Larga charla con la suegra de Napoleón III
Entre las figuras destacadas que el tucumano Juan Bautista Alberdi trató en Europa, estuvo la condesa de Montijo, madre de Eugenia, emperatriz de los franceses por su casamiento con Napoleón III. Un amigo de Alberdi, Emilio Huelin, pariente de la condesa, la llevó la noche del 6 de julio de 1859 a visitarla a su casa de Carabanchel.
Narra Alberdi que se la presentaron “en el jardín, a la claridad de la luna”, y luego ingresaron a la casa. “Es alta, delgada, cabeza y facciones finas, corta de vista… Viste con elegancia de una joven. Es amable, fina, fácil. Habla inglés, francés y español con igual corrección”, apuntaba Alberdi. Durante la visita, de casi una hora, la interrogó sobre sus dos hijas, la emperatriz y la duquesa de Alba. No dejó de advertir que detestaba París, lo que le confirmó el rumor de su espinosa relación con el yerno emperador.
La condesa preguntó largamente sobre la Argentina. En la conversación, encontraron a un amigo común, el general Lucio V. Mansilla, tan popular en el alto mundo de París. Sobre este tramo, narra Alberdi que “le di noticia del fin trágico del chico Mansilla (hijo del general) en Cádiz y la oyó con penoso interés. Me dijo que conocía parte de la familia de Rosas”. Hablaron también de la actividad diplomática de Alberdi y ella se extrañó de que España demorase tanto en reconocer la independencia argentina y firmar el tratado.
“Al despedirme -cuenta Alberdi- me pidió que cuando volviese a España la visitase y frecuentase su sociedad, que desde ahora estaba abierta para mí. La amabilidad y cortesía de su expresión decían más que sus palabras”, opinaba el tucumano que esta mujer de 65 años que no aparentaba esa edad, aunque no la ocultaba, lo que le parecía todo un rasgo de “amabilidad y modestia” en un personaje de su categoría.