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UN GOBERNADOR CULTO. Al centro, aparece Ernesto Padilla en 1930, entre Abel Renard y Matías Sánchez Sorondo. LA GACETA / ARCHIVO

La amena evocación del doctor José Ignacio Aráoz


En uno de sus amenos escritos evocativos, el doctor José Ignacio Aráoz (1875-1941) recordó, para LA GACETA de 1939, los tiempos de la culta administración del doctor Ernesto Padilla, que abarcaron desde 1913 a 1917.

Recordaba risueño que el gobernador, “para dar variedad y amplitud a nuestros gustos musicales”, los sometía “a la dura prueba de sus audiciones oficiales de ‘lieders’ germanos”, y el maestro Carlos Olivares “nos obligaba a escuchar en sus conciertos nada menos que ‘El Caos’ y ‘La creación del mundo”.

De otro lado, “Alberto Rougés se empeñaba en enseñarnos a todos filosofía; y Jaimes Freyre en familiarizarnos con las más refinadas y armoniosas formas poéticas; y Juan B. Terán en demostrarnos, con almuerzos en la Escuela Sarmiento, cómo podían prepararse, con muy poco dinero, comidas sanas, variadas y alimenticias por sus contenidos en calorías”.

Confesaba Aráoz que, a pesar de la buena voluntad que ponían y de su afán progresista, “no podíamos con la tradición y el genio de la raza; y de las audiciones salíamos tanto o más apegados a las viejas y sentidas melodías de Rigoletto y Traviata, a las vidalitas y zambas norteñas y a las sentimentales canciones españolas y napolitanas, que trasuntan probablemente lejanos misticismos y ensueños temperamentales heredados”. Y “de las variadas y livianas comidas de Terán, salíamos como nos criaron, con ansias de locros suculentos y abundantes; y nuestro cerebro, sólo con mucha fatiga penetraba pasajeramente en las complejas y abstractas doctrinas filosóficas, y con mayor facilidad, en las intuiciones luminosas y arrebatadoras de la poesía”.

Advertía que no era fácil hacer mella en las mentalidades y costumbres de un pueblo; “pero es evidente que el continuo caer de una gota de agua horada hasta las piedras”.