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JOSÉ NICOLÁS MATIENZO. Aparece a la derecha, en Tucumán, en 1922, cuando era ministro del Interior. A la izquierda, el interventor Benito Nazar Anchorena. LA GACETA / ARCHIVO.

José Nicolás Matienzo, corrector de pruebas.


El jurisconsulto y político tucumano José Nicolás Matienzo (1860-1936) evocaba anécdotas juveniles en un reportaje que brindó a “Caras y Caretas” en los años 1920. Narraba que cuando vino a estudiar a Buenos Aires, primero en el Colegio Nacional y luego en la Universidad, trabajaba como corrector de pruebas en el diario “Tribuna”. Su gran amigo, Luis María Drago –también prominente hombre público luego- cumplía la misma tarea en el diario “La Nación”, enemigo mortal de “Tribuna”.

Narra Matienzo que, terminados los respectivos trabajos, se reunía con Drago a la madrugada “en la confitería Charpentier, de Florida esquina Cuyo: allí nos olvidábamos del mundo para hablar de temas literarios, científicos, artísticos”. Además de corregir pruebas, a Matienzo, por sus dotes de poeta de entonces, le habían encargado la redacción de una página literaria semanal. La llenaba con versos de amigos como Rodolfo y Enrique Rivarola o Leopoldo Díaz, por ejemplo”.

“Mi oficio de corrector de pruebas me permitía ilustrarme y, a menudo, lucir mi ilustración. Con quien más me ensañaba era con Paul Groussac, colaborador asiduo. Muchas veces protestó porque yo le enmendaba la plana. Una vez le corregí unos versos”, contaba riendo Matienzo. Otro gran amigo poeta era Adolfo Mitre. “Murió muy joven ¡nunca debió morir!”, decía nostálgicamente.

A juicio de Matienzo, los jóvenes de su generación hacían poemas gracias a “un maestro que nos trajo la suerte: un italiano maravilloso que nos enseñó a versificar. Se llamaba don Pablo Tarnassi”. Era Matienzo un joven precoz. A los 15 años comenzó a escribir bajo el seudónimo “Hermann Beck”, y a los 20 ya era abogado.