En 1853, en el combate de Arroyo del Rey, se enfrentaron federales y liberales tucumanos. La acción terminó con la muerte del ex gobernador Manuel Alejandro Espinosa. Nunca quedó claro cómo se produjo.
En todas las provincias de la Confederación Argentina, la batalla de Caseros, con la caída del jefe supremo Juan Manuel de Rosas, tuvo importantes -y en muchos casos sangrientas- consecuencias. Tucumán no fue la excepción.
El general Celedonio Gutiérrez, que ocupaba desde hacía una década el sillón de gobernador, se puso rápido a la altura de los nuevos tiempos. Y cuando Justo José de Urquiza, el vencedor de Caseros, lo convocó a la reunión de gobernadores de San Nicolás de los Arroyos, no titubeó en aceptar.
El interino Espinosa
Dejó como reemplazante en el gobierno al coronel Manuel Alejandro Espinosa. Hombre de 49 años, Espinosa era porteño y se había afincado en Tucumán en 1833, cuando se casó con Bernardina Cossio Gramajo. Había militado en 1840 en la Liga del Norte contra Rosas, y la derrota de Famaillá lo obligó a exiliarse. Pero después, el manso Gutiérrez decidió olvidar los antecedentes “unitarios” de Espinosa. No sólo le permitió regresar, sino que lo convirtió poco a poco en un hombre de su confianza.
Tanto, que le dio mando militar: en la acción de El Rincón del Manantial, el 15 de febrero de 1852, Espinosa estaba a cargo de la vanguardia de las tropas que derrotaron a Crisóstomo Alvarez, fusilado dos días después, cuando aún se ignoraba la definición de Caseros.
Así, la designación de gobernador interino (6 de mayo) parecía perfectamente normal. Espinosa la agradeció en una meliflua carta donde aseguraba que sólo después de una “íntima violencia” se había resuelto a aceptar. Y Gutiérrez se alejó tranquilo en el carruaje, acompañado por su ministro Agustín Justo de la Vega, rumbo a San Nicolás de los Arroyos.
Las cosas se dan vuelta
Nunca hubiera sospechado Gutiérrez que, antes de transcurrir un mes, aquella antes dócil Sala de Representantes se iba a dar vuelta, y resolver su destitución por “tirano”, además de nombrar a Espinosa gobernador en propiedad. Gutiérrez se enteró de la novedad en San Nicolás, donde había firmado, el 31 de mayo, el famoso Acuerdo. Esperaba que Urquiza lo repusiera en el sillón. Pero el nuevo jefe de la Confederación era un pragmático, que se manejaba con pies de plomo en estos asuntos del interior, cuyas “internas” poco o nada conocía.
Gutiérrez se trasladó entonces a Catamarca, mientras movía a sus partidarios de Tucumán, con éxito. El 16 de enero de 1853, los “gutierristas” se alzan contra Espinosa y lo expulsan del gobierno: en el acta que firman, declaran su propósito de “restablecer el gobierno legal del general don Celedonio Gutiérrez”. Don Agustín Alurralde asume el gobierno interino y, no bien Gutiérrez regresa a Tucumán, se lo ofrece de vuelta. Pero el caudillo no lo acepta, porque espera el aval de Urquiza. Entonces Alurralde, pretextando su mala salud, entrega el bastón a otro interino, Miguel Gerónimo Carranza. Este designa a Gutiérrez general en jefe de las fuerzas de la provincia, que se preparan de inmediato a combatir.
Combate en Arroyo del Rey
Esto porque, desde Río Hondo, el derrocado Espinosa y el presbítero José María del Campo avanzan hacia Tucumán con tropas que ha reforzado su aliado santiagueño, el general Antonino Taboada.
El Arroyo del Rey nace al norte de Bella Vista, pasa por sus inmediaciones y se vuelca en el Salí. En sus márgenes se desarrolló, el 21 de febrero de 1853, el combate entre las fuerzas de Gutiérrez y las de Espinosa. La acción fue de rápido trámite. Según el relato de Julio P. Ávila en la “Revista de Tucumán” de 1900, Campo, que debutaba como guerrero, atacó la artillería de Gutiérrez con quinientos hombres.
Fue rechazado, pero logró apoderarse de un cañón antes de la retirada, pieza que de inmediato fue dada vuelta y utilizada contra los “federales”. Hubo deserciones en ese momento en las filas de Gutiérrez, y los liberales se enriquecieron con dos batallones de infantería y una compañía de artilleros que cambiaron de bando.
Espinosa, quien mandaba la vanguardia, atacó entonces el ala izquierda “federal”, a cuyo frente estaba Gutiérrez en persona. La fortuna parecía sonreírle. De repente, Espinosa cayó muerto en el campo, hecho que llenó de confusión a sus fuerzas y suscitó, poco después, la retirada de Campo en dirección a Santiago del Estero.
