El Aero Club difundía las actividades aéreas
En 1920, se radicó en nuestra ciudad por un par de años (y formó aquí su hogar) el piloto francés Jorge Sariotte, contratado por el Aero Club Tucumán. Esa flamante institución invitaba a volar a toda la ciudadanía. En un reportaje que “El Orden” hizo a Sariotte (11 de mayo de 1921), el piloto declaró que el Club, más allá de los vuelos de exhibición, estaba dispuesto “a difundir la conveniencia que existe, de utilizar el aeroplano para fines prácticos de transportes comerciales”. Por eso quería a toda costa que se habilitasen, en el interior, “centros de aterrizaje que permitan, contando con una máquina adecuada, un desenvolvimiento más amplio de las actividades aéreas”.
Insistía Sariotte en que era necesario terminar con la creencia de que volar era peligroso. Lo comparaba con la circulación en automóvil. “En efecto, un Ford tiene un mecanismo tan complicado como el motor de un aeroplano, y piezas tan débiles como un alfiler, dependiendo la vida de sus ocupantes (cuando uno es lanzado, por ejemplo, a la velocidad de 60 kilómetros), de la pericia del conductor, que es de suponer conoce su máquina. La rotura de cualquier pieza a esa velocidad, significaría una catástrofe, cosa que no ocurre con un aparato aéreo, pues siempre es posible planear hasta el campo de aterrizaje”. Apuntaba que “mis pasajeros tienen cómo comprobarlo cuando, al realizar vuelos sobre la plaza Independencia, paro el motor y aterrizo con la mayor seguridad”.
Agregaba que “se trata simplemente de las condiciones del piloto, quien ha de conocer cuándo un motor va a fallarle, puesto que una máquina no es eterna y no es el motor quien la dirige, sino el conductor quien la domina”. Sariotte había actuado en la primera guerra mundial de 1914-18, y también actuó en la segunda, de 1939-45, donde recibió varias condecoraciones. En 1946 se afincó en Montevideo. Allí falleció, a avanzada edad, en 1979.