La posteridad olvidó al ilustre mandatario.
En la calle 25 de Mayo 720 hay una casa cerrada. Sobre su revestimiento de mármol se amontonan los “grafitti”, y en lo alto, un cartel anuncia: “Se alquila”. Para las nuevas generaciones es solamente una construcción que sobrevive, entre las erigidas hacia los años 20 del siglo que pasó.
Pero para los mayores tiene otro significado. Era su propietario el doctor Miguel M. Campero (1881-1962). Allí residió hasta poco antes de su muerte quien fue, por dos ocasiones, uno de los más destacados gobernantes de Tucumán, además de haber presidido la Suprema Corte. Es imposible reseñar, en este espacio, la impresionante cantidad de grandes edificios públicos, escuelas, puentes y caminos que destacaron los mandatos del doctor Campero (de 1924 a 1928 y de 1935 a 1939). Tampoco es posible detallar su escrupuloso cuidado del dinero público, el clima de armonía que instaló entre las fracciones políticas, el tono de progreso social generalizado que caracterizó a su gobierno. Y eso sin describir su profunda probidad personal y la austera dignidad de su vida.
Lo que apena comprobar es la ingratitud de la posteridad. No hay una calle que lleve su nombre, dentro de una nomenclatura llena de homenajes inexplicables. Ningún concejal de la Unión Cívica Radical, partido que lo llevó al gobierno dos veces (que hubieran sido tres, de no mediar la revolución de 1943) ha presentado el proyecto de bautizar “Gobernador Campero” a una arteria. Y, como vemos, hasta su antigua casa (donde a nadie se le ha ocurrido colocar una placa que lo recuerde) pasa de alquiler en alquiler y su frente se pintarrajea. Cuánta razón tenía Shakespeare: “El mal que hacen los hombres les sobrevive, pero el bien queda enterrado, con frecuencia, entre sus huesos”.