José Antonino Medina tuvo rol protagónico en la revolución contra los realistas de La Paz, en 1809
Tres tucumanos actuaron en primera fila en los movimientos independentistas del Alto Perú, en 1809: el abogado Bernardo de Monteagudo y los eclesiásticos Ildefonso de Las Muñecas y José Antonino Medina. El primero es bien conocido, el segundo, algo menos, aunque un departamento de Bolivia lleva su nombre. Y al tercero, sólo lo conocen borrosamente algunos historiadores. El Bicentenario de la Independencia parece ocasión adecuada para rescatar algo de su trayectoria, en las líneas que siguen.
El doctor
José Antonino Medina (que en otros documentos aparece como José Antonio, Juan Antonio o Juan Antonino, y a veces con el apellido Díez de Medina), nació en San Miguel de Tucumán en 1772 o 1773, ya que en 1809 una actuación judicial le da “de 36 a 37 años”. No conocemos el nombre de sus padres. El historiador Manuel M. Pinto afirma que “estaba vinculado a las mejores familias de la Colonia, por la de don Hermenegildo de la Peña, del cual era primo carnal, y por él, a los Camperos”. En una carta, Monteagudo lo trata de “estimado primo, paisano y amigo”.
Según el historiador Pablo Cabrera, Medina estudió en Córdoba. Recibió el presbiterado en 1795, de manos del obispo Ángel María Moscoso, y en 1879 se lo autorizó a pasar a Chuquisaca para doctorarse. En esa célebre Universidad altoperuana se doctoró en Teología, y luego dictó cátedras en el Convictorio Carolino.
Fue condiscípulo o profesor de varios futuros revolucionarios argentinos, como Monteagudo, Mariano Moreno, Pedro Agrelo, Felipe Iriarte y José Andrés Pacheco de Melo, entre otros.
“Audaces ideas”
Según el historiador Manuel Carrasco, era Medina “unas veces calculador y frío, y otras veces impulsivo y vehemente”. Al parecer, fue por sus “audaces ideas” que el Arzobispo de Chuquisaca, Benito María de Moxó, resolvió destinarlo lejos. Lo nombró cura de Sica Sica, cuando corría 1808.
Como se sabe, el 25 de mayo de 1809 se produjo la revolución de Chuquisaca, que depuso al presidente de la Audiencia, Ramón García de León y Pizarro, con el pretexto de que conspiraba a favor de la infanta Carlota Joaquina de Portugal. Detrás de esto, se escondían propósitos independentistas, y los rebeldes enviaron gente al interior, encargada de difundir el movimiento y de atizar otros similares.
Con esa finalidad, con rumbo a La Paz partió Mariano Michel Mercado, con dos compañeros. En Sica Sica, hablaron con Medina, quien se les unió sin vacilar.
El revolucionario
El 16 de julio de ese año 1809, estallaba la revolución en La Paz. La encabezaba Pedro Domingo Murillo. Al frente de un batallón, tomó el cuartel de veteranos, arrestó a sus oficiales y convocó al pueblo a cabildo abierto por medio de campanadas. Además, arrestó al gobernador intendente Tadeo Dávila.
Murillo quedó instituido comandante militar de la ciudad. Se constituyó una “Junta Tuitiva de los Derechos del Rey y del Pueblo”. La presidía Murillo y, entre sus siete vocales, estaba el tucumano Medina. Según Carrasco, en el posterior proceso a los cabecillas, “todos, sin excepción alguna, señalaron al cura Medina como el autor de las proclamas y papeles subversivos con que inundaban las provincias y partidos”. Hace notar Eugenio Beck que las proclamas de Medina, “en nada difieren de las que, meses más tarde, redactó Mariano Moreno en Buenos Aires”. Ambas enmascaraban sus propósitos con el pretexto de defender los derechos de Fernando VII prisionero.
“Plan de gobierno”
Medina fue autor del célebre “Plan de Gobierno” de la Junta Tuitiva. Tenía diez artículos, cuya importancia –dice Carrasco- estriba en que “establece un gobierno autónomo y soberano que, por su propia naturaleza y composición, se desvincula y aparta del poder monárquico metropolitano”.
La Junta Tuitiva era la encargada de “la defensa, seguridad y existencia futura del pueblo”: acogía los requerimientos populares y los elevaba al Cabildo, que ejercía el Poder Ejecutivo y el Judicial. Resolvía no enviar en adelante los fondos a Buenos Aires (cabecera del Virreinato del que dependía) y destinarlos en cambio al nuevo gobierno. Acordaba, finalmente, propagar los principios revolucionarios en el Río de la Plata y en el Perú, además de levantar un ejército para sostener a La Paz.
