Historiadores o contemporáneos, los retrataron física y espiritualmente.
Sobre los congresales de 1816 hay algunos testimonios que dejaron escritos quienes los conocieron de cerca. Salvo esos casos, la investigación en los documentos, adobada con el examen detenido de la escasa iconografía (más un poco de imaginación y de literatura), han permitido a los historiadores confeccionar perfiles de varios de estos personajes. A veces describen su físico, otras veces valoran sus dotes, y en alguna ocasión les pegan duro. Vale la pena echar una rápida mirada a tan ilustrativa galería.
Gallo, Godoy Cruz
Al presbítero Pedro León Gallo, diputado por Santiago, lo ha descripto Alfredo Gargaro. Dice que era “de apostura gallarda, de hermosas facciones y de un temperamento fuerte, adornándolo una marcada cultura en el medio de su época, cuya ilustración era aplaudida y estimada en el púlpito y en las asambleas donde se hacía oír con voz vibrante y varonil”.
El historiador Vicente Fidel López aporta su testimonio personal sobre el diputado por Mendoza, Tomás Godoy Cruz, a quien conoció en sus tiempos de desterrado en Chile. Asegura que “era un hombre grave y taciturno; de maneras muy urbanas, pero tieso e inflexible. Acostumbrado a ser mirado con estimación y aun con respeto por San Martín y O’Higgins, tenía en grande aprecio su propia persona y el acierto de sus juicios”. Hombre amable y educado, se sabe que poseía una rica biblioteca.
Gorriti, Cabrera
Sobre el aguerrido congresal y militar, doctor José Ignacio de Gorriti, diputado por Salta, dice Bernardo Frías que “su tino político era extraordinario; famosa su extrema delicadeza personal; su sagacidad y su gracia por el lado del ridículo, sin semejante en el mundo. Su temple de alma no encontraría superiores entre los más célebres varones de la antigüedad”.
Los historiadores Vicente Cutolo y Enrique Udaondo han retratado al licenciado José Antonio Cabrera, representante de Córdoba. Estaba dotado “de palabra fácil y vehemente, un tanto desaliñada a veces, pero siempre conceptuoso, bienintencionado y sincero. Poseyó instrucción no escasa, una percepción clarísima; era culto, enérgico, caballeresco y provisto de una actividad infatigable, con amplia experiencia de las cosas y de los hombres”, dice el primero.
Por su parte, Udaondo afirma que, como político, el licenciado Cabrera “se dejó arrastrar por pasiones violentas, hasta observar una conducta censurable en momentos delicadísimos para la revolución, debido quizá a su carácter exaltado y al partidismo extremado que lo unió a la política de Artigas”.
Corro, Acevedo
Cutolo describe el físico del canónigo doctor Miguel Calixto del Corro, también representante de Córdoba, como “de elevada estatura, delgado, pero no enjuto de carnes”. Tenía “una cabeza poblada de cabello castaño, grande pero hermosa, la cara ovalada, blanca la tez, con cierto sonroseo perenne en las mejillas, boca de orador, voz timbrada y poderosa”.
El congresal por Catamarca, canónigo doctor Miguel Antonio Acevedo, ha sido pintado como “de frente ancha, con profundas entradas en los parietales, rostro ovalado, nariz romana, labios chicos y cejas gruesas como si fueran dos rayones de carbón”. Así, el presbítero Acevedo “tomaba el aspecto de un personaje imponente y vivaz”. Tenía espíritu dulce, era afable, comprensivo y tolerante, pero de firmes decisiones y de dominio interior, escribe Cutolo.
Anchorena
El arrogante diputado por Buenos Aires, doctor Tomás Manuel de Anchorena poseía, según cita de Cutolo, “una hermosa cabeza de tipo aquilino; noble frente ligeramente hacia atrás, unida por línea casi griega a una nariz fina y fuerte, de acentuada curva en la parte superior y acabada en aguda punta; boca de labios delgados; mentón saliente cuyo vigor se amortiguaba en una suave papada; ojos muy juntos y profundos, de recto mirar; orejas grandes pero bien formadas, de lóbulos pegados al cuello; abundante cabellera ondulada que se agolpa en la frente y las sienes sin achicar en lo más mínimo la amplitud de esos rasgos”.
Serrano, Rivera
Al diputado altoperuano doctor José Mariano Serrano, el general José María Paz, en sus memorias, le asigna un carácter “disimulado y cauto”. El historiador Leoncio Gianello pinta su físico: “era alto, delgado, de rostro fino, enmarcado por larga patilla oscura, despejada la frente y de rasgos firmes y regulares. Pulcro en su atuendo, contrastaban la blanca camisa de alto cuello volcado, con la levita negra que era su habitual indumentaria”.
