De Eduardo Wilde al tucumano Roca.
A comienzos de 1880, el conflicto por la Capital de la República entre el Gobierno Nacional de Nicolás Avellaneda y el gobierno porteño de Carlos Tejedor llegaba al punto álgido.
El 1 de marzo, Eduardo Wilde escribía al tucumano Julio Argentino Roca, candidato a presidente: “La situación del país es muy difícil, pero tenía que venir, si no a propósito de ti, a propósito de cualquier otro candidato. No hay tal nación argentina, ni la ha habido nunca: lo que ha habido es una ficción, en la que las dos partes, Buenos Aires y las provincias, se creían explotadas”.
Seguía Wilde: “La designación empleada de ‘Buenos Aires’ y las ‘provincias’ prueba hasta la evidencia que la unión aparente no ha dado lugar a un todo que pudiera llevar el nombre de ‘nación’. Para mí, la solución de las grandes cuestiones se ha hecho necesaria y se acerca. Una nación que no tiene Capital, ni moneda, no es nación”.
Las provincias “usan cualquier moneda, incluso el papel de Buenos Aires, y no tienen por Capital a esta ciudad. Aquí es un huésped el Gobierno Nacional, a quien los dueños de casa toleran y tratan mal”. Le parecía difícil que la solución de estos asuntos se logre “sin guerra y sin mutilar la república”. Al punto que se ha llegado, “no se ve más salida que un cataclismo, del cual resultará la organización definitiva, que es imposible por los medios pacíficos”, decía.
“Las evoluciones sociales, como las físicas, no se verifican sin sacudimientos”. Sus palabras fueron, como se sabe, proféticas. Pocos meses después, tras la sangrienta revolución se resolvería la cuestión Capital.