Una desairada anécdota de “Marquito”.
Marco Avellaneda (1868-1937), apodado “Marquito”, era hijo del presidente Nicolás Avellaneda. Solterón, desarrolló una carrera de hombre de mundo y de diplomático, hasta que la ceguera lo forzó al retiro: quedó limitado a presidir una -que sería célebre- tertulia de amigos, en su casa de la calle Viamonte, en Buenos Aires. Visitó Tucumán varias veces, para cultivar sus muchos parientes y amigos. En 1918 publicó en LA GACETA una evocación del ex gobernador Tiburcio Padilla.
El doctor Padilla (1835-1915) había sido desde niño un gran amigo de su ilustre padre. Lo interesante es que “Marquito”, en ese artículo, tuvo el sentido del humor de relatar una anécdota donde él mismo, en tercera persona, aparecía desairado. Hablando de don Tiburcio, contaba que “hace unos años se encontró en Tucumán un hijo de quien fue su más fraternal amigo”. Y que “en un banquete, solicitado a hablar, hace un brindis y surge el elogio amable, de circunstancias. Alguien dice: ?me ha traído el recuerdo de su padre?”.
Ni bien oyó esto, Padilla, que no tenía pelos en la lengua, “gritó indignado: ?¡Qué profanación¡ ¡Es no tener conciencia, haber perdido la memoria! ¡El padre era la elocuencia misma y este muchacho? hombre! ¡Mire qué necio! No, usted no ha pensado en lo que acaba de decir ¡Retire, se lo ruego, lo que ha dicho!”.
Ante semejante andanada, el comensal “retiró sin ninguna resistencia su inesperada lisonja. Y el desposeído del elogio ha confesado que nunca sintió una emoción más grande, más halagadora, aumentando desde ese día su cariño, su respeto, por el celoso amigo de su padre”.