Los obligatorios “silencio y moderación”
Es conocido que durante su gestión (1832-1838) el gobernador de Tucumán, general-doctor Alejandro Heredia, acondicionó un precario teatro sobre la actual calle San Martín al 500. Pronto percibió la desconsideracón de algunos asistentes, que perturbaban los espectáculos con conversaciones o con “movimientos desarreglados”. Entonces emitió, el 20 de julio de 1833, un decreto donde prescribía que “todo el que concurra a la comedia, sea de la clase que fuese, guardará moderación y perpetuo silencio, desde que se levante el telón hasta que se cierre en las respectivas jornadas”. El juez de Policía debía ordenar la inmediata “expulsión” de los infractores, por medio de los centinelas del local.
La disposición iba precedida de un extenso considerando. “Los que han creído que el teatro es un espectáculo de pura diversión, se engañan desgraciadamente. Cuando las luces obren sin las trabas de la ignorancia, entonces conocerán que el teatro es un verdadero modelo de educación, capaz de inspirar sentimientos de la mejor moral, y del mayor entusiasmo por seguir la huella que han dejado los grandes y heroicos sucesos que se representan”, expresaba.
“Allí se ve -añadía- reprendido el vicio y expuesto a la vergüenza pública, ridiculizado el crimen y confundido el perpetrador, distinguido el mérito y premiada la virtud. El teatro, en fin, es una escuela pública donde se aprenden lecciones prácticas, que hacen advertir los perniciosos efectos de la preocupación del ocio, dejación, temor, y de otras muchas pasiones débiles que han envilecido al hombre. Para aprovecharse de la moral y desengaño de estas piezas dramáticas, es preciso guardar silencio y moderación sin interrumpir el sentido”.