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EUSTAQUIO MORALES. Es el primero de la derecha. A su lado posa Rodolfo Peppert y luego otros empleados de la Oficina Química Municipal.

El primer bibliotecario de la Universidad.


Al inaugurarse la Universidad de Tucumán -provincial al comienzo- en 1914, entre las primeras preocupaciones estuvo la de instalar la biblioteca, por medio de la comisión que presidía uno de los consejeros, el doctor Alberto Rougés. Lo secundaba como bibliotecario don Eustaquio Morales, hasta 1928, año en que se jubiló. En la “memoria” de 1917, la casa destacaba su gestión, como “contraída, inteligente e inmediata”.

En “Un siglo de cultura provinciana”, Enrique Kreibohm describe a Eustaquio Morales como “un ejemplar anatoliano, a lo ‘M. Bergeret’, que cuidaba celosamente el caudal bibliográfico reunido, que iba acrecentándose con frecuentes donaciones y una cuidada selección de adquisiciones”.

Expresa Kreibohm también que “la persona de este primer bibliotecario fue muy estimada”. Hombre “callado, silencioso diríamos mejor, como cuadra a un buen bibliotecario, era don Eustaquio un espíritu generoso, quizás en demasía, con los estudiantes”: le contaron que “había llegado a poner de su bolsillo el importe de libros que aquellos perdieran, con tal de que no faltaran para los otros estudiantes”.

Asimismo, Morales era profesor de Química Inorgánica en la casa, y traducía del inglés y del francés. La Universidad editó, en 1926, una de sus traducciones, la de “Los enemigos de nuestros libros”, de Diego de Farías. Cuando se jubiló, en una carta personal que le dirigió, el rector Juan B. Terán elogió sus cualidades “de modestia, de diligencia, de prolijidad, de fino talento”. Se reconocía “inspirado por los vivos testimonios de una nobleza de carácter tan puro como honrado”.