Un escrupuloso ceremonial reglamentaba, hace más o menos un siglo, las fiestas danzantes de la alta sociedad.
Hace más o menos un siglo, la alta sociedad -de Tucumán, como de cualquier lugar del país- seguía un complicado ritual para las grandes fiestas con baile. Reseñarlo es material de interés, hoy, para los estudiosos de la historia de las costumbres. Por eso vale la pena, creemos, ensayar una comprensiva exhumación de aquellas antigüedades. A esta altura del siglo XXI suenan a graciosas, pero en su momento componían un ceremonial escrupulosamente respetado. Quien no lo acataba, quedaba automáticamente al margen de la denominada “vida social”.
En primer lugar, las grandes fiestas con baile no tenían, ni por asomo, la frecuencia de las reuniones danzantes caseras. Se realizaban sólo en contadas ocasiones del año, y a ellas concurrían, además de los matrimonios y los jóvenes solteros, las niñas solteras acompañadas por sus padres. Si la madre era viuda, no iba a esa reunión, y sus hijas lo hacían acompañadas por algún matrimonio de parientes.
Carnet de baile
La música, por supuesto, no salía de los recién nacidos y chirriantes “discos de fonógrafo”. La ejecutaba siempre una orquesta. Estaba todo claramente organizado. En primer lugar, la orquesta tocaba solamente un número determinado de piezas (hoy se diría “temas”) durante la noche. En segundo, las parejas solteras se armaban antes de empezar la música, y de acuerdo a las constancias de un “carnet de baile”. El caballero solicitaba un baile determinado y, si la señorita consentía, su nombre quedaba anotado en ese “carnet” que se había entregado a cada una al ingresar, y que guardaban en su cartera de fiesta.
Consistía normalmente en una pequeña cartulina doblada, de unos 10 por 7 centímetros. En la tapa estaba delicadamente impreso el nombre del club, o de los anfitriones de la reunión -según el caso- y a veces incluía ilustraciones. En el interior del carnet estaban enumeradas las piezas que se ejecutarían en la velada, así como su orden. En la esquina del carnet, de una perforación, pendía un cordoncillo de seda que sujetaba un lápiz minúsculo.
Piezas limitadas
Con ese lápiz, la dama escribía el nombre (a veces sólo las iniciales) del solicitante, sobre la línea punteada junto a cada música. A veces, extendía el carnet al caballero, para que él mismo se anotase. Ilustran esta nota un par de carnets del baile.
Uno es el de la velada “de reglamento” que ofrecía el Club Social de Tucumán, el 24 de setiembre de 1905. Se advierte allí que la orquesta ejecutaba los bailes un total de 24 veces, a razón de 12 en la primera y otras tantas en la segunda, que se iniciaba tras un largo intervalo.
El orden de las piezas en la primera parte era: “Lanceros”, “Pas de quatre”, vals, polca, nuevamente vals, otra vez “Lanceros”, de nuevo vals, “Pas de patineurs”, otra vez “Lanceros”, vals de nuevo, “Pas de quatre” y vals. Tras el intervalo, el orden de las piezas era ligeramente distinto, pero siempre se trataba de las mismas. Por cierto que no se ejecutaban “enganchadas”: había una pausa, no demasiado breve, entre una y otra. El baile se cerraba con un “Galop final”.
Variados pasos
Los “Lanceros” eran una suerte de cuadrilla, “en cuyas figuras o mudanzas las parejas se saludan, se visitan, desfilan paralelamente, etcétera”, según informan las obras de referencia. El “Pas de quatre” era un baile de cuatro tiempos, parecido al “chotis”. El “Pas de patineurs” también tenía cuatro movimientos, en uno de los cuales correspondía al caballero cruzar el pie en el aire, como los patinadores. En cuanto al “Galop”, se trataba de una danza “muy rápida” en la que los compañeros “se unían en una línea de baile circular, y daban pequeños saltos, en imitación de una caballo al galope”.
El otro carnet que publicamos -posterior y mucho más lujoso- perteneció a una fiesta del 12 de junio de 1912, en Tucumán, en alguna casa de familia. No es una simple cartulina: tiene tapas de cabritilla, con el interior forrado en seda y una ilustración a la acuarela. En este caso, la lista de piezas sumaba 20 en total, divididas en 10 y 10. Al vals y los “Lanceros”, se añadían la “Cuadrilla” y dos piezas de origen norteamericano, el “One Step” y el “Two Step”.
