
El pronunciamiento de Tucumán contra Rosas.
Tras el asesinato (noviembre de 1838) del gobernador Alejandro Heredia, los opositores a Rosas se movilizaron contra su régimen. El dictador no reconoció al nuevo gobernador, Bernabé Piedrabuena. Además, despachó a Gregorio Aráoz de La Madrid a Tucumán, con la misión pública de recoger el armamento de la guerra con Bolivia, y con la misión secreta de apoderarse del gobierno.
No sospechó que la llegada de La Madrid precipitaría las cosas. Se sucedieron nerviosas reuniones en la Sala de Representantes, tumultos en la plaza y, finalmente, la Sala se jugó. El 7 de abril de 1840, sancionó una ley que, además de negar la entrega de las armas, desconocía a Rosas como gobernador de Buenos Aires y le retiraba la autorización para ejercer las relaciones exteriores de la Confederación. Frente a este grave pronunciamiento (pronto extendido a todo el norte), La Madrid resolvió volver a su antigua posición unitaria: él también se adhirió a la decisión de la Sala, y luego los pronunciados le confiarían mando militar.
En sus memorias, La Madrid narra que ese día estaban formados más de 800 hombres para sostener el pronunciamiento, que se formuló “a las 7 u 8 de la mañana”. Luego, “el pueblo todo expresó su admiración con muestras visibles de entusiasmo, y todos los ciudadanos y soldados se pusieron en el acto una cinta celeste al pecho, en los ojales de la casaca, anunciando su entusiasmo con ‘mueras’ al tirano y ‘vivas’ a la libertad”. Agrega que, ni bien él se enteró de la resolución, “arranqué el distintivo de Rosas y pidiendo al gobernador una pieza de cinta celeste, coloqué un retazo en el ojal de mi casaca y mandé el resto al comandante de mi escolta, con el capitán Álvarez, ordenándole que quitasen la cinta punzó con el retrato de Rosas y colocasen la celeste en su lugar. Así se hizo en el acto”.