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CASA DONDE MATARON A LAVALLE. El hecho ocurrió después del retiro de los correntinos

Tras la derrota de 1841, la Legión Correntina siguió con Lavalle; pero luego decidieron volver a su tierra, en un intrépido viaje.


Bien se sabe que, en 1840 y lideradas por Tucumán, las provincias de esta región se alzaron contra la dictadura que ejercía el gobernador de Buenos Aires y encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, general Juan Manuel de Rosas. Fue Tucumán la primera en pronunciarse (7 de abril), y a su llamada se adhirieron Salta, Jujuy, Catamarca y La Rioja, formando la llamada “Liga del Norte contra Rosas”. Contaban con dos fuerzas militares: el Primer Ejército Libertador, al mando del general Juan Lavalle, y el Segundo Ejército Libertador, a cuyo frente estaba el general Gregorio Aráoz de La Madrid.

Se sabe también que Rosas se dispuso a reprimirlos, en operaciones que mandaron Manuel Oribe y Ángel Pacheco, sus más eficaces generales. La Liga –pequeñas acciones aparte- sucumbió luego de tres derrotas sucesivas: en 1840, Quebracho Herrado (28 de noviembre); y en 1841, Famaillá (19 de septiembre) y Rodeo del Medio (24 de septiembre).

Lo que no es muy conocido es el papel que jugó, en toda esta aventura guerrera y después, la denominada “Legión Correntina”. Esta nota busca sintetizar las peripecias de aquel conjunto de soldados, utilizando sobre todo el trabajo “Los correntinos de Lavalle”, del historiador Erich Poenitz.

En dos partes

Unos mil correntinos componían inicialmente la mayor parte del ejército de Lavalle, cuando este jefe llegó al norte. En realidad, la fuerza con que había partido de Buenos Aires era más del doble de esa cifra, pero Oribe la había eliminado o hecho prisionera en la derrota que les infligió en Quebracho Herrado. Las malas comunicaciones con el Segundo Ejército, de La Madrid, habían determinado ese resultado.

Al promediar 1841, y luego de otro contraste de La Liga, en Sañogasta, se acordó que el Segundo Ejército operaría en Cuyo y el Primero en el Norte. Así, una parte de la Legión Correntina se integró con La Madrid y la otra parte, al mando del coronel José Manuel Salas, quedó con Lavalle. Derrotado este en Famaillá, partió rumbo al norte, llevando poco más de medio millar de hombres. “La mayoría de la fuerza la componían los fieles correntinos de la hora inicial”, dice Poenitz, que habían sobrevivido a la derrota de Famaillá.

Lavalle se había ilusionado con hacerse fuerte en Salta. Era una fantasía del bravo general. Luego de Famaillá, ya no tenía hombres ni armas suficientes para enfrentar al ejército rosista de Oribe, que venía en su persecución.

La Legión quiere irse

Estaba acampado en territorio salteño, cuando se le presentaron los jefes Manuel HornosSantiago Oroño, José Manuel Salas, Manuel Antonio Ocampo y Juan Olmos. Le manifestaron que la Legión Correntina quería volver a su provincia, cruzando el Chaco.

Argumentaron, cuenta Salas, “que todo estaba perdido y que preferíamos morir de necesidad en el desierto o en manos de los infieles”, antes que “humillarnos tan vilmente ante el enemigo al que tanto habíamos combatido”. El ánimo de Lavalle estaba devastado por las derrotas y la incertidumbre sobre su futuro. Así, tomó decisiones contradictorias. Por un lado, autorizó a la Legión a retirarse, y por el otro –sin que aquella se enterase- despachó a los indios baqueanos, que a pedido de Salas y con el cacique Colompotón, venían para guiarlos en la travesía proyectada.

Narra Salas que, la última noche, fue a ver a Lavalle a su carpa. “Le pedí francamente me dijera lo que yo debía hacer. Largó la pluma y me contestó: ¡Haga usted lo que tenga a bien hacer, coronel Salas! Y entonces se le cayeron las lágrimas y mojó el papel. Puso la mano en un carrillo y se agachó, poniendo el codo sobre la mesa. Yo también lloré, y sin hablar más palabras me retiré y seguí las huellas de las fuerzas, que ya se habían marchado sin mi conocimiento”.

Polémica decisión

En sus “Memorias”, el general José María Paz afirma que, cuando los correntinos pidieron retirarse, Lavalle “sin negarse, les dijo que aguardasen, y lo hicieron, hasta recibir un socorro pecuniario que se daba al ejército”. Pero después “se separaron, desconociendo la autoridad del general y apartándose sin su consentimiento de la columna a cuya cabeza marchaba él en persona”.

