauguraría la línea el 31 de octubre de 1876. Era el primer jefe de Estado que visitaba nuestro territorio.
Senador nacional
También vino para ese acto, encabezando las notabilidades de la comitiva, el ex presidente Domingo Faustino Sarmiento. Era amigo de Padilla y se alojó en su casa de la calle Las Heras (hoy San Martín) al 600, vereda del sur, lindera con el actual Banco de la Nación. “Con los acontecimientos que últimamente ha celebrado el pueblo de Tucumán, se abre un nuevo porvenir de trabajo y labor para nosotros”, expresaría Padilla con acierto al concluir la visita presidencial. El tren iniciaba realmente una nueva época para la sociedad y para la economía de la provincia.
El 10 de octubre de 1877, Padilla transfería su cargo al nuevo gobernador, don Federico Helguera. Al año siguiente, lo eligieron senador por Tucumán al Congreso de la Nación, hasta 1883. Completaba el período de su comprovinciano Uladislao Frías, quien dejó la banca para asumir una vocalía en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Revolución del 80
No le tocarían tiempos fáciles. Estalló la sangrienta revolución porteñista de Carlos Tejedor, en 1880. Padilla estuvo, junto con Benjamín Paz, entre los senadores que se trasladaron a sesionar a Belgrano, para apoyar al presidente Avellaneda que enfrentaba a los rebeldes. Sofocada la revuelta, votó sin vacilar por la instalación de la Capital en Buenos Aires.
Siempre guardaría, orgulloso, la medalla que le envió la primera Municipalidad del distrito federal. Al remitírsela, Torcuato de Alvear expresaba que “el senador conservará sin duda con satisfacción este recuerdo, el más importante de nuestros acontecimientos contemporáneos, puesto que ha contribuido a realizarlo como miembro del Congreso de Belgrano, que adquirirá, en nuestros fastos, un renombre histórico apenas inferior al del Congreso de Tucumán”.
Concluido su período de senador, regresó a Tucumán y retomó la atención de su vasta clientela de pacientes. En agosto de 1886, volvió a alojar en su casa a Domingo Faustino Sarmiento, quien visitaba nuevamente la ciudad. Corría noviembre cuando fue designado vocal del Tribunal de Medicina.
El cólera
Un mes más tarde, sobrevenía la epidemia de cólera, que llevó a la tumba a unas 3.500 víctimas, sobre los 172.500 habitantes que tenía Tucumán por entonces. El doctor Padilla integró en primera línea el heroico grupo de médicos que enfrentaron aquella calamidad. Fue miembro de la Junta de Asistencia Pública y del Consejo de Higiene, además de presidir la rama local de la Comisión Nacional de Auxilios contra el Cólera.
Alejada la epidemia en febrero de 1887, prosiguió sin pausa su tarea de médico. El niño Robles Madariaga recordaba que “muchas veces, tocado por las excentricidades sugestionantes del espíritu infantil, sólo para ver de cerca al doctor Padilla y sentirle hablar y aconsejar, deseaba que hubiera enfermos en mi casa…”
“De apostura gallarda, con sus ojos celestes de mirar inteligente, vestido con severa pulcritud, fino en sus modales como una dama, hermoso en faz varonil, a la manera de don Pedro de Braganza, así veía al doctor Padilla el niño que lo admiraba”. Le conmovía cómo, “con su ingénita bondad y su palabra amable e intensamente cariñosa, que desde luego alzaba los ánimos decaídos de enfermos y de deudos, este médico se imponía a los más hondos afectos de la familia”, testimoniaba.
Los años altos
Los años siguieron pasando, como flechas. Llegó el nuevo siglo. En 1907, el doctor Padilla fue elegido miembro de la Convención Constituyente de Tucumán. Celebró en 1911, rodeado por su numerosa familia, las bodas de oro matrimoniales. En la misa del aniversario, fray Ángel María Boisdron hizo el elogio desde el pulpito. “Vuestro hogar está disfrutando esta preciosa bendición de la concordia, la dulce y fuerte fraternidad de vuestros hijos”, expresó. Así, “el árbol plantado en buena tierra, extiende y multiplica sus ramas de rica y fructífera frondosidad”.
De su matrimonio con doña Clemencia Frías, nacieron cuatro hijos varones y tres mujeres. Uno de los varones, Tiburcio, fue asimismo destacado médico. Igualmente lo fue el hijo de éste, también llamado Tiburcio, célebre catedrático y ministro de Salud Pública de la Nación, y padre de otro médico, el cuarto Tiburcio de la profesión.
Una rica vida
El 5 de julio de 1915, el doctor Padilla festejó su cumpleaños número ochenta. Era una edad que muy pocas personas alcanzaban por entonces, y la prensa de la época le dedicó elogiosos artículos de evocación. Pero muy pocos meses le quedaban ya de vida. A las tres y media de la madrugada del 17 de noviembre de ese año, dejó de existir el doctor Tiburcio Padilla.
Su muerte fue un gran duelo para Tucumán, y una multitud concurrió a sus exequias en el Cementerio del Oeste. LA GACETA consideró que, con su partida, “desaparece una de nuestras figuras consulares, un alto exponente de nuestra cultura, una vida llena de prestigios”. Don Pedro Alurralde, que había sido ministro durante su gobernación, fue uno de los oradores del entierro. “Vehemente, apasionado algunas veces, no dejó un instante de obedecer a los dictados de una conciencia sana, recibiendo con entereza los golpes del adversario y devolviéndolos con gallardía”, describió al doctor Padilla. Recordaba con emoción “su noble fisonomía” y esa “distinguida apostura que lo hacía destacarse entre los demás”.