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EN LULES. Totalmente restaurada, la ex iglesia parroquial y, al lado, la que fue casa de los Domínguez, familia materna del doctor Cantón

La injusticia del gobernador de Tucumán permitió a Eliseo Cantón convertirse en un famoso médico.


Son más que extrañas las rutas por las cuales una persona puede llegar a cumplir con su verdadera vocación. Así le ocurrió al doctor Eliseo Cantón. Según él mismo lo narraría, mientras cursaba el bachillerato en el Colegio Nacional de Tucumán, se le había desarrollado “un verdadero amor por el estudio de las ciencias físico naturales”, cosa que le revelaba su vocación de médico. Pero sucedió que, justo el año en que egresaba bachiller (1879) se abrió una Escuela de Ingeniería en San Juan. Su gobierno resolvió otorgar una beca a cada provincia, para asegurarse siquiera los 14 alumnos que abrieran el curso. El beneficio correspondería al bachiller con mejor promedio en los exámenes finales.

“Como nos encontrábamos -narra- en esta favorable condición, y la beca resolvía todo un problema económico para un estudiante pobre, no vacilamos en cambiar de rumbo: seremos ingenieros en vez de médicos, dijimos, ya que el destino así lo quiere”. Con este pensamiento, Cantón se encaminó al Cabildo, para entrevistar al gobernador de Tucumán, Domingo Martínez Muñecas, y pedirle que ordenase la entrega de la beca de San Juan a su nombre.

Singular sorteo

Ya en el despacho, Martínez Muñecas escuchó su pedido y le dio una sorprendente respuesta. “¡Cuánto lo siento, amiguito: yo he prometido esa beca a su condiscípulo Modesto Sosa!”. Cantón reclamó, estupefacto. Manifestó que el mejor promedio era el suyo y no el de Sosa. Entonces, el gobernador prometió que averiguaría bien las cosas antes de decidir.

“Días después -sigue el relato de Cantón- éramos invitados los aspirantes a la beca a presentarnos en el despacho del señor gobernador”. Al recibirlos, “dijo con suma cortesía: ‘Tiene razón el joven Cantón; por el informe del señor Rector, se ve que a él le corresponde la beca. Pero como yo se la había prometido a su condiscípulo, la jugaremos a la suerte’. Y procedió a colocar dos papelitos doblados en su sombrero de felpa, a la vez que nos decía: ‘Al que saque el papelito en blanco le corresponde la beca’. Acto continuo presentó al sombrero al joven Sosa, quien, naturalmente, extrajo uno de los dos papeles en blanco colocados a tal objeto”.

El médico

Al recordar la actitud de quien “así daba la razón a quien la tenía y la beca a quien él deseaba”, creyendo aplicar justicia salomónica, reflexionaba Cantón: “Ya se ve pues cómo el destino, actuando benéficamente, impidió, por mano de aquel señor gobernador, que torciera mi vocación natural y llegara ser quizás un mediocre o un mal ingeniero”…

Eliseo Cantón había nacido en Tucumán el 15 de octubre de 1861. Sus padres eran el profesor de música Eliseo Cantón, español, y doña Isabel Domínguez, de antigua familia tucumana, hermana del fundador de la villa de Lules, presbítero Zoilo Domínguez. Esfumada, vimos, la beca de San Juan, con “80 pesos bolivianos” que le proveyó su padre, el joven Cantón pudo venir a la Capital. Se matriculó en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires, y en 1886 se doctoraba brillantemente con la tesis “Estudio sobre el paludismo en la provincia de Tucumán”.

Vuelto al terruño, actuó con arrojo en la gran epidemia de cólera de 1886-87. Luego fue director de los baños termales de Rosario de la Frontera, y profesor de nuestro Colegio Nacional.

Política y ciencia

Pronto lo tentó también la política. Se inició en ella como diputado a la Legislatura Provincial. Luego fue elegido diputado nacional en cinco oportunidades: en 1888-92, 1894-98 y 1898-1902, por Tucumán, y en 1904-08 y 1908-12, por la Capital Federal, donde se radicó. Bien podría rescatarse en un libro la singular actuación de Cantón en esa Cámara, de la que fue presidente en dos ocasiones. Participó en una enorme cantidad de debates, no sólo de temas sanitarios sino también políticos y económicos. Era un orador parlamentario lleno de recursos, dotado de muy buena información y con temibles dotes de polemista. En 1909 se desempeñó como interventor federal en Córdoba.