La “Cuadrilla”, heredera de la contradanza francesa, se armaba con cuatro bailarines en pareja, en una formación cuadrada. En el “One Step” se bailaba de puntillas, con un compás de 2/4, parecido al pasodoble. Y el “Two Step” era de desplazamientos rápidos, con pasos similares a los de una caminata normal.
Necesaria destreza
Por cierto que estos bailes tan complicados exigían de las parejas una destreza especial. El “Código Social Argentino” de María H. Montes (famoso en su tiempo y que en 1922 ya llevaba tres ediciones) advertía que “más que encomiable audacia, es una torpeza de mal gusto bailar sin saber hacerlo correctamente: la coreografía es un arte, y quien lo remeda sin poseerlo se cubre de ridículo”.
Pero, aunque el carnet identificaba a los candidatos de cada pieza, podían ocurrir complicaciones, para salvar las cuales el código fijaba sin titubear la debida actitud. Decía que, en primer lugar, nadie podía pedir un baile sin ser previamente presentado a la señorita, y que “para invitar a bailar a una dama que está de novia, se le pide autorización al novio”.
La solicitada podía “anotar o no en su carnet las piezas que concede, pero negar una promesa o transferirla puede importar un desaire”. Del mismo modo, constituía “un desaire” que el caballero no reclamase la pieza concedida. Por cierto que todo “desaire” era un pecado mortal.
Las eventualidades
Podía ocurrir que la dama, atolondradamente o por no haberla anotado en el carnet, prometiera equivocadamente una misma pieza a dos caballeros. En ese caso, “debe abstenerse de bailar”, prescribía el código. Ahora bien, si uno de los solicitantes “desistiera sin muestras de molestarse, puede bailar con el otro”. La dama debía danzar con todo aquel que se lo pidiese. Razonaba el código que “si es difícil para un caballero dejar a una dama, más difícil es para una dama rehusarse a bailar con un caballero, so pena de no bailar en el resto de la velada”.
Había otras pautas de observación no menos estricta. Indicaba el código que “la compañera de baile no mira a la cara del caballero, ni tampoco al suelo”, mientras dura la danza. Recordaba que “el atrevimiento (mirar a la cara) o la falsa vergüenza (mirar al suelo) cuadran mal en gente bien educada, cuya primera condición en la vida social es un elegante desenvolvimiento”.
Claras normas
El código consignaba otras prescripciones no menos curiosas. Veamos algunos ejemplos. “Los caballeros no bailan con sus esposas, sino en momentos especiales”. Las casadas “cuando son jóvenes, bailan, pero no a la par de las solteras, y eligiendo bien sus caballeros”. El caballero “que no tiene un interés particular, no baila varias piezas seguidas con una dama, ni muy frecuentemente”. Cuando la dama rehúsa bailar, no debe insistirse demasiado: pero, si el rechazado “sin motivo plausible viera que la dama baila, tiene derecho a considerarse desairado”.
Era algo establecido que “los dueños de casa, si son jóvenes aun, forman un cuadro especial -cuadrilla o lanceros- e inician el baile”. Si por razones de edad o cualquier otra no lo hacen, “lo harán sus hijos o los invitados, a indicación de ellos”.
Estos vástagos de los anfitriones, debían cumplir -fueran hombres o mujeres- algunos deberes durante el baile. Según el código, las mujeres “tienen entera libertad para bailar cuanto quieran, pero sin descuidar que sus amiguitas sean atendidas”.
Espolines y guantes
En cuanto a los varones, estaban obligados a ocuparse de la concurrencia. “Si alguno de ellos estuviera de novio, se encargará con la novia de atender a los invitados”. En esa tarea, lo ayudaríán “sus amigos íntimos”.
Si concurrían al baile militares con uniforme, debían dejar la espada en el guardarropa. Además, “no deben llevar espolines que, aun siendo de fantasía, quedan mal en un salón y son molestos para todos”. Normalmente, a estos grandes bailes con carnet, los hombres iban ataviados con frac, chaleco blanco y guantes blancos. A estos, tenían que llevarlos puestos mientras bailaba. Pero a la hora de la comida, debían quitárselos. La prohibición de comer con guantes puestos rezaba tanto para los caballeros como para las damas.
A la medianoche, la fiesta se daba por concluida y todo el mundo regresaba a su casa. Uno de los artículos del código advertía atinadamente al caballero todas las posibilidades que encerraba una fiesta. Decía que “en los bailes es donde con más frecuencia tienen lugar los conocimientos ocasionales”, y, “desde luego, si se conversa con una dama, es permitido invitarla a bailar”. Lo demás, era cosa suya.