En cuanto a uno de los colegas altoperuanos de Serrano, el doctor Pedro Ignacio Rivera, lo describe Vicente Cutolo como “un hombre culto, de buena preparación jurídica, de palabra fácil y de carácter firme; sostenedor de la monarquía incásica”. Tenía holgada posición económica en el Alto Perú, pero “los acontecimientos políticos habían desbaratado su fortuna lograda en el duro trabajo de las minas que poseía en Oruro”.
Saenz, Bulnes
En el congresal por Buenos Aires, presbítero doctor Antonio Sáenz, quien sería primer rector de la Universidad porteña, el historiador Nicolás Fasolino destaca la “inteligencia de amplísimas vistas”, que poseía este hombre “de carácter severo, de temple tesonero, de alma patriota y de espíritu sincero a la par que luchador”. Por su parte, Ricardo Levene afirma que “significación moral muy alta tiene la vida intensa y abnegada de Antonio Sáenz. Había en él la vocación para luchar, el amor a la cultura y el absoluto desinterés”.
El diputado cordobés Eduardo Pérez Bulnes dio buenos dolores de cabeza al Congreso. Poseedor de una de las bibliotecas mejor provistas de su ciudad, era “un hombre cultísimo, de una memoria prodigiosa y de una fuerza y nitidez de comprensión nada vulgares”, escribe Cutolo. A juicio de Bartolomé Mitre, “era de palabra amena y de inteligencia despejada”, con una conversación “verdaderamente interesante y sobremanera instructiva”.
Passo
En cuanto al doctor Juan José Passo, diputado por Buenos Aires (y veterano de todos los cuerpos directivos desde la Primera Junta), dice Benjamín Villegas Basavilbaso que era “amigo de la lógica, adversario de la inútil retórica, metódico y claro. Hablaba para decir algo y no para que se dijese que había hablado, y trataba las cuestiones doctrinariamente, indicando soluciones de conciliación”.
Físicamente, era “de estatura inferior a la mediana, y la naturaleza no le había prodigado la belleza de las formas. Noble de cabeza, alta la frente, surcada de arrugas; ojos pequeños, de una vivacidad inquieta que sorprendía por la mirada un tanto burlona; moreno de rostro; apretados los labios, bien dibujados; descarnadas las mejillas; mesurado en el gesto, nervioso en el andar, pulcro, muy pulcro con su persona”.
Orador por temperamento, “tenía una voz clara y armoniosa, que a veces, en el calor del debate, solía trasuntar la emoción interior que le abrasaba y que hubiera deseado ocultar. Dotado de una inteligencia superior, de un equilibrado criterio, su fuerza tribunicia residía en la serenidad del juicio, basado en un razonamiento constructivo”.
Oro, Medrano
Del doctor fray Justo Santa María de Oro, diputado por San Juan, dice Cutolo que “era un hombre de elevada estatura, delgado de cuerpo, de aspecto elegante, de fáciles maneras. Tenía una frente amplia y limpia, sus ojos eran vivos, rasgados, sin grandes órbitas, en forma de elipse alargada; de nariz grande pero noble; de boca delicada, fina, de línea muy puras, altos los pómulos, y su piel era blanca, sólo empalidecida por la austeridad de su existencia”. Domingo Faustino Sarmiento lo conoció y admiró, y le dedica un capítulo de “Recuerdos de provincia”. En Oro, dice, “la cualidad dominante de su espíritu era la tenacidad, tranquila a la par que persistente”.
Para el historiador Bartolomé Mitre, el doctor Pedro Medrano, diputado por Buenos Aires, era “remedo de hombre político”, y como orador, tenía “la manía de las peroraciones gerundianas”.
Castro Barros
Del congresal por La Rioja, doctor Pedro Ignacio de Castro Barros, hay un par de retratos implacables. En los “Recuerdos”, Sarmiento –quien se confesó con él- lo llama directamente “insano” y, entre otras anécdotas, evoca aquellas feroces predicaciones en defensa de la Inquisición, cuando “su bilis se iba exaltando y la rabia de un poseído se asomaba a sus ojos inyectados de sangre”.
Paul Groussac lo llamaría “supuesto autor de manifiestos que apenas firmara, orador grotescamente gerundiano en la tribuna como en la cátedra, y fanático violento, nostálgico del claustro, que no llevó al Congreso una sola moción que no importara la sanción de un retroceso o la proscripción de una libertad”.