Imagen destacada
LEOPOLDO LUGONES. Con un cuchillo cañero en la mano, el poeta posa en la Estación Experimental, en 1915. A la derecha, el gobernador Ernesto Padilla, y a la izquierda, el doctor Arturo Rosenfeld. LA GACETA / ARCHIVO

Biblioteca fundada por jóvenes tucumanos.


En 1918, un grupo de jóvenes decidió fundar una biblioteca en Tucumán y denominarla “Leopoldo Lugones”. El destacado literato les envió una carta, cuyo curioso texto publicó LA GACETA del 15 de junio. Agradecía la designación y prometía enviar sus libros. “En cuanto a mi palabra de estímulo, va franca y calurosa, porque no hay institución cultural más útil que una biblioteca, ni más necesaria en nuestro país”.

Pero, agregaba, “renegaría yo de la conducta que he practicado hasta hoy, y traicionaría mi conciencia con mengua profunda, si no advirtiera a ustedes el error en que han incurrido tomando mi nombre para designar aquel centro”. Porque, seguía, “ni yo conozco si ustedes han debido hacerlo, menoscabando su propia libertad con el aprecio excesivo de un hombre sin méritos ni virtudes dignas de ningún encomio. Si yo acepto como justo y bueno que las bibliotecas lleven el nombre de Rivadavia y de Sarmiento, tiene que parecerme desmedido y afligente el empleo del mío con idéntico propósito; pues nadie conoce mejor que yo cuán inferior soy a aquellos hombres”.

Les pedía “que reconsideren aquella sanción y que, obligándome más todavía, sustituyan mi nombre por algún otro más digno, mientras hago yo los méritos conducentes a ese honor; que tampoco deseo alcanzar en nada, porque tales homenajes fomentan el orgullo y tornan, a quien los recibe, peligroso e incómodo para los demás”. Terminaba: “Así ganarían ustedes mucho en mi afecto, que, en suma, es lo único valioso en las relaciones humanas, y rendirían homenaje a la equidad, única cosa que lo merece realmente”.