Simultáneamente, iba desarrollando una intensa tarea de hombre de ciencia y de catedrático. En 1892 asumió como profesor de Zoología Médica en la Facultad porteña. Dictó esa materia hasta 1901, año en que se hizo cargo de la de Clínica Obstétrica, al regreso de un largo viaje de estudios a Europa. A su esfuerzo se debió (1908) la creación de la Clínica Obstétrica y Ginecológica de la Facultad, con asiento en el Hospital San Roque, así como las leyes de creación de la Escuela Práctica de Medicina y Morgue, del “Open Door” de Luján y del Policlínico “José de San Martín”.

Creaciones y trabajos

Alentó estas y otras importantes iniciativas, ya como diputado, ya como decano de la Facultad, función que ocupó de 1906 a 1912. La Academia Nacional de Medicina lo designó miembro de número, y presidió varios períodos esa corporación

Autor de minuciosos trabajos científicos, pueden citarse “El paludismo y su geografía médica en la Argentina”; “El parásito de las fiebres palustres”; “Estudio sobre las aguas minerales del norte de la Argentina”, entre otros. Asimismo, se destacan sus monumentales “Historia de la Facultad de Medicina y sus escuelas”, en 4 volúmenes (1921), y los 6 tomos de “Historia de la Medicina en el Río de la Plata”, editados en Madrid en 1928. Su “Atlas de Anatomía y Clínica Obstétrica”, de gran formato, publicado en homenaje al Centenario, se consideró como un hito en la disciplina y una auténtica joya bibliográfica.

Cantón nunca perdió su vínculo con Tucumán, y regresaba todos los veranos a pasar temporadas en Lules, en la casa de su familia materna, lindera con la iglesia parroquial, cuyo edificio era propiedad de los Domínguez.

Veranos en Lules

Hace muchos años, solíamos mantener largas conversaciones con don Vicente Nasca, culto caballero nacido en Lules y dotado de privilegiada memoria. Me contaba haber visto, en su mocedad, a Eliseo Cantón, generalmente durante el mes de enero, en la entonces villa.

Era, me decía, más bien alto, sonrosado, siempre impecablemente vestido -jamás lo conoció nadie en camisa- y con aire circunspecto en todos sus movimientos. Aunque saludaba siempre con cortesía a los luleños, no participaba de ninguna reunión.

Sus días transcurrían sentado en una silla de Viena, en la glorieta de su casa, debajo de un Jazmín del Paraguay, siempre leyendo. A mediados de 1930 hizo una excepción y vino en junio, para la inauguración de la estatua de bronce de su tío, el presbítero Domínguez. No fue sencillo el trámite, ya que los Cantón insistían en que se la colocase al centro de la plaza, en contra del criterio de las autoridades. Finalmente, se resolvió ubicarla frente a la iglesia, dentro de la propiedad de los Cantón-Domínguez, no sin que hubiera, recordaba Nasca, feroces controversia municipales, parlamentarias y dictámenes legales.

Muerte y cremación

La descubrieron el 29 de junio de ese año, en un gran acto, donde el médico se refirió a su ilustre tío. Dos meses más tarde, en Buenos Aires, se le tributó un gran homenaje, bautizando “Doctor Eliseo Cantón” a la Clínica Obstétrica y Ginecológica -por él fundada- anexa al Hospital Ramos Mejía. Fue en su discurso de esa ocasión, que recordó con nostalgia aquel episodio juvenil de la beca fracasada.

Un año más tarde, el 21 de junio de 1931, Cantón falleció en Buenos Aires. Había dispuesto que sus restos fueran incinerados, manda que se cumplió. La noticia de que las cenizas iban a ser traídas a Lules para inhumarlas en la iglesia (donde tradicionalmente se enterraba a los miembro de la familia) movió al Obispado de Tucumán a tomar una drástica medida, ya que en esa época la Iglesia no admitía las cremaciones.

Cierre del templo

El Obispo diocesano, monseñor Agustín Barrere, la tarde anterior a la llegada de la urna, dio orden al párroco Miguel Rezer de sacar todo lo que fuera propiedad eclesiástica de ese templo, y llevarlo, sin pérdida de tiempo, al nuevo que se estaba construyendo poco más allá, costeado por doña Sinforosa Márquez. Así se hizo, y la iglesia de los Domínguez quedó, desde entonces, cerrada para el culto.

Me contaba Nasca una curiosidad. En su testamento, Cantón no había dispuesto que sus cenizas se pusieran en la capilla, sino debajo de su querido Jazmín del Paraguay, en la glorieta, deseo que se cumplió. Pero, de todas maneras, el viejo templo quedó fulminado por la disposición episcopal y los años empezaron a venírsele encima. Un día fue demolido, o se derrumbó de puro viejo, el campanario. En la actualidad todo está impecablemente restaurado.