La experiencia del estudiante Aráoz Alfaro.
“Crónicas y estampas del pasado” se llama el cautivante libro de recuerdos que publicó, en 1938, el célebre médico tucumano Gregorio Aráoz Alfaro. En uno de sus capítulos, narra su primera experiencia de estudiante de Medicina ante un cadáver. Corría el año 1886 en Buenos Aires. “Casi un niño todavía -cuenta- provinciano humilde y tímido, acababa de dejar la pequeña ciudad mediterránea y el Colegio Nacional en el que todo me era familiar y propicio, y me encontraba solo y medio perdido en la gran metrópoli”. Se sentía “un tanto cohibido ante los nuevos maestros y ante los felices compañeros porteños”, cuya desenvoltura “no hacía sino aumentar mis temores y la desconfianza en mis propias fuerzas”.
En “la pobre barraca de madera” que era entonces la Facultad de Ciencias Médicas, le fue dado “presenciar, con verdadera emoción, un acto solemne: el primer examen práctico, la primera operación en el cadáver“, que sobre “la blanca mesa de mármol yacía, pálido y yerto”. Ese despojo era “imponente entonces para nuestras imaginaciones infantiles”, e “imponente siempre para mí, porque es y seguirá siendo el símbolo del eterno e insondable misterio”. En el lugar, “un pulverizador de Lucas Championniere despedía los blancos chorros del ‘spray’ fenicado, de rigor en esa época, e impregnaba con su olor cáustico y dulzaino la atmósfera”.
El examinando tallaba las carnes del mísero cadáver, con un ayudante y frente a tres profesores. Uno de ellos era el doctor Rafael Herrera Vegas, ya célebre entonces. La imagen de ese médico, afirma Aráoz Alfaro, “personificó de inmediato, en mi pensamiento, toda la austeridad, la elevación y la nobleza de la carrera a la que iba a entregar mi vida entera”. Y jamás se le borraría “aquel examen de medicina operatoria y aquella grave y noble figura del presidente de mesa.”