
La enseñanza constituía la única posibilidad.
En las décadas de 1910 y de 1920, el talentoso periodista Rodolfo Romero, radicado en Tucumán, solía escribir artículos cargados de franqueza sobre nuestro medio, en la revista “Caras y Caretas”. Una de sus “Notas tucumanas”, la del 27 de setiembre de 1919, estaba dedicada al arte local, a propósito de la exposición inaugurada en el Museo de Bellas Artes de la Universidad.
En Tucumán, escribía Romero, “oigo decir a la gente que siente inclinaciones al arte, y que pinta, o esculpe, o maneja un instrumento musical: ‘Aquí no se puede hacer nada. No se sabe distinguir un cuadro siquiera pasable del adefesio imaginado por un pinta-paredes cualquiera’. Me lo ha repetido Atilio Terragni, que posee cualidades muy estimables de dibujante y pintor, que fue becado del Gobierno en Europa y que consiguió buenos triunfos”.
Romero afirmaba: “comprobé el desaliento de una pintora, la señorita Emilia Messi, quien clausuró una exposición que reunía sus mejores obras, de esfuerzo constante, de un entusiasmo apasionado por el arte, sin haber vendido un solo cuadro. Algún escultor, como Julio Oliva, no trabaja sino en tal cual mármol encargado. En general, la destreza artística no se emplea sino en la enseñanza. Quien pensase vivir del arte, se moriría de hambre”.
Para Romero, la culpa no era del “industrialismo” sino de los mismos artistas, que debían elaborar un “arte nacional” y no lo hacían. Salvo muy contados casos, “poco les dicen nuestra naturaleza y nuestras costumbres, y no sienten el latigazo de la inspiración ante las características del suelo y de las gentes”, afirmaba.