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VIEJAS GAFAS DE COLORES. Según Rodolfo Romero, en 1910 eran el mejor regalo para un tafinisto.

Era necesario llevarlos a Tafí del Valle.


En un artículo publicado en 1910, en la revista “Caras y Caretas”, el periodista Rodolfo Romero narraba divertido los preludios de un viaje a caballo desde Tucumán a Tafí del Valle, que se preparaba a acometer. Los “entendidos” le pintaban “mil ponderaciones”.

Iban a abundar grandes peripecias. “Se correrían riesgos que sólo enumerarlos nos dejaban boquiabiertos, y hasta los huesos se estremecían al figurarnos una rodada barranca abajo”. Todo enmarcado, de un lado, por “la montaña áspera”, y del otro, por “la hendidura en cuyo fondo el agua rezonga con terrible voz”.

Se convino en la rueda que acompañara, a Romero, un visitante o veraneante habitual del valle, para las compras previas. El acompañante “ya se había provisto de trajes abrigados, camisetas, botas, bufandas, gorras de orejeras, sobretodo, poncho, frazadas, sombrero”, etcétera. De pronto, dijo a Romero: “Vayamos a buscar lo primero y principal”.

Salieron. Narra Romero que “me llevó al mercado, encargó un cordero para el día siguiente, un costillar de vaca, compraron unas latas de conservas y le recomendó mucho una provisión de cigarrillo y de fósforos”.

Luego, dijo: “No nos faltan sino los anteojos”. Romero preguntó sí eran para el sol y se le contestó que “no, para regalar”. Luego, le explicó. “La afición de la gente de tierra adentro a los anteojos on vidrios verdes, negros, azules, amarillos, de cualquier color. Es el mejor regalo que puede hacerse a un paisano”. Romero reflexionó que, entonces, “lo principal para viajar es preocuparse de la comida y de los regalitos, cosa que no advierten las guías de viajero”.  Al fin “unos anteojos verdes no cuestan mucha plata”.