Reminiscencias del gran médico Aráoz Alfaro
“A muy pocas cuadras de la plaza principal -la plaza Independencia- empezaban ya las ‘orillas’, quintas de naranjos que asaltábamos los muchachos los días domingos, armados de nuestras ‘hondas’ destinadas a los preciosos pájaros multicolores, competidores nuestros en el ataque a las doradas frutas”, escribía el famoso médico Gregorio Aráoz Alfaro, al reconstruir el Tucumán de 1876, que habitó en su niñez.
Cuenta que “la ciudad era de casas bajas, salvo muy contadas excepciones y con sólo algunas calles principales mal pavimentadas de canto rodado, sobre cuyas asperezas pasaban con estridentes crujidos las pesadas carretas de bueyes; los carros más ligeros tirados por mulas; las cabalgaduras que montaban el ‘comisario municipal’ y sus subordinados; casi todos los vendedores, repartidores y mensajeros, y por cierto los médicos y sacerdote que hacían de esa manera la recorrida de su clientela y las confesiones de los enfermos graves de los suburbios y de la campaña”.
Añade que “fuera de las horas matinales de actividad, la calma y el silencio reinaban; en particular durante las largas siestas de los meses estivales en que, a pesar de las exhortaciones maternas, los niños procuraban aprovechar, para sus juegos, las huertas arboladas o los grandes patios embaldosados y umbrosos. Juegos muy simples por cierto y juguetes muy baratos, que eran casi todos de fabricación casera”.
Había muy pocas diversiones. “De vez en cuando, durante algunas semanas, un modesto circo de acróbatas; muy rara vez, un prestidigitador o unas cuantas representaciones de alguna mala compañía dramática española, o de los alumnos aficionados del Colegio Nacional”.