Conmovida respuesta a un homenaje.
El 14 de marzo de 1877, en Southampton, falleció el brigadier Juan Manuel de Rosas, por tantos años “gobernador de Buenos Aires y encargado de las Relaciones Exteriores de la Colnfederación”. Aunque había pasado ya un cuarto de siglo desde la derrota y exilio de Rosas, la noticia tuvo repercusiones en Buenos Aires. El Gobierno de la Provincia prohibió la misa que la familia había encargado en la iglesia de San Ignacio. En cambio, por decreto, el Gobierno de la Nación y el de Buenos Aires, se adhirieron al funeral por las victimas de la dictadura, organizado por una serie de conspicuos dirigentes, que encabezaban Bartolomé Mitre y Carlos Tejedor.
En esa ceremonia, vecinos de San Nicolás colocaron una corona en memoria del “mártir de Metán”, Marco Manuel de Avellaneda, degollado en 1841 -como es conocido- por Manuel Oribe, lugarteniente de Rosas. Presidía la República en ese momento un hijo del mártir, el tucumano Nicolás Avellaneda, quien agradeció conmovido el tributo.
“Desde que era niño me propuse, por regla de conducta, no mencionar jamás el nombre de mi padre, ni pedir a su memoria gloriosa que me cubriera en mi desvalimiento, que fue grande en muchas ocasiones. Después de tantos años que hablo y escribo delante del público, no lo he nombrado sino una vez: en un discurso juvenil, pronunciado en la Universidad, y cediendo a impresiones que no pude contener. Soy, por esto mismo, profundamente sensible a toda voz que llega hasta mí trayéndome su nombre. Es voz de consuelo y la bendigo”, escribió a San Nicolás, al doctor Mariano Benítez