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VICENTE QUESADA. El visitante de Tucumán en 1852 posa, en la ancianidad, junto a su hijo Ernesto.

Un extraño incidente en Tucumán, en 1852


En “Memorias de un viejo”, libro que firmó con el seudónimo “Víctor Gálvez”, narra el escritor Vicente Quesada cierto incidente que presenció en Tucumán, en su visita de 1852. La acción empieza en el estudio del doctor Benigno Vallejo, quien residía en la vivienda de Zavalía-Laguna, hoy Casa Histórica. Estaba cayendo la noche. De repente, “se oyó un grito desgarrador”. Una voz de mujer clamaba “¡Asesinan a mi marido!”.

Vallejo dijo “¡Es Carmen, la porteña!”, y salió corriendo en dirección al grito. Giró dos cuadras después, y se detuvo ante una tapia “con una puerta de calle sin zaguán”. Ante la puerta, estaba un silencioso “grupo de emponchados” de aspecto amenazador. Al fondo, gracias a la luz de un farol, se divisaba a “varios hombres con espada desenvainada, con ponchos y las caras cubiertas por pañuelos que sólo dejaban visibles los ojos y la boca”. Estaban frente a la puerta de una habitación, a cuyo marco se aferraba, para impedirles la entrada, un joven “pálido y enfermizo”.

En ese momento sonó un silbato como de señal, y la puerta se cerró. Tras un segundo silbato, los emponchados abandonaron corriendo la casa. Vallejo, con Emidio Posse y otras personas que habían acudido, entró en la vivienda. A poco llegó también el gobernador interino, Agustín Alurralde, que vivía en la esquina. Nadie explicó lo que había pasado, pero era evidente que la casa donde vivía al médico porteño Domingo Navarro con su esposa, había sido atropellada, y que la resistencia de Navarro había impedido que las cosas llegaran más lejos. Meses después, Navarro resolvió irse de Tucumán, donde había sido Médico Titular y se radicó en Santiago del Estero. Sólo él podría narrar -y no lo hizo- los entretelones de lo que sucedió esa noche, que Quesada relata -por exigencias del seudónimo- como sí él estuviera en la residencia de Vallejo, y el doctor Quesada fuera otra persona…