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MANUEL ORIBE. El general uruguayo, jefe del ejército rosista vencedor en el Monte Grande de Famaillá.

Oribe casi deja una pierna en Famaillá.


Es sabido que cada batalla de nuestra historia está adornada con las correspondientes anécdotas de los contemporáneos, que se transmitirían de boca en boca. No fue una excepción la del Monte Grande de Famaillá, librada, como se sabe, el 19 de setiembre de 1841, entre las fuerzas de la Liga del Norte contra Rosas, mandadas por el general Juan Lavalle, y las rosistas, a órdenes del general Manuel Oribe, quien resultó vencedor.

Hay dos bien conocidas. Una es que, antes de iniciarse el combate, el oficial federal Mariano Maza desafío, a viva voz, a Juan Esteban Pedernera, del ejército de la Liga, a zanjar el asunto en un duelo personal, que no llegó a realizarse. Otra narró un testigo, el coronel Mariano de Gainza. Decía que Lavalle estaba tan desilusionado que parecía querer que lo mataran, dado que “avanzó personalmente con la artillería y se puso casi a medio tiro de la enemiga”.

Pero hay una tercera, menos difundida. Tres añosos vecinos tucumanos, don Hermenegildo Rodríguez, don Miguel Caínzo y don Florencio Sal, se la narraron al doctor Ernesto Padilla. Este la asienta en una carta del 13 de noviembre de 1933 dirigida a su amigo, el doctor Marco Aurelio Avellaneda.

Le contaron que Oribe, “que montaba un caballo blanco, en un momento de la batalla cruzó la pierna derecha sobre la montura, para descansar y armar un cigarrillo, en el preciso momento en que una bala de cañón rasaba la parte de la montura en que estaba el estribo, de manera que un segundo antes le hubiera sido llevada la pierna”. Luego, al entrar vencedor en Tucumán, Oribe “tuvo la precaución de averiguar del artillero que había dirigido ese tiro, que era ese oficial González, que tenía fama de un ojo certero como el de nadie para el cañón, el pobre cañoncito de tan contadas municiones…”.