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MANUEL BELGRANO. Firma autógrafa del prócer, a quien apasionó la instrucción pública. LA GACETA / ARCHIVO

La educación fue su inquietud central


Manuel Belgrano fue un prócer al que Juan B. Terán elogió con especial calidez, sobre todo por su inquietud educativa. “Fue un hombre de ideas, un hombre de estado, un estudioso de la sociedad, con vocación para el apostolado de doctrinas humanitarias”, expresó el ilustre tucumano en 1920.

Esas aficiones “marcaban, quizás, el oriente verdadero de su espíritu. Pero aceptó la tarea que la época y el pueblo le impusieron, arrancándolo de su tarea de letrado, torciendo el vuelo natural de su temperamento; y sin violencia y sin tristeza, cumplió el deber a que tan implacablemente lo sujetaba el destino”.

Pero “no olvidó nunca, sin embargo, las ideas caras a su espíritu, ni su tenaz propaganda. Vio claramente las fuerzas, tan poderosas como secretas, que preparaban la revolución; y secundándolas, llamaba la actividad de los habitantes al fomento de la agricultura y del comercio: señalaba, para ese fin, como su medio precioso y necesario, la instrucción popular”. Tal fue “su preocupación central, y la más enérgica”.

En uno de sus informes al Consulado, Belgrano decía: “Esos miserables ranchos, donde se ve multitud de criaturas que llegan a la edad de la pubertad sin haberse ejercitado en otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidas solícitamente por medio de escuelas gratuitas, donde debe inspirárseles amor, a un tiempo, al trabajo y a la virtud”. Sabía él mismo que “las ideas morales en el hombre, cuando no tienen algo de físico, llegan a hacerse entidades negativas”.