Primera versión
¿Cómo murió realmente Espinosa? Vale la pena revisar las tres versiones. Según Ávila, cuando la batalla parecía concluida con el triunfo liberal, “ocurrió un hecho que hasta hoy no ha sido bien explicado. Espinosa se ocupaba de observar el estado general del combate para proceder en su consecuencia, cuando los dos batallones de ‘pasados’ hicieron fuego por la espalda contra las tropas de este jefe (Espinosa), al mismo tiempo que algunos oficiales y soldados de los mismos, formando círculo a su alrededor, acosáronlo a puñaladas hasta matarlo”. Ávila apunta que, de acuerdo a la tradición oral, la tropa “le era desafecta por su calidad de porteño y más aún por la participación que tuvo en la derrota de Álvarez. En suma, una venganza miserable”, opina.
Habla el hijo
Un hijo de Espinosa, el militar y hacendado Manuel Alejo Espinosa, radicado en Córdoba, consideraba inaceptable la versión de Ávila. Señaló en 1900 -en la misma “Revista de Tucumán”- que según lo oyó “millares de veces” de personas tan calificadas como Uladislao Frías, Antonino Taboada, el coronel Neirot o José María Méndez, “huido Gutiérrez del campo de batalla, con sus caballerías en completa derrota, Espinosa avanzó sobre la infantería enemiga, acompañado solamente por su ayudante Monzón y el trompa de órdenes, cuyo nombre deploro no recordar, con el propósito de hacerlos rendir, evitando la inútil efusión de sangre”.
Agregaba que “en tales circunstancias, y cuando los soldados federales, sorprendidos por el arrojo del jefe enemigo, volcaban la boca de sus fusiles en señal de rendición, partió un solo tiro de sus filas, no se sabe si intencionada o casualmente, que hirió a Espinosa en el corazón. Al caer éste, los infantes reaccionan y levantando sus armas dirigen sus fuegos al grupo atónito formado por el ayudante y el ordenanza, quedando Monzón muerto, al lado de su jefe, mientras el trompa milagrosamente escapado, vuelve grupas y se incorpora al grueso de las fuerzas, que presenciaban aterradas la tragedia”. Añadía finalmente Espinosa hijo que la muerte de su padre fue, así, “pura obra de la casualidad y no de odios o inquina que no existieron”.
¿Bala y degüello?
La tercera versión es del historiador Jacinto Yaben. Según ella, Espinosa no habría muerto ni de las puñaladas que le propinaron soldados y oficiales en montón, ni de la bala perdida. Fue herido en acción y luego degollado, por “el facineroso Rudecindo Argañaraz“. Argañaraz era un salteño, con una nube en el ojo (“ojo revuelto”, lo describían los viejos). Algunos decían que disparó sobre Espinosa usando como apoyo “una horqueta de tusca”. Se sabe que vivía en Tucumán en 1885 y que hacía de matón en las elecciones bravas de aquel tiempo. El general Napoleón Uriburu se salvó por un pelo de que lo apuñalara durante un comicio, en la vereda del Cabildo.
Como se advierte, un misterio quedó rodeando siempre la muerte de Espinosa. El cura de la Catedral, Estratón Colombres, al asentar la partida de defunción, le dio, como homenaje, el título que había perdido un mes atrás. Escribió: “En el año del Señor de mil ochocientos cincuenta y tres, el día veinte y uno de Febrero, sepultó el cadáver del Señor Gobernador y Capitán General don Manuel Alejandro Espinosa como de cincuenta años, casado con doña Bernardina Cossio: murió en el acto de una batalla, conste”.
Un tenue rastro
Una referencia más. Nunca existió un retrato auténtico del muerto de Arroyo del Rey, según su hijo dijo haberlo comprobado por boca de su madre y por incansables averiguaciones personales. Al replicar los argumentos de Ávila, afirmaba que el que dibujó Lola Mora en su galería de gobernadores se compuso probablemente en base a recuerdos y, según don Lucas Córdoba, “se le parece poco” (afirmación que se debe contrapesar con el hecho de que, en tiempos de Espinosa, don Lucas tenía once años). Su casa estaba en 24 de Septiembre al 500 y el gobierno la restauró para un efímero “museo colonial” en 1916: poco después fue demolida.
Ese rostro de controvertida fidelidad, la firma en los papeles oficiales, alguna prenda personal, la marca de hacienda “AE” que siguió usando su parentela en La Ramada y los relatos contradictorios sobre su muerte son el rastro que queda de Manuel Alejandro Espinosa en Tucumán.