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ASUNCIÓN DEL PARAGUAY. La vivienda desarmable que Sarmiento hizo traer de los Estados Unidos, en una fotografía de la década de 1920. LA GACETA / ARCHIVO

Relato de un vecino de Villa Alberdi


Juan Heller (1883-1950) puso por escrito las confidencias que recibió de un vecino de Villa Alberdi -argelino de nacimiento- sobre los últimos tiempos de Domingo Faustino Sarmiento. Lo había conocido en Asunción y un día fue invitado a su casa.

Apenas llegado, Sarmiento le preguntó, cuenta, “qué era lo que yo sabía”. El visitante le dijo la verdad. “Las cuatro reglas, algo de raíz cuadrada y cúbica, y otro poco de conocimiento general”. El sanjuanino “poseía un compás horizontal, y de inmediato me propuso enseñarme topografía, lo que acepté complacido”.

Otro día, Sarmiento invitó al argelino y a varios otros para mostrarles la casa que estaba haciendo levantar para mudarse. “Nos ponderó largamente su método, y cual sería nuestra sorpresa cuando vimos un sumario esqueleto de madera forrado con una doble pared de latas de tarro, que dejaba en medio un espacio vacío”. El argelino se atrevió a opinar que era poco conveniente ese sistema en un país con el clima del Paraguay. Narra que Sarmiento “me contestó con una feroz diatriba a las construcciones criollas, y una alabanza al método norteamericano que era preciso adoptar contra lo indio y el atraso”.

El vaticinio del argelino se cumplió. “Sarmiento inauguró su casa con una recepción a sus amigos, pero al poco tiempo enfermó. La habitación era tan poco confortable, aunque tan a gusto de su dueño, que tuvimos que sacarlo de allí casi a tirones y llevarlo a una pieza que nos cedió el dueño de un hotelito, ubicado cerca de la cancha de carreras. Allí lo atendí solícito, junto con la sobrina y el doctor Andreozzi, que al poco tiempo extendió el certificado de defunción, constatando la muerte por senectud. Murió en nuestros brazos, extinguiéndose sin dolor”.