Tuvo enorme influencia sobre Avellaneda
Cuando se habla de los grandes hombres, no siempre se recuerda el rol fundamental que, en el logro de esa grandeza, jugaron realmente sus cónyuges. Fue el caso de doña Carmen Nóbrega, esposa del prócer tucumano Nicolás Avellaneda (1836-1885). Se casaron en 1861 y ella -dos años menor- lo sobrevivió hasta 1899. Eduardo Wilde, en la semblanza que dedicó a doña Carmen, afirmaba que “la esposa es, según su carácter y conducta, un pedestal o una lápida de su marido”. Y agregaba que Avellaneda habría sido un talento en cualquier parte, “soltero, casado o viudo; mas junto a su mujer, su amiga y confidente, fue y pudo ser todo eso con menor dificultad y en mayor grado”.
Doña Carmen, según este autor, “se llevó a la tumba” el secreto de “cómo se las compuso para reducir, a lo normal de una escala elevada, esa naturaleza romántica, incongruente, incomprensible, inencuadernable, incoleccionable, irreductible a las formas burguesas, incomparable por fin, de Avellaneda”.
Pensaba que cuando una mujer ha podido ejercer “tan formidable presión sobre tal hombre, sin hacerla sentir, sin ostentarla, sin mostrarla siquiera, y sin provocar explosiones; esa mujer es genial, como talento y como carácter”.
Una observación común es afirmar que, “a lo largo de la vida, en los matrimonios avenidos se produce una ‘transubstanciación’ entre el marido y la mujer, cuyo signos exteriores son la semejanza de la letra, el uso común de ciertas expresiones, la actitud imitada de los movimientos, o su peculiar estilo de las frases”. Entre los esposos Avellaneda-Nóbrega “también tuvo lugar ese intercambio, y su sello más saliente, bien visible, fue esta virtud fielmente compartida: ¡la tolerancia! La tolerancia, cristiana calidad tan rara entre nosotros…”