La represión rosista era implacable. Poco después, el 3 de octubre, era degollado en Metán el doctor Marco Avellaneda, líder de la coalición antirrosista. Y cuatro días más tarde, Lavalle terminaba ultimado por una partida federal en una casa de Jujuy. Había ingresado a esa ciudad imprudentemente y con mínima escolta, dejando su tropa acampada en las afueras. Pero Paz opina que la separación de los correntinos no fue –como algunos dijeron- la causa del fin de Lavalle. Su muerte, afirma, “fue obra de su confianza, de una casualidad y de una fatalidad también”.

Por su lado, el general Juan Esteban Pedernera, en carta a La Madrid, afirmaría que Salas, Olmos, Oroño y Ocampo “arrastraron casi toda la fuerza con la idea de irse a Corrientes”. Y que “se había hecho sentir ya esta defección tan luego como pisamos la frontera con Salta, pero el general pudo sosegarlos prometiéndoles que se irían cuando él se lo indicase”.

Cruce del Chaco

De todas maneras y luego de proteger el flanco de la retirada de Lavalle y sus 150 hombres a Jujuy, la Legión Correntina inició su marcha. La conducían 14 jefes y 63 oficiales. La mayoría de los soldados eran de Corrientes, pero los había también de otras provincias. El Escuadrón Salas era de cordobeses y porteños; el Escuadrón Ocampo, el más numeroso, era solamente de correntinos; el Escuadrón Oroño era de santafesinos y el Escuadrón Hornos de entrerrianos.

El propósito era llegar a Corrientes, nada menos que cruzando el Chaco. Se trataba de una aventura de altísimo riesgo. Ningún ejército de cierta dimensión se había internado, desde aquella expedición Matorras de fines del siglo XVIII, en ese territorio habitado por indios en extremo belicosos, de tribus muchas veces enemigas entre sí. Pero los maltrechos restos del primer Ejército Libertador acometieron la empresa, dispuestos a todo.

Las vicisitudes

Se dirigieron primero a San Ramón de la Nueva Orán. Durante un tiempo, los siguieron partidas de federales, pero Hornos, desde la retaguardia, los escarmentó y no los molestaron más. Necesitaban, por cierto, un baqueano que los guiase. Consiguieron al cacique José Miguel, de la tribu Belelase, quien aceptó la misión al precio de 200 pesos y 200 caballos, todo pagadero en Corrientes, si llegaban. En Orán, se les unió el teniente coronel Mariano Camelino, con una veintena de correntinos desbandados en Famaillá.

Salieron de esa población y pasaron sin problemas las tolderías de los Matacos. Pero más adelante, los tobas del cacique Tutiri les presentaron combate. Lograron arrebatar a los expedicionarios toda la hacienda que iban arreando para alimentarse, y hasta les tomaron algunos prisioneros que rápidamente fueron ultimados.

Al fin, Corrientes

Continuó la penosa marcha hasta la abandonada Reducción de Lacangayé. Allí estaban listos 18 caciques con sus tribus, y había más de 2000 tobas a la retaguardia, listos para un ataque general. Luego de tensas negociaciones con los caciques –donde actuó Colompotón a favor de la Legión- lograron que los indios se unieran amistosamente a la columna. No así los tobas. Pero al llegar al arroyo Palmar, otra tribu, los Signipines, ofrecieron cuidarles la retaguardia. “Así lo hicieron y derrotaron por sí solos a los tobas, deteniendo su persecución definitivamente”, narra Poenitz.

Por fin, el 4 de noviembre de 1841 divisaron, a través del río Paraná, la ciudad de Corrientes, con la alegría que es de imaginar. Habían cumplido la hazaña de “recorrer 120 leguas por las inholladas tierras del Chaco”, durante más de un mes.

Pelear otra vez

Eran hombres duros y valientes. Habían peleado con denuedo en Quebracho Herrado y en Famaillá. Varios de sus camaradas habían partido, vimos, a Rodeo del Medio, en Cuyo, y la derrota los obligó a cruzar los Andes y refugiarse en Chile. Siguieron demostrando su temple. Recién llegados, aceptaron la convocatoria de Pedro Ferré para pelear de nuevo. Y marcharon de inmediato a unirse al ejército del general Paz, para participar en la victoria de Caaguazú, del 28 de noviembre.

Antes, Salas se presentó a Paz y le ofreció repetir la hazaña. Quería operar sobre Córdoba “cruzando nuevamente el Chaco, esta vez en sentido diagonal”. El general agradeció, tras persuadirlo de la inutilidad de ese movimiento. Toda esta odisea, no muy estudiada, suena a tema para una novela o una serie de televisión.