En medio de la revolución porteñista.
El tucumano Nicolás Avellaneda asumió la presidencia el 12 de octubre de 1874, en medio de la revolución porteñista. Caía una fina lluvia y se habían traído tropas a la hoy Plaza de Mayo, ante el temor de un ataque de los revolucionarios. No había más de cien personas en el acto.
En el Congreso, jura Avellaneda y pronuncia su mensaje. Con esta ceremonia, dice, “queda demostrado que la anarquía y la traición vaticinaron en vano, y que sus esfuerzos resultan impotentes; porque a pesar de las perturbaciones que hacen doblemente grave y solemne este día, la vida constitucional no se interrumpe y la transmisión del mando se verifica, abriéndose un nuevo período presidencial bajo las formas ordenadas de la legalidad”.
Luego, en la Casa de Gobierno, el presidente saliente, Domingo Faustino Sarmiento, le entrega la banda y el bastón. “Sois el primer presidente que no sabe disparar una pistola, y entonces habéis debido incurrir en el desprecio soberano de los que han manejado armas para elevarse con ellas y hacerse los árbitros del destino de la patria”, dice Sarmiento.
“Sois el primer presidente, como Lincoln, que no tiene una biografía acentuada con hechos anteriores marcados; el primer presidente, como Thiers, de estatura diminuta, que deja el estudio del gabinete para mandar pueblos tirados, en todos sentidos, por el desorden de las ideas que sus antecesores les dejaron”. Termina contundente: “Este bastón y esta banda os inspirarán luego lo que debéis hacer. Es la autoridad y el mando. Mandad y seréis obedecido”.