Rápidamente, las autoridades realistas organizaron la represión del alzamiento. El presidente de la Audiencia del Cusco, brigadier José Manuel de Goyeneche, ofreció al Virrey del Río de La Plata, Baltasar Hidalgo de Cisneros, actuar con sus fuerzas en esa dirección, cosa que Cisneros aceptó.
Prisión y condena
Goyeneche, con un fuerte ejército, no tardó en aplastar a los alzados de La Paz. El cura Medina estaba con Murillo cuando este fue derrotado, el 11 de noviembre, en la acción de Chicaloma, frente a Irupana. El coronel pudo huir, pero fue delatado y capturado en Zongo. En cuanto a Medina, escapó al oeste, hacia Las Yungas, pero cayó en poder de los realistas en Chulumani y fue llevado preso a La Paz.
El proceso se sustanció con rapidez. El 27 de enero de 1810 se dictó la sentencia. Condenaba a muerte a Murillo y Medina, junto con Gregorio García Lanza, Juan Basilio Catacora Heredia y Buenaventura Bueno. Se dice que Murillo, en el patíbulo, gritó: “¡Compatriotas, yo muero, pero a la tea que dejo encendida nadie la podrá apagar! ¡Viva la libertad!”.
El catastrófico desenlace de La Paz hizo que los alzados de Chuquisaca liberasen a García de León y Pizarro y reconocieran a la nueva autoridad realista, el general Vicente Nieto. Este entró en la ciudad el 21 de diciembre de 1809, para distribuir prisiones y destierros a granel.
Pena conmutada
Un problema para los realistas, era que la condición sacerdotal de Medina impedía su ajusticiamiento, a pesar de que Goyeneche estaba obstinado en hacerlo. Inclusive, había solicitado –sin éxito- al obispo Remigio de la Santa Ortega, la degradación del tucumano para poder ejecutarlo. Y la requirió también, por medio del virrey Cisneros, al obispo de Buenos Aires Benito Lué y Riega.
Cisneros había aprobado el fallo, el 28 de abril, pero luego cambió de idea. Ya en sus últimos días con poder, dispuso, el 20 de mayo de 1810, “en uso de mis altas facultades y a nombre de nuestro Augusto Soberano el S. D. Fernando VII”, que la sentencia de Medina “se suspende conmutándola en destierro”. Entretanto, Goyeneche seguía insistiendo, y el obispo le contestó que los delitos de Medina, son “más bien nacidos de su deschavetado cerebro y carácter intrépido, que de un espíritu sedicioso”.
Los escasos y a veces contradictorios datos de los biógrafos, dicen que Medina, por órdenes del virrey Abascal, fue entonces enviado preso a la cárcel del Callao, o la de Trujillo.
El constituyente
Que logró escapar de alguna de estas, con la complicidad de su discípulo Mariano Álvarez y de un médico, Carmona, y que se embarcó hacia el sur. Que cruzó los Andes y, ya en las Provincias Unidas, se instaló en Salta, donde habría sido capellán de los gauchos de Güemes. En fin, que después regresó a Tucumán, ya bastante achacoso.
Consta que su provincia natal lo nombró diputado al Congreso Constituyente de 1826, junto con el coronel Gerónimo Helguera, el doctor Juan Bautista Paz y José Ignacio Garmendia Alurralde. El biógrafo Beck destaca, de su actuación en esa asamblea, que se opuso a erigir un monumento a los revolucionarios de Mayo. Le parecía poco republicano. “¿Para qué necesitamos más monumento que esa pirámide que tenemos en la plaza de la Victoria Ese es el monumento que ha de perpetuar la memoria de los héroes del 25 de mayo”, dijo Medina en su discurso del 9 de junio de 1826. Firmó, con sus colegas, la Constitución unitaria sancionada el 24 de diciembre de ese año.
Muerte en viaje
Las biografías señalan que Medina murió en Tucumán, en 1830. Pero el Archivo Histórico de Tucumán guarda una nota del gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos, fechada 20 de abril de 1828. En ella avisa, a su colega de Tucumán, que “por fallecimiento del diputado de la Provincia de Santiago del Estero, Doctor Don José Antonio Medina, en el tránsito para la de Santa Fe”, habían quedado en Córdoba bienes que le pertenecían, tales como ”dos cargas de petacas y una carretilla de caballo buen aperada”. Salvo los errores en el nombre –como siempre- y en la provincia que representó, parece tratarse de nuestro doctor José Antonino Medina quien, así, habría fallecido en 1828 durante un viaje.
No sabemos que exista retrato del prócer. Tengo en mi poder una carta original suya –que me obsequió el doctor Arturo Santillán- fechada en Buenos Aires el 19 de junio de 1826 y dirigida al doctor José Agustín Molina, de Tucumán. Allí hablaba pestes de Bernardino Rivadavia, y le indignaba que el Congreso estuviera “decidido por el sistema de unidad”, en la Constitución que iba a sancionar.